Riesgo de recaída en la zona euro
Frenazo: La ralentización de la actividad y el resurgimiento de tensiones políticas, monetarias y comerciales amenazan el crecimiento de los diecinueve.
Vista de la Bolsa de Londres. FOTO: COMISIÓN EUROPEA
¿Está la zona euro a punto de sufrir una recaída? Mientras los focos de tensión —brexit, presupuesto italiano, chalecos amarillos— se multiplican y se disputan los reflectores de la actualidad, la ralentización económica, en marcha desde el primer trimestre de 2018, prosigue y amenaza con hacer caer a la zona euro en la recesión. Su crecimiento, cercano al 3% durante todo el año 2017, ha vuelto a un ritmo anual del 1,9% en el primer semestre de 2018 y al 0,8% en el tercer trimestre, con cifras negativas en Alemania e Italia.
CHINA SE DEBILITA
Tres elementos parecen ser el origen de esta ralentización. En primer lugar, la expansión internacional es mucho menor desde comienzos de 2018 que durante los dos años precedentes. Aunque la actividad sigue siendo estable en Estados Unidos, se ralentiza claramente en China, donde los indicadores coyunturales señalan que el ritmo de crecimiento del PIB bajó al 5% a finales del año pasado. Aunque los efectos de las sanciones comerciales impuestas por la Administración de Trump solo comienzan a hacerse sentir, afectan al clima de los negocios y a la toma de decisiones a la hora de invertir.
La política de saneamiento financiero —en otras palabras, de limitación del crédito y de desendeudamiento— puesta en marcha por el Gobierno chino desde octubre de 2017 ejerce un poderoso freno sobre la demanda interior. A ello se añaden las dificultades de las otras economías emergentes expuestas a la subida de los tipos de interés estadounidenses, y al alza del dólar que la que acompaña, y, en el caso de algunas de ellas (Suráfrica, Brasil, Irán, Turquía y Venezuela), a una gestión interna desastrosa. En total, el crecimiento del comercio mundial, que se había acelerado de modo espectacular a más del 5% a precios constantes en 2017, ha caído por debajo del 4% en 2018, con un freno dos veces superior en las economías emergentes que en las avanzadas.
FIN DE LA EXPANSIÓN
Además, el fuerte impulso dado a la actividad a partir de 2015 por la bajada del precio del petróleo, la expansión cuantitativa del Banco Central Europeo (BCE) y la bajada del euro provocada por ella dejaron de actuar en 2018. El BCE ha reducido sus compras mensuales de bonos de 60.000 millones de euros en 2017 a 30.000 millones en enero de 2018 y a 15.000 millones el pasado octubre. Esta política, que permitió bajar los tipos de interés a largo plazo en la zona euro y estimuló la recuperación del crédito, finalizó el 31 de diciembre.
El ‘brexit’ y el Gobierno italiano son fuentes de incertidumbre
El enfrentamiento China-EE UU puede empeorar la situación
La apreciación del euro frente al dólar en 2017 contribuyó a una ralentización neta de las exportaciones, cuyo crecimiento fue la mitad en 2018 que en 2017. El efecto del tipo de cambio es más significativo aun cuando se tiene en cuenta la fuerte depreciación de las monedas de las economías emergentes en 2018. Si se considera la evolución del euro respecto a una cesta de monedas representativa de los mercados de la zona, el tipo de cambio efectivo nominal de la moneda única había vuelto a finales de 2017 a su nivel de 2013, borrando toda la depreciación que tuvo lugar en 2014-2015.
El vuelco político de Italia tras las elecciones de marzo de 2018 y el sentimiento de caos provocado en el Reino Unido por la perspectiva de un brexit sin acuerdo no solo afectan a las economías de esos dos países. En estos, la actividad volvía a un ritmo apenas superior al 1% en 2018, pero la desaceleración de las importaciones en volumen era especialmente marcada (2,6% tras 5,2% en 2017 en Italia y 1,1% tras 3,2% en 2017 en el Reino Unido). Aunque estos dos mercados son solo el 11% de las exportaciones de la zona euro, la atonía que les ha caracterizado en 2018 y la inquietud sobre su futuro inmediato han contribuido también, con toda seguridad, a la degradación del clima de los negocios en la zona.
