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Sólo hay una salida: usar mejor el agua

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Noviembre 2017 / 52

Escasez: El cambio climático pone en evidencia las deficiencias del modelo hidrológico español. El gran problema es el exceso de demanda.

Embalse de Yesa, entre Navarra y Aragón. FOTO:  Basotxerri-cc

Dos terceras partes del territorio español están en riesgo de desertificación, y el cambio climático ha venido a empeorar las cosas. Debemos estar preparados: las lluvias, advierten los expertos, van a ser cada vez más escasas y las temperaturas seguirán subiendo. 

España atraviesa uno de los períodos secos que se han sucedido cíclicamente a lo largo de su historia. El año hidrológico se cerró a finales de septiembre con unas lluvias inferiores en un 15% a la media de la última década. A finales de octubre, las reservas de agua embalsada estaban sólo a una tercera parte de la capacidad total, su nivel más bajo en diez años (véase el gráfico).

Las cuencas del Duero, Júcar y Segura están oficialmente en situación de sequía debido al bajo nivel del agua embalsada. La situación no es mucho mejor en las del Guadalquivir y el Mediterráneo andaluz y en la cabecera del Tajo. En esta última, el embalse de Entrepeñas, donde hasta hace poco tiempo se organizaban regatas de vela y se practicaba el esquí acuático, estaba a finales de octubre por debajo del 10% de su capacidad. Los habitantes de la zona, cuya economía depende en buena medida del turismo que atrae el pantano, culpan de la situación al trasvase Tajo-Segura, a punto de cumplir cincuenta años. Conocido como el Mar de Castilla, Entrepeñas es el símbolo de una política hidráulica basada en los embalses y los trasvases que ha quedado obsoleta por el uso excesivo del agua en la agricultura de regadío y en las zonas turísticas.

El año está siendo duro para el campo en muchas zonas de España. La falta de lluvias y las altas temperaturas han causado estragos en los tres cultivos más tradicionales del Mediterráneo: el cereal y el vino han cerrado la campaña con caídas muy significativas de la producción, con el consiguiente aumento de los precios, y salvo un milagro de última hora, la temporada del olivar también será mala. El abastecimiento para la población no corre peligro, pues la Ley de Aguas lo protege frente a cualquier otro uso. Sin embargo, falta agua para el riego y en algunas comarcas los camiones cisterna han hecho  su aparición para abastecer a la población. 

“Esto es sólo un aperitivo de lo que vamos a vivir”, afirma Gonzalo Delacámara, economista del Foro de la Economía del Agua. “La tradicional caída de reservas en años secos se va a acentuar, y en un plazo de veinticinco a cincuenta años algunos ríos recibirán la mitad del agua que recibían hasta ahora”. 

 

DOS FACTORES

España ha sido siempre un país semiárido y ha superado largas sequías, como la del período 1991-1995. ¿Qué hace que la actual sea tan preocupante? Fundamentalmente dos factores: el cambio climático y el rápido aumento de la demanda procedente de la agricultura y de las aglomeraciones humanas, sobre todo de las zonas turísticas. 

La extensión del regadío trae consigo un consumo excesivo

El calentamiento global acentúa los fenómenos meteorológicos

La agricultura consume entre el 60% y el 80% de los recursos hídricos de España, dependiendo de quién haga el cálculo. “Más que un problema de sequía, tenemos un problema de exceso de consumo en el regadío”, afirma el responsable de Agua de Ecologistas en Acción, Santiago Martín Barajas, quien explica que de los 3,3 millones de hectáreas de regadío que había en España hace veinte años hemos pasado a 4 millones, un incremento superior al 20%. Para los próximos años, apunta Martín Barajas, están previstas otras 700.000. Una señal clara de la creciente demanda de agua es el vertiginoso aumento experimentado por las exportaciones españolas de productos hortofrutícolas, que el año pasado alcanzaron un valor de 12.500 millones de euros, el doble que a principios de siglo.

