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Revolcón a la política de austeridad

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Enero 2016 / 32

Elecciones: Los ciudadanos no asumen el mensaje de supuesta recuperación económica y conectan España con la marejada del sur de Europa que exige cambios.

Pablo Iglesias durante la noche electoral. FOTO: PODEMOS

“La situación en este momento es tal que podemos felicitar al pueblo español por la alta participación, pero, por lo demás, no veo muy claro todavía a quién se puede felicitar”. La reacción de la viceportavoz del Gobierno alemán, Christiane Wirtz, ante los resultados de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre en España es un buen indicador de las dificultades para despejar el interrogante básico de toda elección: ¿Quién formará Gobierno? Pero más allá de quién acabe encabezando el nuevo Ejecutivo y con qué apoyos, el resultado sí tiene una lectura clara: ha sido un revolcón a la política de austeridad impulsada por el Gobierno dentro de la estricta ortodoxia impuesta por Bruselas con el beneplácito de Alemania, lo que conecta a España con la marejada del sur de Europa, expresada en sucesivas elecciones en 2015 (Grecia, Portugal y ahora España).

El gubernamental Partido Popular, que con Mariano Rajoy al frente ha sido uno de los alumnos más aplicados de Berlín, fue la fuerza más votada (28,7% y 123 escaños), pero ha sufrido el mayor descalabro de un partido de gobierno en la democracia española, con la única (y singular) excepción en 1982 de Unión de Centro Democrático (UCD), que en realidad era un partido en descomposición más que de gobierno.

El PP había obtenido en 2011 la mayoría absoluta más rotunda de la derecha en democracia (186 escaños, frente a los 183 de José María Aznar en 2000), pero ahora ha perdido 63 escaños y 15,9 puntos de apoyo de una tacada. El batacazo supera incluso al histórico hundimiento del PSOE en 2011, que se dejó 59 actas y 15,1 puntos de apoyo. Hace cuatro años, ambos partidos superaron el 73%; ahora suman el 49,7%. 

Las causas de la crisis del bipartidismo en España son amplias y complejas, pero un componente importante en su descalabro electoral ha sido necesariamente el abrazo a las políticas de austeridad avaladas por Bruselas y Alemania como respuesta a la crisis griega, primero, y de la eurozona, después, asumidas en mayo de 2010 por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero en el dramático giro que sepultó las expectativas electorales del PSOE. Los socialistas han matizado luego su posición, sobre todo para intentar conseguir mayor flexibilidad en los objetivos de ajuste fiscal, pero sin salirse del marco impuesto por Bruselas.

En realidad, este marco ha sido fijado por consenso en la Unión Europea entre conservadores y socialdemócratas; es decir, por los socios en Europa del PP y del PSOE. En este escenario —donde los matices pueden ser importantes, pero necesariamente limitados—, el PSOE ha proseguido su cuesta abajo con el peor resultado desde la recuperación de la democracia, con el 22% de los votos, 90 escaños y la apertura de un inmenso boquete a su izquierda con la irrupción de Podemos, catalizador de las mareas antiausteridad, pisándole ya los talones.

La dinámica no es en el fondo tan distinta a la de Portugal y Grecia, otros países del sur de Europa asolados por la crisis y las  políticas de austeridad que han celebrado elecciones este año. En la familia socialista, el PSOE ha pasado en España del 43,9% de antes de la crisis al 22% ahora; en Portugal, el pico del 42% ha caído al 32%, y en Grecia el Pasok se ha ido hundiendo desde el 43,9% hasta el 6,1%. En la tradición conservadora, el PP ha pasado del 44,6% al 28,7%, sus socios en Portugal del 50,2% al 38,3% y su referente griego —Nueva Democracia—, del 45% en la década pasada al 28%  actual.

La caída de escaños del PP supera incluso la del PSOE en 2011

Los españoles son escépticos ante la mejora económica 

Desde el año pasado, en Grecia gobierna un partido antiausteridad —Syriza—, aunque maniatado por el rescate, que le obliga a impulsar medidas en las que no cree mientras gana tiempo con la esperanza de que soplen otros vientos en Europa. Y  las elecciones del pasado octubre en Portugal arrojaron una foto con paralelismos a lo que se vive ahora en España, con victoria pírrica del partido gubernamental, conservador y alineado con la austeridad que exige Alemania. La incertidumbre acabó resolviéndose con la elección de un primer ministro socialista apoyado desde fuera por comunistas y la “nueva izquierda” indignada con un programa que trata de explorar los límites de Bruselas sin saltárselos, pero cuestionando sus planteamientos.

La misma operación de Portugal sería técnicamente posible en España con un pacto que involucrara al menos al PSOE, Podemos, IUnida-Unidad Popular y el Partido Nacionalista Vasco, aunque el debate territorial, con el pulso independentista en Catalunya, lo hace más difícil. El líder del PSOE, Pedro Sánchez, muy en precario por el batacazo electoral, ha subrayado —siguiendo el esquema portugués— que es Rajoy quien debe intentar primero formar Gobierno. Pero cualquier movimiento a la portuguesa encontraría formidables reticencias dentro del propio PSOE y en sectores políticos y económicos que desde el mismo cierre de las urnas iniciaron la presión para que los socialistas facilitaran con su abstención la investidura del candidato del PP.

El PP enfocó su campaña a partir de la supuesta mejora de la economía española, lo que sería prueba de que las recetas de la austeridad son duras, pero funcionan. Sin embargo, las propias encuestas del CIS, el organismo público de sondeos, mostraban antes de los comicios que muy pocos ciudadanos habían comprado el discurso de la “recuperación”. En octubre, apenas el 11% de los ciudadanos consideraba que la situación económica de su hogar había mejorado en los últimos seis meses. Y el porcentaje de ciudadanos que confiaba en que la economía del país estará mejor dentro de seis meses se quedaba en el 35%. Sólo eran mayoría entre los votantes del PP, pero con un discreto 58%. Luego, el 20-D, el PP obtuvo en las urnas el 66% de los votos que logró en 2011.