Sorprendentemente, las previsiones oficiales, tras subrayar la amplitud de la ruptura del ritmo que tuvo lugar en 2018, no incluyen una caída significativa de la actividad en 2019. Tanto para la OCDE como para la Comisión Europea y el FMI, el aumento del PIB en la zona euro debería situarse este año en una horquilla del 1,8% al 2%, es decir, un ritmo equivalente al de 2018. Tres elementos explican este relativo optimismo. El primero es que los escenarios de crisis abierta —ausencia de acuerdo sobre las condiciones del brexit, falta de compromiso sobre el presupuesto italiano y aumento de la prima de riesgo sobre la deuda de este país, escalada de las sanciones comerciales entre Estados Unidos y China, continuación del crash bursátil rampante iniciado en octubre, etcétera— se descartan sistemáticamente, como es costumbre en las previsiones oficiales.
OPTIMISTAS PESE A TODO
Otra hipótesis clave está relacionada con el dinamismo de la demanda interna, que se supone lo suficientemente fuerte como para amortiguar el impacto de la ralentización de la demanda mundial. En primer lugar, el consumo de los hogares continúa beneficiándose del aumento del empleo (+1,4% en 2018) y de los salarios (+2,3% en 2018) en la zona euro. Paralelamente, la inversión se ha visto estimulada por unas favorables condiciones de financiación que deberían continuar —a pesar de la suspensión de la expansión cuantitativa del BCE–, unos beneficios de las empresas que siguen siendo elevados y un alto índice de utilización de las capacidades productivas. La buena salud del sector inmobiliario y del de servicios se consideran suficientes para compensar las dificultades de la industria y la marcada regresión de los indicadores de confianza tanto de los hogares como de las empresas.
Finalmente, las políticas económicas continuarían sosteniendo la actividad. La economía estadounidense se seguiría beneficiando de los efectos de la bajada de impuestos decidida en diciembre de 2017 y de la prudente gestión de la Fed (el banco central estadounidense), que podría ralentizar el ritmo del aumento de su principal tio de interés. En China, no se pone en duda la capacidad de las autoridades para contener cualquier desestabilización financiera interna (la Bolsa sufrió una caída del 30% en 2018) y para estimular la actividad en caso de una disminución demasiado pronunciada de las exportaciones. En la zona euro, las políticas presupuestarias tendrían un efecto agregado ligeramente expansionista (sobre todo en Francia y en Italia) o menos restrictivo (en Alemania).
DAÑO COLATERAL
Sin embargo, el optimismo de las previsiones está muy condicionado, incluso dejando a un lado cualquier escenario de ruptura, por la estimación del impacto de la desaceleración del comercio mundial sobre la actividad de la zona euro. Según las estimaciones basadas en la intensidad de los lazos comerciales, un punto de crecimiento menos de la demanda mundial reduce el índice de crecimiento del PIB de la zona euro en medio punto, con un efecto aún mayor sobre la inversión (tres cuartos de punto). Como subraya la Comisión Europea en su último ejercicio de previsiones, la fuerte integración de la zona euro en las cadenas de valor globales ha permitido a los países miembros explotar al máximo sus ventajas comparativas y beneficiarse de la división internacional, cada vez más aguda, de las actividades productivas. También los ha hecho más vulnerables a las perturbaciones, por no decir a los cambios susceptibles de intervenir en las políticas industriales o comerciales de las naciones participantes, sobre todo cuando esos cambios (barreras arancelarias, políticas de cambio, etcétera) los inician las economías más activas en la organización de esas cadenas. Esto significa que la guerra comercial entre Estados Unidos y China podría tener efectos mucho más pronunciados en la zona euro de lo que los análisis clásicos harían suponer, incluso si las sanciones estadounidenses no se extienden a los productores europeos.
La locomotora alemana podría dejar de tirar de los demás socios
Ello explica quizá la pérdida de velocidad de la industria alemana, que ha visto cómo sus pedidos extranjeros de bienes de equipo han caído rápidamente en los últimos meses, especialmente los de su industria del automóvil (14% del PIB) que sufre por la contracción de ventas en los mercados estadounidense y chino. Si los malos resultados del tercer trimestre de 2018 se explican en parte por factores temporales (establecimiento de nuevos test de homologación de los vehículos impuesto por Bruselas tras el dieselgate y que han retrasado la producción), las dificultades del sector no dejan de ser reales. Son el reverso tanto de su gloria pasada —por la fuerte penetración del mercado chino sobre todo— como de su lentitud en adaptarse a la revolución del vehículo eléctrico, por no hablar de los riesgos de escalada de las sanciones entre Estados Unidos y China que pesan ya sobre las decisiones de inversión. Alemania, locomotora de la economía europea desde comienzos de la década, dejaría de tirar de la zona euro en los próximos años, un inconveniente adicional para una zona ya enfrentada a múltiples desafíos financieros, monetarios y políticos.