Un quilombo bien argentino
Cambio: El presidente Mauricio Macri deberá gobernar un país dividido en dos y fuertemente polarizado.
Mauricio Macri, a su llegada a la Casa Rosada. FOTO: SECRETARÍA DE COMUNICACIÓN PÚBLICA/ Gobierno de la República Argentina
Crispación, peleas y acusaciones mutuas, a menudo violentas, tanto entre políticos como entre ciudadanos kirchneristas y macristas. Así es la República Argentina que recibe a Mauricio Macri, presidente electo por sólo tres puntos porcentuales más de votos, en un país dividido en dos, con dos ideas de la misma realidad, pintadas –según quien hable— como si se tratara de cuadros distintos.
Así se perfila su legislatura. Cuatro años en los que, si no logra pactar con sus opositores, el presidente tendrá que gobernar a golpe de decretos, algo que se le ha criticado duramente a su antecesora… y algo que apenas ha comenzado, nada más ni nada menos que con la designación a dedo de dos jueces de la Corte Suprema.
La imparcialidad de la justicia es en Argentina un tema escabroso. Además de algunos miembros de Gabinete, Macri mismo está procesado por haber participado presuntamente en una asociación ilícita para realizar escuchas ilegales. Su rival Cristina Kirchner había sido imputada y su vicepresidente, Amado Boudou, procesado por el presunto encubrimiento de Irán en la causa por el atentado a la AMIA. Ninguna de las investigaciones llegó a su fin. El peloteo de juicios y denuncias es la vida cotidiana de la política del país sudamericano.
Macri no sólo tendrá que pactar con sus opositores, sino también con miembros de su propio partido, Cambiemos, una alianza construida con el objetivo básico de echar fuera al kirchnerismo. El asunto de las alianzas es conocido en la historia reciente del país. El jefe de gabinete de Macri, Marcos Peña, amigo de su infancia y su mano derecha, estuvo en el Frepaso, otra coalición –entonces para apartar a Carlos Menem—, que terminó con la renuncia del presidente Chacho Álvarez (hoy amigo del kirchnerismo).
En la práctica, y bajando a los hechos consumados, Macri –personaje que representa a la burguesía y a la aristocracia argentina— ha puesto en su gabinete a un abanico de jefes de empresas transnacionales y de amigos o compañeros de su escuela primaria o secundaria (privadas y de élite) con posgrados en Estados Unidos.
El equipo que acompaña a Macri está cargado de ortodoxia liberal empresarial, compuesto básicamente por directores ejecutivos que provienen también de otros partidos políticos, incluidos algunos que habían ocupado, en algún momento (antes de entrar en peleas), puestos en el gobierno de Cristina Kirchner o de su difunto marido.
Entre las asignaciones clave está la del ministro de Hacienda y Finanzas (equivalente a Economía), Alfonso Prat Gay. Fue presidente del Banco Central con Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner (hasta que se peleó). Estudió en el mismo colegio secundario que Macri y se dedicó a las finanzas, específicamente en JP Morgan, apenas salido de la universidad privada.
Las primeras medidas del nuevo gobierno están encaminadas a hacer trizas algunas políticas kirchneristas. En la primera semana devaluó abruptamente un 30% el peso argentino, liberalizó la compraventa de dinero y bajó los impuestos a la exportación, especialmente a la exportación agraria. Estas medidas benefician especialmente al poderoso sector de terratenientes, que tenían desde hace años una pugna con Cristina Kirchner. El gobierno anterior financiaba buena parte de sus políticas con estas retenciones. Macri anuló los impuestos a la exportación de trigo, maíz, carne y productos regionales, y bajó un 5% los impuestos a la exportación sojera, que ahora paga el 30%. Lo hizo por decreto.
Prat Gay anunció un nuevo endeudamiento con el Banco Interamericano de Desarrollo por 5.000 millones de dólares (el gobierno anterior había cortado relaciones); el pacto y pago a los fondos buitre (aunque dijo que no pagará todo lo que piden), y el despido del 7% de empleados públicos.
Macri ha respetado algunas políticas impulsadas por Kirchner: dejó en su puesto al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, muy bien valorado en el mundo científico; y continuaba (hasta el cierre de esta edición) respetando algunos de los “precios cuidados” (productos básicos que no pueden subir en el supermercado); en medio de un posible terremoto de hiperinflación, historia ya bien conocida entre la población argentina.