Terapia económica de choque para Kiev
Ucrania: Mientras el Este del país se subleva, animado por Moscú, el Gobierno ucraniano intenta evitar la suspensión de pagos. Y la ayuda occidental por la vía del FMI se ha subordinado a ajustes que podrían exacerbar la división entre eurófilos y rusófilos.
Manifestantes en Kiev durante las revueltas de enero. fotografía: Alexander Ishchenko
Una crisis puede ocultar otra. La anexión de Crimea por parte de Rusia a finales de febrero y las sublevaciones de abril, animadas por Moscú, no deben hacernos olvidar la crisis financiera que sacude a Ucrania. Al revés: las dificultades económicas van a espolear las fuerzas centrífugas que amenazan la integridad del país. En vísperas de las elecciones del pasado mayo, el Gobierno provisional tuvo que aceptar las condiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar una suspensión de pagos.
Este tratamiento de choque es comparable al que se impuso a Grecia, Irlanda, Islandia y Letonia. El FMI aplica imperturbable a las arenas movedizas de la realidad ucraniana la lógica predeterminada de sus programas de ajuste e ignora olímpicamente los excepcionales desafíos a los que se enfrenta el nuevo régimen, el riesgo de desmembración del país, así como los resultados desastrosos de esa política en los países en los que se ha aplicado.
Una economía de rodillas
No cabe la menor duda de que la economía ucraniana debe ser reformada de arriba abajo. Minada por la corrupción generalizada, por el eclipse del Estado de derecho y por la evasión fiscal (la economía subterránea, informal y criminal, representaría el 44% del PIB), Ucrania produce menos ahora, a precios constantes, que... ¡en 1992! Su PIB, que era más alto que el de Polonia en 1992, es hoy el 60% inferior al de su vecino occidental. Esta diferencia es algo menor en el caso del PIB por habitante debido a la regresión demográfica, con una población que disminuye a un ritmo del 0,6% anual desde hace 20 años.
En una década, el saldo de la balanza comercial ha disminuido en 16 puntos del PIB, y ha pasado de un excedente del 7,5% del PIB en 2002 a un déficit del 8,2% en 2012. Con una especialización internacional estancada, centrada, como hace dos décadas, en la minería, la siderurgia, los abonos y los productos químicos, Ucrania está gravemente expuesta a las variaciones de los precios mundiales de las materias primas. A precios constantes, sus exportaciones se sitúan al nivel de 2003.
Euforia y retirada violenta
Este estancamiento, y la inercia de la estructura productiva que ello muestra, son resultado, sobre todo, de la continua degradación de la competitividad del país. En comparación con los socios comerciales de Ucrania, la disminución de los costes salariales, en dólares, alcanzó el 90% entre 2005 y 2012. Esta evolución fue debida fundamentalmente a la política de fijación del tipo de cambio respecto al dólar que se puso en marcha en los años noventa con el fin de acabar con la inflación de cuatro cifras que siguió al hundimiento del régimen comunista. Si bien alcanzó con creces su objetivo, esta política originó importantes desarreglos financieros en la década pasada.
La deriva de la balanza exterior de Ucrania comenzó tras la revolución naranja de diciembre de 2004, que es también el año de la ampliación al Este de la Unión Europea y del establecimiento de la Política Europea de Vecindad, cuyo objetivo es estimular la integración económica y financiera entre la Unión Europea y sus nuevos vecinos.
En el clima de euforia de entonces, la apertura financiera provocó una llegada de capitales sin precedente. En tres años, los créditos de los bancos extranjeros, sobre todo europeos, a Ucrania pasaron de 5.000 a cerca de 60.000 millones de dólares, equivalente a un tercio del PIB en 2008. Como en los países bálticos y en Bulgaria, el régimen de cambio fijo incitó a los hogares, y sobre todo a las empresas, a endeudarse en divisas a unos tipos de interés netamente más favorables que los tipos locales. De 2005 a 2008, el índice de crecimiento de los créditos a la economía superaba el 60% anual. En vísperas del seísmo financiero de otoño de 2008, la deuda pendiente de préstamos en divisas representaba el 60% del conjunto de los préstamos bancarios y del 45% en el caso de los depósitos.
Fuertemente dolarizada, la economía sufrió una violenta sacudida debido a la retirada de capital extranjero que siguió a la crisis de las subprime. La crisis, tanto bancaria como monetaria (la moneda ucraniana, la grivna, se devaluó en un 50%), obligó a las autoridades a acudir en dos ocasiones al FMI. Una primera vez, en octubre de 2008, durante el Gobierno de Yulia Tymoshenko y una segunda vez, durante el de Viktor Yanukovich.
Subvenciones a la energía
En ambos casos, la ayuda del FMI se suspendió al cabo de unos cuantos trimestres porque el poder se negó a llevar a cabo las dos exigencias principales del Fondo: la fluctuación de la moneda y la subida del precio interno del gas, que se vende a las empresas y a los hogares a la cuarta parte del precio de compra. Estimado en el 7,5% del PIB, el coste total de las subvenciones a la energía gravita enormemente sobre las finanzas públicas. El déficit presupuestario, que desde 2009 oscila en torno al 5% del PIB, está muy subestimado, pues no tiene en cuenta ni el déficit de la empresa nacional Naftogaz, estimado en el 2% del PIB, que resulta de la venta con pérdidas del gas, ni el del fondo de pensiones público (2,5% del PIB).
Muy endeudados en divisas, los grandes conglomerados del país y los oligarcas que los compraron a precios irrisorios durante la caótica transición a la economía de mercado, utilizan todo su poder para impedir la devaluación del tipo de cambio y el ajuste del precio del gas que les obligaría a modernizar una industria energívora.
Los costes de los salarios cayeron un 90% en 7 años
El país ha vivido una fuga de capital foráneo
A pesar de la erosión del déficit corriente, el Gobierno ha logrado mantener el statu quo hasta finales de 2013 gracias a la acumulación de pagos atrasados por el Tesoro Público y a las recurrentes intervenciones del Banco Central sobre el mercado de cambio, que han reducido sus reservas de divisas al equivalente a dos meses de importaciones.
En estas condiciones llega el acuerdo firmado por Viktor Yanukovich con Rusia el pasado diciembre. El presidente tenía que elegir entre una nueva edición del convenio con el FMI, los horizontes radiantes pero lejanos prometidos por el acuerdo de asociación que se estaba negociando con la UE y el dinero contante y sonante de Rusia: 15.000 millones de dólares en préstamos y una rebaja del 30% en el precio del gas, equivalente, para un país la mitad de cuyo consumo de gas depende de Rusia, a un ahorro de 3.400 millones de dólares anuales.
Como sus predecesores, Viktor Yanukovich eligió la solución fácil, pero, al cortar los lazos con Europa, la parte occidental del país se le puso en contra, lo cual provocó los acontecimientos de la plaza de Maidán. En recesión desde el verano de 2012, y por tercera vez desde 2008, Ucrania va a tener que pagar ahora caro el gas ruso y asumir las consecuencias del hundimiento de su moneda (-50% desde enero). Un drástico plan de ajuste a la griega constituye la manera más segura de precipitar que el país vuelva a la órbita rusa. O lo que es lo mismo, que estalle.