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Todos perdemos con la guerra (menos uno)

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Noviembre 2022 / 107

Ilustración
Lola Fernández

Amenazado por el ascenso chino, EEUU se consolida como imperio hegemónico, somete a Europa y debilita a Rusia mientras Ucrania se hunde en la destrucción.

Estados Unidos, con una economía que se beneficia de la globalización, pero que es la más autosuficiente del planeta, con inmensos recursos naturales (incluidos los energéticos) que garantizan el suministro a la población y excedentes para exportar, y con la ventaja que le regala un mapa que lo sitúa a miles de kilómetros del frente de batalla, es el único país que se puede permitir volver la vista hacia Ucrania sin echarse a temblar. Aún más, halla en este conflicto la gran oportunidad para conservar su hegemonía mundial. Si acaso, a otro nivel muy inferior, le acompañan en el selecto club de beneficiados los grandes exportadores de petróleo, con Arabia Saudí a la cabeza. 
Casi todos los demás pierden, en mayor o menor grado, empezando por Ucrania. Es tan obvio al ver sus ciudades en ruinas y sus miles de víctimas civiles que resultaría redundante analizarlo. Es un precio demasiado alto que quizás podría haberse evitado sin la aspiración obsesiva a entrar en la OTAN y manteniendo un cierto equilibrio entre Rusia y Occidente. Pero también pierden  los países en vías de desarrollo, ya de antes agobiados por la deuda, la desigualdad, la miseria e incluso el hambre en estado puro. Y, por supuesto, los europeos que, más allá de las desastrosas consecuencias económicas, ven cómo se desvanece el sueño de la autonomía estratégica. Por no hablar de una Rusia desconcertada porque la realidad está muy lejos del paseo militar que le permitiría reconquistar un papel en el mundo que no vislumbraba desde la explosión de la Unión Soviética. Y una China que se repliega tácticamente hasta que pase el chaparrón y a la que esta crisis le alcanza justo cuando consolidaba su aspiración a sobrepasar por vía pacífica al imperio norteamericano en apariencia declinante.
Por fin, entre las víctimas colaterales, en cabeza de una lista más que nutrida, hay dos de vital importancia: la lucha contra la desigualdad y el cambio climático.
 
Con pies de barro
Rusia pierde no solo por los reveses en el campo de batalla, sino porque una vez más, como desde antes incluso de la desintegración de la URSS (ahí está el fiasco de la invasión de Afganistán), se revela como un gigante con pies de barro, cuyas ambiciones de recuperar con las armas al menos una parte del imperio perdido en 1991 no están en consonancia con su potencial económico, tecnológico y militar.
Ese Putin con puño de hierro, que se presuponía gran estratega, capaz de devolver a los rusos el orgullo de cuando se podía tratar a EE UU de igual a igual, que se había ganado el respeto entre sus conciudadanos (o súbditos) y el temor de los foráneos, no aparece por ninguna parte. Era una ficción. A la vista de la marcha de la “operación especial”, no era acreedor ni al respeto de los unos ni al temor de los otros, de no ser por dos factores que no son mérito suyo: los fabulosos yacimientos de gas y petróleo y, por supuesto, el arsenal nuclear.
 

Washington ve una oportunidad para conservar la hegemonía mundial

Al borde de la recesión, Europa actúa como un remedo de país satélite

 
Aunque la guerra diese otro giro brusco y las tropas rusas volviesen a ganar terreno, Putin no podría cantar victoria. Si el objetivo era “desnazificar un país hermano”, resulta imposible justificar que se le machaque a bombazos y que se hunda a su población en la miseria. Y eso sin contar con el impacto interno en Rusia de las sanciones económicas occidentales y el malestar por el reclutamiento forzoso y la insuficiencia de entrenamiento y armamento de las tropas.
Sea cual sea el escenario posbélico, se tendrá que reconstruir sobre un paisaje de ruina y desolación. Como en Chechenia, debe de pensar el líder del Kremlin, cuya capital quedó reducida a un montón de escombros y donde se forjó su ascenso al poder. Solo que Ucrania no es Chechenia, donde pudo hacer y deshacer a su antojo, sin interferencia exterior.
El mayor problema es que Putin no puede permitirse perder. Eso le costaría el poder, si no la vida. Y asusta pensar en lo que podría hacer si se ve contra las cuerdas y con el control de 6.000 bombas nucleares. 
 
Por los aires
Junto con Ucrania y Rusia, Europa es, más allá del resultado final, la otra gran derrotada en esta guerra. Cualquier atisbo de proyecto estratégico propio, no sometido al patrón norteamericano, ha saltado por los aires. Resulta patético ver cómo se presenta como un logro histórico una unidad de acción, plasmada en masivo apoyo económico y militar a Kiev, que, en el mejor de los casos, lo único que conseguirá será dinamitar la esperanza en una relación estable de colaboración y coexistencia pacífica con Rusia.  
En la práctica, de facto aunque no de iure, Ucrania ya está en la OTAN. Sin admitirlo de forma expresa, la Alianza ha aplicado el artículo del tratado que fija el compromiso de defender a cualquier país miembro que sea atacado. Occidente presta un apoyo masivo a Kiev, todo excepto enviar tropas sobre el terreno, lo que supondría el choque directo con Rusia. Más vale así; eso evita una escalada potencialmente catastrófica. 
Se entiende que se auxilie a un país agredido, pero conviene recordar cómo empezó este embrollo, con un choque de voluntades en torno a la integración de Ucrania en la Alianza que, a la postre, está conduciendo al desastre.
Emmanuel Macron, Charles Michel y Ursula Von der Leyen anuncian sanciones a Rusia tras la invasión de Ucrania.
Foto: EC - Audiovisual Services

¿Se hizo lo posible para evitar la guerra? No. Entrar en la OTAN no era cuestión de vida o muerte para Ucrania, o para Occidente. Había margen para el compromiso, para respetar el derecho de Kiev a decidir su destino  y, al mismo tiempo, atender las preocupaciones de seguridad de una Rusia que hasta un minuto antes de historia estaba “indisolublemente unida” a Ucrania y que en los últimos 30 años había visto cómo el bloque militar al que confrontó en la Guerra Fría estrechaba el cerco hacia sus fronteras. Con todo, Putin es el máximo responsable de este disparate letal. Él ordenó la invasión. Él dirige una guerra que no respeta ni las vidas de civiles ni las infraestructuras esenciales sin valor militar. 

 
Mucho que perder
Esta misma Europa unida aunque con fisuras en una causa común no ha actuado en defensa de sus intereses, lo que habría supuesto trabajar por un pacto que evitase la guerra, sino que se ha plegado a los designios de EE UU, cuyo objetivo es debilitar a Rusia como paso intermedio para derrotar o, cuando menos, frenar a China, su gran enemigo estratégico, que está haciendo gala de una prudencia encomiable para no salir trasquilado de una crisis en la que no tiene nada que ganar y sí mucho que perder. Se trata de un ejemplo de manual de la conocida como Trampa de Tucídides. Un imperio emergente frente a otro declinante, con este último resistiéndose como gato panza arriba a ceder la hegemonía global. 
Y aquí está Europa, actuando al menos en este conflicto como un remedo de país satélite, al borde de la recesión y sometida con entusiasmo a los dictados del patrón del otro lado del Atlántico. Así nos luce el pelo. Por algo será que el dólar ha superado al euro. El dinero siempre apuesta por el ganador.