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Todavía queda mucho por hacer

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Febrero 2014 / 11

La puesta en marcha de la Unión Bancaria acaba de suponer avances significativos. Pero las cuestiones por solventar son numerosas e importantes.

En diciembre pasado, los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea aprobaron la creación de un fondo europeo que sería utilizado para intervenir cuando un banco sufriera la amenaza de una quiebra. Una nueva etapa en el largo camino hacia la Unión Bancaria, invento que se decidió en junio de 2012, y que constituye la mutación más importante de la arquitectura de la eurozona desde el inicio de la crisis, en 2008.

El objetivo principal del proyecto es terminar con el círculo vicioso entre los problemas de los bancos y el endeudamiento de los Estados, que todavía proyecta sombras sobre la economía europea. Sin embargo, este proceso implica cesiones de soberanía y potencialmente también una serie de transferencias financieras relevantes. Son motivos de peso por los que la iniciativa suscita también enormes reticencias, principalmente en el seno del Gobierno alemán.Muchos obstáculos ya han sido superados, pero los compromisos aprobados están cojos. Persisten numerosas incertidumbres.

 

UN FRENO PARA EL CRECIMIENTO

Hasta ahora, corresponde a cada Estado miembro reflotar a sus bancos si estos son víctimas de una crisis financiera. Por esa razón, por ejemplo, la deuda española ha pasado de 382.000 millones de euros a 967.000 (del 36% al 95% del PIB) desde 2007. España se consideraba un país modelo en rigor presupuestario antes de la crisis, pero hoy figura entre los más endeudados.

Esta organización a escala nacional de la supervisión bancaria explica que las entidades financieras de la eurozona continúen manteniendo muchos créditos dudosos. De repente, se muestran muy estrictas a la hora de conceder nuevos préstamos para no acumular todavía más créditos tóxicos y de ahí que no despegue la actividad económica en la zona euro pese a las condiciones monetarias tan favorables que el Banco Central Europeo (BCE) ha creado para las entidades.

La opacidad de las cuentas de los bancos conlleva a su vez desconfianza: siguen sin prestarse dinero entre sí, y acentúan la fragmentación del espacio financiero europeo que el euro se suponía que iba a unificar.

Además, los inversores no se fían de los países que podrían verse llevados a endeudarse en el futuro para hacerse cargo de los problemas de sus bancos. De ahí que la prima de riesgo de los países del sur de Europa se mantenga elevada (pese a la bajada importante experimentada desde otoño de 2012) y frene la salida de la crisis.

El fondo no será común hasta dentro de 10 años y arranca sin un euro

Los gobiernos no han abordado aún un seguro europeo de depósitos

Para superar estos bloqueos, el Consejo Europeo se comprometió en 2012 a la constitución de una Unión Bancaria, que implica una supervisión unificada de los bancos: su ausencia ha frenado mucho el saneamiento del sector. Este primer pilar del proyecto no se acabó hasta el pasado octubre, tras un año y medio de negociación, y terminó confiándose al BCE, bajo dirección de la francesa Danièle Nouy, en una misión que entraña dificultades potenciales. El BCE podría encontrar deseable subir los tipos de interés si subiera la inflación en la eurozona, pero duda si perjudicaría a los bancos supervisados.

La Comisión Europea deseaba que el BCE vigilara directamente a todos los bancos de la Unión. Pero el Gobierno alemán no considera ceder el control de las numerosas cajas que irrigan la economía del país. Finalmente, el BCE únicamente supervisará de forma directa a las 130 instituciones que suponen el 85% de los activos bancarios de la eurozona. El resto permanecerá bajo responsabilidad nacional, con la tutela del BCE. Así, la mitad de los bancos franceses y casi el 100% de los activos bancarios del Hexágono serán supervisados directamente por el BCE, mientras que en Alemania eso solo ocurrirá en uno de cada siete bancos. Pero la desestabilización de un sistema financiero no siempre se origina en el mayor de sus bancos. Se ha visto en España y en Estados Unidos.

