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El presupuesto europeo o el parto de los montes

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Abril 2020 / 79

Opacidad: Llegar a 2021 sin pactar las cuentas tendría consecuencias graves para la Unión.

Ilustración:  Pedro Strukelj

El presupuesto de la Unión Europea se sitúa en torno al 1% de su PIB y se decide mediante acuerdo unánime de los países miembros, con el acuerdo del Parlamento Europeo. El presupuesto federal de EE UU es 20 veces mayor en términos relativos, pero alumbrar un ratón puede resultar incluso más difícil. A pesar de su volumen modesto (menos de un euro al día por habitante)el presupuesto europeo es condición necesaria para el funcionamiento ordinario de la Unión y para hacer frente a los nuevos retos. Además, su carácter multianual condiciona el futuro. Pero en la práctica su discusión se convierte, cada siete años, en un ejercicio opaco que suele decidirse en regateos de última hora entre los Estados miembros reunidos en el Consejo. Las cuentas para el periodo 2021-2027, que se discuten actualmente, no parece que vayan a escapar a esta práctica. Las dificultades en su tramitación ilustran una contradicción entre ambiciones y recursos y una falta de acuerdo en las prioridades. Si no se resuelve no se podrá responder adecuadamente a la agenda de la Comisión Europea de Ursula von der Leyen. Recordemos que esta incluye una ambiciosa lista de nuevas prioridades: agenda digital, lucha contra el cambio climático, política migratoria, política exterior y de defensa, innovación... Y ya se sabe, nada de esto es gratis.

La preparación del presupuesto empezó en 2018 bajo la entonces directora general de presupuestos y actual vicepresidenta de Asuntos Económicos de España, Nadia Calviño. El Parlamento Europeo propuso un presupuesto ambicioso del 1,3% del PIB de la UE. La Comisión puso sobre la mesa otro más continuista, del 1,14%, que después se ha ido rebajando hasta el 1,11%. Nótese que para compensar la salida de Reino Unido, importante contribuyente neto, se necesitaría llegar al 1,16% del PIB de los 27 países restantes. Sin embargo, en la reunión del Consejo Europeo de febrero pasado el presidente Louis Michel rebajó su ambición al 1,07%, aceptando reducciones importantes en las políticas de cohesión y agraria. El grupo de países frugales (Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca) se opuso a superar el 1%, lo cual equivale a ignorar el efecto del brexit y obligaría a recortes aún mayores en las políticas citadas (recordemos que la suma de las políticas de cohesión y agraria representan aún las dos terceras partes del gasto). Ante esta situación, los 16 países del sur y el este, constituidos como grupo de amigos de la cohesión, incluyendo España, mostraron su oposición frontal a la reducción de sus beneficios.

Posiciones extremas

La discusión presupuestaria se ha convertido así en una discusión entre contribuyentes netos y receptores netos que repugna a cualquier ciudadano con una mínima visión federal del proyecto europeo. Los primeros se preguntan cuánto me va a costar y los segundos cuánto voy a obtener. Otros, como Francia, que no me toquen la política agraria. En este qué hay de lo mío, todos parecen haber perdido de vista los objetivos últimos y las ambiciones anunciadas. Los euroescépticos se deben estar frotando las manos. Frugales y amigos representan posiciones extremas que esconden, más allá de una discrepancia sobre el techo de gasto, visiones distintas de como este debe distribuirse, no ya entre países, sino en primer lugar entre prioridades. Los frugales (ahora ya no se llaman austeros porque el adjetivo está desprestigiado) saben que con un 1% no se pueden cumplir los objetivos de la nueva Comisión. Saben también que sus países han sido los grandes beneficiarios del mercado interior y del euro, como les ha recordado oportunamente la Comisión, y que se benefician aún de un mecanismo de cheques, rebaja que debería eliminarse. Los amigos (de la cohesión, que no del gasto, que está mal visto) deberían reconocer que las viejas políticas de cohesión han perpetuado el clientelismo, no han conseguido la convergencia ni han evitado los rescates. O que las subvenciones agrícolas no acaban siempre donde debieran.

Fuerte liderazgo

Es hora de que unos y otros acepten que la UE ha cambiado a lo largo del tiempo y su objetivo hoy es facilitar bienes públicos a la ciudadanía. Por ejemplo, una Europa verde y no solo azul, movilizada no ya para compartir el carbón como hace 60 años, sino precisamente para eliminarlo. Ello implica crear nuevos mecanismos, incluidos los necesarios para mitigar las desigualdades que se van a generar inevitablemente en esta tarea transformadora. Pero esto no significa mantener una unión de transferencias, que debe hoy ser superada. Para llegar a este acuerdo habrá, pues, que partir de los objetivos compartidos. Hará falta también un fuerte liderazgo a nivel de la Comisión y del Consejo, que de momento no se atisba. El Parlamento Europeo insiste en su ambición presupuestaria, pero habrá que ver hasta donde resiste las presiones de los Estados. El tiempo se agota. Empezar el año 2021 sin presupuesto europeo tendría consecuencias graves para el funcionamiento de la Unión y más aún sobre la confianza de los ciudadanos en sus líderes políticos y en el proyecto europeo. Quizá todo acabe una vez más en un poco edificante acuerdo de mínimos. Pero los ciudadanos se merecen más. Se merecen también una solución estable para evitar el toma y daca recurrente. La Comisión ya ha propuesto dotar a la Unión de recursos estables más amplios de manera que no deba mendigarlos a sus Estados miembros. Podrían provenir de un impuesto sobre los plásticos no reciclables, las emisiones de carbono, un impuesto europeo de sociedades sobre una base fiscal común consolidada o una mayor proporción del IVA. Así la discusión se podría centrar en los objetivos, evitando este pasteleo presupuestario donde se discute tanto para tan poco.