Mientras tanto, los recursos hídricos disminuyen debido, fundamentalmente, al cambio climático. Ecologistas en Acción pone de relieve que en los últimos veinticinco años no se ha producido una disminución significativa de la lluvia —se han alternado, como siempre, épocas húmedas y secas—, pero la temperatura media ha subido casi un grado. Este ascenso térmico ha incrementado la evaporación del agua, con el consiguiente descenso de las reservas. Conclusión: el consumo se ha disparado y el agua disponible se ha reducido.

Gonzalo Delacámara subraya la paradoja que supone que cuencas como las del Duero, Júcar y Segura hayan recibido más lluvias de lo habitual en el último año y que, al mismo tiempo, sus reservas hayan caído drásticamente. ¿La explicación?: el uso excesivo de agua en la agricultura. 

La del Segura es, en palabras del economista, “la de mayor estrés hídrico de la Europa continental”. A mediados de octubre, sus fuentes estaban secas y sus reservas de agua apenas superaban el 15%. 

El pantano de Entrepeñas —y otros—están casi vacíos porque en cuanto empieza a llover, el agua va directamente a los cultivos. “Los embalses han dejado de ser embalses; se han convertido en meras estaciones de transferencia”, explica Martín Barajas. La otra cara de la moneda son los embalses de la Comunidad de Madrid, que están al 60% de su capacidad. No es que en los alrededores de la capital haya llovido más que en el resto del país; es que el agua de sus pantanos va dirigida sobre todo al consumo humano y no se utiliza tanto para regar como en otras zonas de España. 

 

MÁS ECONOMÍA CIRCULAR

Si no llueve pronto, los daños para la agricultura pueden ser serios y tener repercusiones en la economía española y en la de la UE. Aunque el sector apenas representa el 2% del PIB español, supone casi el 5% del empleo y el 16% del valor añadido bruto de toda la agricultura europea. Algunos mercados europeos quedarían desabastecidos si se produce una caída drástica de la producción en España. 

Si no llueve pronto, los daños para la agricultura serán serios

El turismo se concentra en las zonas con menos recursos hídricos

Las perspectivas no son halagüeñas. La evidencia científica muestra que el cambio climático está amplificando los fenómenos meteorológicos, lo que significa que allí donde más ha llovido siempre, lloverá más, y que donde menos suele llover, lloverá menos. Las cuencas mediterráneas, sometidas históricamente a períodos intermitentes de lluvias y a drásticos cambios de caudal, recibirán cada vez menos agua y ésta caerá de manera aún más torrencial.

El turismo sigue poniendo a prueba el modelo hídrico español: a la espera del impacto de la crisis en Catalunya, está previsto que el año se cierre por encima del récord de 75,3 millones de visitas registrado en 2016. El problema es que la actividad sigue concentrada de mayo a septiembre en el arco mediterráneo, el golfo de Cádiz y los archipiélagos, precisamente las zonas donde más escasea el agua. “Un país que tiene el agua como factor limitante para su desarrollo económico no puede fundamentar su modelo productivo en actividades de alto consumo de agua, como el turismo”, señala Delacámara. En su opinión, es esencial una mayor coordinación de políticas sectoriales (turismo, agricultura, urbanismo y desarrollo industrial) para fomentar un uso más razonable del agua. “El modelo decimonónico basado en almacenar y trasvasar agua ya no sirve”. 

Los expertos recomiendan también que España avance en la economía circular e incremente la potabilización y la recuperación de aguas residuales para su reutilización en el riego. Las plantas desaladoras construidas en los primeros años del siglo están funcionando únicamente al 20% de su capacidad instalada. No hay demanda porque esa agua es más cara, y los agricultores siguen recurriendo a los acuíferos. “Hay que optimizar las infraestructuras ya disponibles e incentivar la demanda de los recursos renovables”, dice Delacámara. “El agua, en definitiva, debe ser una política de Estado”.