Los bancos afectados van en todo caso a ser objeto de una gran “revisión de la calidad de los activos”. El examen no sólo será delicado para las entidades que hayan escondido el polvo bajo la alfombra desde 2008. También lo será para el BCE: si concluye, como ocurrió con los tests de estrés de 2001, que todo está bien, puede despertar riesgos de complacencia excesiva con los banqueros. Pero si el test hace aflorar graves problemas, la crisis se reactivará de nuevo… Según un estudio de PwC, los créditos dudosos de los bancos europeos no dejan de aumentar desde 2008 (de 494.000 millones de euros a 1,11 billones en 2013). La incapacidad de poner orden en el sistema financiero va ligada al “nacionalismo bancario”, en palabras de Nicolas Véron del think tank Bruegel. Limpiar los balances de los bancos implica encontrar capital para cubrir sus pérdidas, y si los Estados no tienen más medios que reinyectarles, habrá que ponerlos en venta. Con un riesgo elevado de que quienes los compren sean extranjeros.

 

EL REFLOTE BANCARIO, BORROSO

Este riesgo será mayor mientras no sea realidad un mecanismo para resolver crisis de entidades. Con la supervisión se advierten los riesgos. Pero, si hace falta intervenir, ¿qué hacer?, ¿quién actúa?, ¿con qué dinero?

No es posible cargar aún más las espaldas del BCE porque acabaría siendo juez y parte, pues es quien debe apreciar la solidez de los bancos. Bruselas se veía en buen lugar para intervenir en lugar de los gobiernos, pero sus intenciones toparon con la oposición de Berlín. El Gobierno alemán quiere conceder más poder a los ministros de Finanzas, pero que un círculo tan amplio de personas decida con rapidez en caso de una crisis parece muy problemático. Las soluciones dibujadas son aún borrosas.

Más delicado aún es hablar de dinero. Los contribuyentes cada vez aceptan menos poner el suyo para rescatar bancos. La Comisión Europea, los ministros de Finanzas y el Parlamento Europeo se pusieron de acuerdo el pasado 12 de diciembre para hacer pagar, prioritariamente, a accionistas, acreedores y grandes impositores de bancos en dificultades (con más de 100.000 euros), sobre el modelo de lo que se decidió para los bancos de Chipre en marzo de 2013. 

Este principio ha obtenido amplio apoyo, pero aplicarlo no es fácil. Agrava las dificultades de los países en crisis: sus bancos van a tener más problemas para financiarse si los grandes impositores corren el riesgo de huir. Italia o España desearían que este principio se retrasara de 2016 a 2019.

Tras una larga resistencia alemana, se decidió constituir un fondo de rescate europeo cuando no baste con la contribución de accionistas y acreedores. Pero, siempre con la idea de ahorrar dinero al contribuyente, se alimentará de cuotas de los propios bancos (a razón del 0,1% de los depósitos cubiertos acada año durante diez años para luego estabilizarse en el 1% de los depósitos). Al principio, las cuotas serían sobre una base estatal. Solo en diez años habrá un fondo realmente europeo. Es decir, que echa a andar sin un euro y habrá que esperar una década para que acumule 60.000 millones de euros. El rescate de los bancos españoles había movilizado 40.000 millones de euros a finales de 2012 y el de dos bancos irlandeses costó más de 30.000 millones en 2010…

El BCE tendrá que hacer complejos equilibrios en su papel supervisor

Bruselas se veía bien situada para actuar, pero Berlín lo rechaza

Alemania no quiso oír hablar de recurrir al fondo del Mecanismo Europeo de Estabilidad, como deseaba Francia. Además, para evitar chocar con el Constitucional alemán, el nuevo fondo requeriría un nuevo tratado intergubernamental sobre el modelo del tratado por la estabilidad, la coordinación y la gobernanza, un proceso ajeno a las instituciones de la UE que despierta las iras del Parlamento Europeo.

Falta todavía un tercer pilar: un seguro europeo de depósitos, asunto que los gobiernos ni siquiera han abordado. Por ahora, los depósitos de los particulares se mantienen garantizados, cada uno por su propio Estado. Pero la garantía de algunos de ellos, como ocurre con Grecia, no es muy tranquilizadora para el ciudadano.

 

LÉXICO:

Stress test:  técnicas destinadas a evaluar la resistencia de las entidades financieras consideradas de forma aislada, o en su conjunto, frente a una caída brusca de la actividad económica.