¿Un precio mundial para el carbono?
Medida: Poner una tarifa al CO2 para reducir las emisiones es una idea que comparte un número creciente de países, pero no está claro cómo fijarla.
En Pekín, los niveles de contaminación obligan al uso de mascarillas. FOTO: 123RF
Un número creciente de políticos ve urgente encarecer las emisiones de CO2 para frenar el cambio climático. ¿Tiende a universalizarse el principio de que “quiene contamina, paga”?
CHRISTIAN DE PERTHUIS Profesor de Economía en la Universidad París-Dauphine, donde ha fundado la cátedra de Economía del Clima |
Christian de Perthuis: Hoy son ya cerca de 40 los Estados, provincias o ayuntamientos que han optado por imponer tarifas al carbono, y su número va en aumento. En los países escandinavos, Irlanda y México, optan por un impuesto. Otra vía es un sistema de cap and trade que impera en la Unión Europea, Canadá y en algunos estados de EE UU, que consiste en fijar un techo de emisiones a los contaminadores, y a la vez prevé el intercambio de derechos de emisiones entre agentes organizados en un mercado para respetar sus compromisos a menor coste. Tras una fase experimental en las administraciones locales, China también sigue esta vía. Pero estas iniciativas conciernen sólo a una décima parte de las emisiones mundiales de CO2. Además, los precios en los mercados de carbono son demasiado bajos para incitar a invertir en infraestructuras energéticas e industriales poco emisoras. Suecia sí ha logrado poner un precio al CO2 en gran parte de sus emisiones, una medida que se ha compensado con la bajada de otros impuestos.
¿Qué es mejor para que surja un precio del carbono, un impuesto o cuotas negociables?
Olivier Godard: El problema no es tanto el tipo de instrumento como su regulación. Orientar la inversión es clave en la transición energética hacia una economía de bajo carbono. Así, es importante poder ofrecer una previsión de los precios del carbono. El gran fracaso del mercado europeo de carbono es que no tiene ninguna influencia sobre la inversión. Sirve para el corto y medio plazo. Una tasa sería mejor que la cesión de derechos de emisión si ofreciera ese horizonte. Pero este tipo de medidas están sometidas a los avatares cambiantes de la vida política.
¿Lograr una tasación más eficaz es avanzar hacia un precio mundial del carbono?
C.P.: Sería necesario que, a la larga, el mundo convergiera hacia un precio único del carbono que expresara el valor que la humanidad da a la protección del clima. Pero es evidente que las diferencias de ingresos entre países ricos, emergentes y pobres imposibilita su aplicación en breve. Por ello, proponemos introducir un precio mundial del carbono a un tipo muy muy bajo y a la vez realizar transferencias financieras entre el Norte y el Sur: un bonus-malus internacional cuyo eje sería el nivel medio de emisión de un terreno. Los países por encima de ese nivel adquirirían una deuda, calculada a partir de la diferencia entre sus emisiones per cápita y la media mundial, multiplicada por su población. Los países por debajo obtendrían, por el contrario, un crédito que podrían cobrar a condición de comprometerse a medir sus emisiones y a rendir cuentas de su evolución de acuerdo con unos criterios definidos en el marco de la ONU. A 7 dólares por tonelada de CO2, podríamos transferir 100.000 millones de dólares cada año a los países del Sur. Un precio de 7 dólares no va a cambiar el mundo, pero se trata de abrir camino. Este mecanismo tiene sus virtudes porque incita a los países ricos a reducir sus emisiones para disminuir sus malus, mientras que a los países menos avanzados no les interesa aumentar deprisa las suyas para conservar sus bonus.
OLIVIER GODARD Economista del medio ambiente y el desarrollo, director de investigación honorario en el CNRS, departamento de Economía, École Polytechnique |
O. G.: Esta propuesta me parece criticable por varias razones. El hecho de que el clima sea un bien colectivo mundial producido de modo descentralizado, ¿justifica que el precio del carbono sea el mismo para todo el mundo? En un mundo desigual, la respuesta es no. A este problema se le añade la realidad del mundo en que vivimos. Desde la Conferencia de Copenhague de 2009, los Estados han renunciado al enfoque de arriba abajo propia del Protocolo de Kyoto, en la que se determinaba el nivel del esfuerzo de cada Estado a partir de un objetivo general de disminución de las emisiones mundiales. Hemos pasado a un enfoque ascendente: cada país define sus intenciones y sus objetivos. Los países que lucharon en Copenhague para imponer ese principio de soberanía no van ahora a unirse a la idea de un precio único del carbono. Si hubiera un precio mundial único, los países más ambiciosos se verían frenados, mientras que a los menos ambiciosos se les impondría un esfuerzo mayor que el que están dispuestos a hacer. Por el contrario, no tengo objeción a la existencia de mercados transnacionales de carbono entre países o sectores económicos con niveles de desarrollo y objetivos de reducción comparables.
C.P.: Estoy de acuerdo con su crítica a la idea de imponer inmediatamente un precio único del carbono a todos los Estados del mundo visto lo heterogéneo de sus situaciones. Los mercados internacionales entre zonas con condiciones parecidas son, por el contrario, soluciones deseables. Su convergencia a medio plazo hacia un precio único reforzará la eficacia de la acción común.
El mecanismo de bonus-malus que defendemos es un modo de empezar que facilita las transferencias hacia los países menos avanzados y, a la vez, estimula a los gobiernos a reducir las emisiones. También permite atacar el problema de los países oportunistas. Desde Copenhague, la arquitectura de las negociaciones sobre el clima se basa en la suma de los compromisos voluntarios de los Estados. Así, los que quieren avanzar se ven frenados por quienes no quieren hacer ningún esfuerzo. No veo cómo vamos a arreglárnoslas sin una tarifación internacional que aúne el interés de todos en reducir emisiones.
O.G.: ¡Los Estados que pretendan comportarse como oportunistas jamás firmarán la propuesta que usted hace!
¿Qué alternativa propone usted?
O.G.: Dado que los Estados no tienen el mismo nivel de ambición y, por tanto, sus precios de carbono son diferentes, hay que evitar que el comercio internacional atente contra la integridad del precio de referencia de cada país. Para evitarlo podría establecerse un mecanismo en la frontera: un impuesto o la obligación de comprar cuotas en función del contenido en carbono de determinados bienes de importación. Estoy pensando en bienes emisores y estratégicos como el acero, el cemento o el vidrio. Esta propuesta provoca hostilidad, se presenta como una medida proteccionista y unilateral. Pero no se trata de defender los intereses de tal o cual sector industrial, sino de preservar la integridad de la política climática. Habría que hacer lo mismo que con el IVA, que ha sido objeto de un acuerdo internacional por el que se desgrava en las exportaciones y se grava en las importaciones. Es realista: no se pide a los Estados que cedan soberanía, sino que se trata de dotarles de los medios para aplicar las políticas que han decidido establecer.
C.P.: No creo que la tasa de carbono en la frontera vaya a ser aceptada nunca por los países emergentes y me parece peligroso que algún Estado tome semejante medida de forma unilateral.