Una economía que se alimenta con gota a gota
La ayuda financiera de sus aliados políticos evita la quiebra del mayor de los países árabes, pero no soluciona los problemas políticos.
Una gasolinera en El Cairo. FOTO: DAVID DENNIS
¿Puede Egipto evitar la quiebra? Al borde de la guerra civil desde que el ejército derrocó al presidente islamista, Mohamed Morsi, el pasado 3 de julio, el país se hunde peligrosamente en la recesión y la crisis financiera. A partir del inicio de la revolución, en enero de 2011, las reservas de divisas de Egipto han disminuido en dos tercios: de 36.000 a 12.000 millones de dólares; hoy solo cubren tres meses de importaciones. Ante el aumento de la violencia y de la incertidumbre acerca de la orientación política del régimen, los capitales han huido. Las inversiones directas extranjeras, que habían tenido un fuerte aumento desde el lanzamiento, en 2004, de un vasto programa de liberalización de la economía, se han hundido. Las inversiones de cartera, que habían alimentado una fuerte subida de la Bolsa a mediados de la década de 2000, están en caída libre. Agravado por la disminución de los ingresos por turismo, el lucro cesante en dos años supera los 30.000 millones de dólares; es decir, el 12% del PIB y más de un año de exportaciones.
Paralelamente, el déficit público, ya elevado en el pasado, ha adquirido proporciones alarmantes. Por tercer año consecutivo, superará el 10% del PIB en 2013, lo cual elevará la deuda pública al 85% del PIB, un nivel más cercano a las economías avanzadas (78% de media) que a las emergentes (35% de media) o de escasos ingresos (42% de media). Con unos tipos de interés sobre la deuda a diez años de más del 16% y unos ingresos fiscales amputados por la crisis, el Gobierno se encuentra en una auténtica carrera contrarreloj para encontrar fuentes de financiación fuera del mercado.
En teoría, lo más sencillo hubiera sido acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI). De hecho, se está negociando con el Fondo un préstamo de 4.800 millones de dólares. Dicho préstamo daría paso a ayudas complementarias de otras organizaciones multilaterales (Unión Europea, Banco Mundial, Banco Africano de Desarrollo), así como a una renegociación de la deuda con acreedores privados de Egipto. Pero las negociaciones tropiezan con las condiciones impuestas por el FMI. El principal obstáculo es la exigencia del Fondo de subir los impuestos y reducir las subvenciones a los productos petroleros, rechazada tanto por la Administración de Morsi como por el Gobierno de transición nombrado por el presidente interino, Adli Mansour, el pasado 16 de julio.
Tanto para el FMI como para muchos observadores de la escena egipcia, el actual sistema de subvención es simplemente insostenible. Su coste para el presupuesto del Estado, estimado en 18.000 millones de dólares, absorbe el 30% de los ingresos fiscales del país, incluidas todas las administraciones o, lo que es lo mismo, el 7% del PIB. Tal sangría era apenas soportable en el pasado, cuando el balance energético del país era claramente excedentario y podía considerarse la expresión de una redistribución parcial de la renta energética a escala nacional gracias a la retención sobre los beneficios de las sociedades petroleras y gasísticas del Estado. Lo es mucho menos desde que el balance petrolero es negativo y el superávit gasístico se evapora debido al rápido aumento del consumo energético local.
Atado por sus contratos de exportación de gas a largo plazo, Egipto ha tenido que acudir recientemente al mercado mundial para satisfacer la demanda local. En estas condiciones, la diferencia entre el precio del mercado mundial y el precio interior gravita directamente sobre las finanzas del Estado. Se trata de una carga que los sucesivos gobiernos prefieren asumir antes que enajenarse el apoyo de la mayoría de la población, ya expuesta a una inflación de dos dígitos que socava su poder adquisitivo.
Ayudas regionales
Egipto puede mostrarse firme ante el FMI porque sabe que cuenta con la ayuda del resto de los países árabes y de Turquía. Entre junio de 2011 y junio de 2012 las necesidades de financiación del país se cubrieron gracias a la ayuda de los aliados del Gobierno islámico: Libia, Turquía y, sobre todo Qatar. Entre los tres, transfirieron unos 13.000 millones de dólares a la Administración de Morsi. La caída del régimen de los Hermanos Musulmanes ha originado un reajuste inmediato de las alianzas del país a favor de los aliados tradicionales del ejército.
Mientras Qatar condenaba la destitución del presidente electo y la violencia del Ejército, Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, que veían en el soplo democrático una amenaza existencial, volvían a su estatus de socios privilegiados del mayor de los países árabes. En menos de una semana, esos tres países ponían en marcha un plan de apoyo colectivo a Egipto por un montante de 12.000 millones de dólares, bajo forma de donaciones, préstamos, depósitos y entrega de hidrocarburos. Con ello se evitaba una quiebra inmediata, pero también se retrasaba la solución de los problemas más agudos del país.
Una economía basada en las rentas
Egipto, con su economía dependiente de las rentas, vive no tanto de su sector directamente productivo como de la explotación de sus recursos naturales (gas natural), geográficos (canal de Suez), históricos (turismo) y estratégicos: Tratado de paz con Israel (y la ayuda estadounidense que de ello se deriva), al que se añade su papel de contrapeso natural respecto a las ambiciones naturales de Irán o Turquía. La economía egipcia se beneficia también de las remesas transferidas por los inmigrantes, que representan el 4% del PIB de media.
Aunque, con sus 84 millones de habitantes, el país dispone de un amplio mercado interior potencial, su base industrial es limitada y poco diversificada (productos alimenticios, textiles, metálicos y químicos). El analfabetismo, que afecta al 28% de la población de más de 15 años (véase el recuadro adjunto), y un bajo índice de empleo (sobre todo entre las mujeres) mantienen a gran parte de la población en la pobreza. El sistema educativo, muy poco adaptado, fomenta sobre todo la formación literaria y jurídica y no suficientemente la de grado medio y técnica, tan necesarias para la industria. Como en el resto de África, el éxodo de los cerebros es la respuesta natural a la falta de perspectivas profesionales y al paro masivo de jóvenes diplomados (el 54% en 2010 entre los jóvenes de 15 a 25 años).
Riesgo de quiebra política
Carente de programa económico, el Gobierno islámico de Mohamed Morsi permaneció pasivo ante la degradación de la situación financiera del país. No emprendió ninguna reforma susceptible de impulsar la economía nacional. El ejército, que controla directa o indirectamente (a través de los cuadros procedentes de sus filas) la mayoría de las empresas públicas, es sospechoso de haber organizado los cortes de electricidad y la escasez de gasolina que alimentaron el descontento popular y que desaparecieron de un plumazo después del 3 de julio.
Muy hábil a la hora de explotar la inquietud de la juventud y de las clases medias por la deriva islámica del poder, el ejército telecomanda un proceso de transición política —“hoja de ruta”— que parece dispuesto a respetar mientras no peligren sus intereses fundamentales y los de sus proveedores de fondos del Golfo. Protegido frente al riesgo de quiebra financiera, Egipto está expuesto ahora a un riesgo mucho mayor: la quiebra política y su corolario, cada vez menos teórico, la guerra civil.
PARA SABER MÁS
Égypte, Tunisie: difficile printemps pour l’économie, por Stéphane Alby y Cal Devaux, BNP Paribas, Conjoncture nº 6, junio 2012.
Interim strategy note for the Arabab Republic of Egypt. Banco Mundial, 31 de mayo de 2012.
Arab Development Challenges Report 2011. PNUD, 21 de febrero de 2012.