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El tiempo, una relación social

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Marzo 2013 / 1
Foto artículo: El tiempo, una relación social

No es solo una medida objetiva. El tiempo nos enseña sobre las relaciones que mantienen entre sí los miembros de una misma sociedad. De cómo lo empleamos resultan la organización del trabajo y las actividades humanas en general. No lo parece, pero plantea un desafío político mayor.

01.UNA INSTITUCIÓN FALSAMENTE NATURAL

La mayor parte de los pensadores consideran el tiempo como algo que nos ha sido dado de forma natural y que el progreso científico y técnico permite conocer cada vez con mayor precisión. De ello da testimonio el desarrollo de cronómetros capaces de medir intervalos de hasta casi un nanosegundo. En un ensayo poco conocido (ver Para saber más), Norbert Elias se pronuncia contra esta aproximación y, por el contrario, propone abordar el tiempo como una construcción social. A sus ojos, la difusión de calendarios, relojes de pared, relojes de pulsera y otros instrumentos se inscribe en el llamado “proceso de civilización” (*).

Ilustración: Idana Rodríguez

Su tesis parte de la base de que, en las sociedades en que la división del trabajo y la interdependencia entre los individuos no dejan de reforzarse y de hacerse cada vez más compleja, es más necesario coordinar y regular las actividades humanas.Para sostenerla, el sociohistoriador cita diversos ejemplos de sociedades que califica de “primitivas”, con la organización más sencilla y donde las únicas referencias temporales están directamente relacionadas con los ritmos fisiológicos y agrícolas. 

Todavía hoy nos sorprendemos de que algunas personas en regiones llamada “subdesarrolladas” no sepan cuál es su edad o qué  hora es. Simplemente no necesitan saberlo para coordinarse con el resto de la sociedad. Por otra parte, hemos olvidado que fue solo en 1566 cuando se estrenó el primero de enero, a resultas de un edicto del rey Carlos IX, o que nunca existió el 5 de octubre de 1582 porque una bula papal había decretado que se suprimieran los 10 días entre el 4 y el 15 de dicho mes.

Todo ello nos recuerda que, lejos de ser algo que nos ha sido dado de forma natural, el tiempo es una convención social, y  también un desafío político. Numerosos gobiernos han intentado asentar su legitimidad modificando el calendario y rebautizando los meses del año o bien los días de la semana, como recientemente hizo el fallecido dictador turkmeno Saparmourad Niazov. Este había decretado además que la edad adulta empezaría a partir de los 25 años y que la vejez se iniciaría a partir de los 85. Nos recordó así que las edades de la vida son muy relativas.

En sus clases Sobre el Estado en el Colegio de Francia, recientemente publicadas (1), Pierre Bourdieu subraya hasta qué punto el poder de esta metainstitución (*), que consiste en disfrazar como evidencias lo que son elecciones arbitrarias, pasa sobre todo por imponer determinadas divisiones del tiempo. También, por múltiples ritos que jalonan la vida colectiva (las fiestas nacionales, las elecciones), o los que se organiza cada individuo (entrada al colegio, vacaciones escolares, jubilación) o el paso del horario de verano a invierno. O incluso el modo en que se fija el empleo del tiempo escolar. Retomando los trabajos de la psicóloga Aniko Husti, apunta cómo la división de la jornada en horas puede dificultar el desarrollo de los niños, ya que se prohíbe una serie de actividades demasiado cortas o demasiado largas, y también se induce a lo que los psicólogos califican de efecto Zeigarnik; es decir, la frustración de ser interrumpido en una tarea que se desea continuar.

02.FLEXIBILIDAD, PRECARIEDAD Y DESIGUALDADES

Ilustración: Idana Rodríguez

Se podría pensar a primera vista que la parte del tiempo considerado “libre” no deja de aumentar. Entre 1950 y 2007, la duración del trabajo anual en Francia pasó, de media, de 2.230 a 1.559 horas, una tendencia similar a la registrada en el conjunto de los países ricos (2) que deriva de la ganancia continua de productividad (*). Sin embargo, las cosas no son tan simples. Si esta evolución a largo plazo  se debe a una sociedad de asalariados con una reducción regular del horario de trabajo legal que introduce una serie de textos –desde la ley de 1841, que limitaba la jornada de trabajo a 12 horas para los niños de 6 a 12 años y a 8 horas para los de 8 a 12 años, hasta las que instauraban las 35 horas semanales en 1998 y 2000– deriva antes que nada de la expansión del trabajo parcial a partir de los años setenta.

Sería engañoso pensar que la duración del trabajo se mantiene enmarcada, ya que la reducción gradual va acompañada de una flexibilización de las organizaciones, a la que los trabajadores están predispuestos de forma muy desigual.  Como contrapartida de las leyes Aubry, los empresarios han conseguido anualizar el tiempo de trabajo de sus asalariados, es decir, la posibilidad de modularlo sobre el conjunto del año para adaptarlo mejor a los ciclos de actividad sin tener que pagar horas suplementarias o paro parcial (*). Para muchos trabajadores, las 35 horas se tradujeron en horarios modulables de una semana a la otra según la cartera de pedidos, una complicación considerable de la organización cotidiana para dichos empleados, a menudo informados en el último momento. Las mujeres son las primeras afectadas por esta fragmentación del trabajo, y el ejemplo máximo de ella la encarnan los empleos del tiempo como un queso de gruyère de las cajeras de la gran distribución (3). La distinción habitual entre tiempo de trabajo y tiempo libre también se pone en cuestión. 

Hay quien señala el hecho de que  las políticas de flexibilización aplicadas en las empresas desde principios de los años setenta son debido a la preocupación de producir just in time (*) en tiempo real en función de la demanda se han traducido en una intensificación del trabajo. Van acompañadas de una exigencia de polivalencia por parte de los trabajadores, obligados a cambiar de funciones sin cesar. Este zapping de tareas ocasiona un especial malestar entre los asalariados, que reside en el hecho de no poder terminar lo que han empezado, y que tienen la sensación de no hacer bien su trabajo. Los sociólogos denominan esta frustración “la calidad impedida” (4). 

Pero sus efectos no terminan en la puerta de la empresa. Lejos de ahí. La banalización de los contratos de duración temporal  se traduce en una incapacidad de sus titulares por proyectarse hacia el futuro que repercute en el presente. Son personas forzadas a vivir al día, con la inquietud de tener trabajo pero también de contar con protección, al no poder cotizar plenamente.

Este incremento de las incertidumbres (5) que conlleva el difuminado de la sociedad salarial no afecta de la misma forma a todos los ciudadanos: si los mejor dotados pueden incluso sacar provecho de una flexibilidad acrecentada, muchos, por el contrario, la sufren si no disponen de apoyos necesarios para esta autonomía. La experiencia del paro ilustra bien dicha desigualdad: mientras que para algunos (jóvenes) mandos constituye a menudo un paréntesis bienvenido entre dos empleos, puede significar una auténtica “muerte social” cuando golpea a los obreros.  Lejos de ser libre, el tiempo puede llegar a estar literalmente “vacío” (6). El valor social del trabajo se ha convertido en la manera privilegiada de afirmar el propio estatus. Y ello se traduce, en concreto, en una inversión notable entre los grupos mejor formados y los demás: el tiempo de trabajo profesional de los primeros no ha dejado de aumentar, al contrario de lo que ocurre con el de los segundos.
 

03.LA ACELERACIÓN, ¿EL NUEVO ROSTRO DE LA ALIENACIÓN?

Más aún, la flexibilización de los horarios profesionales ha desembocado en una desincronización de los tiempos sociales, bien estudiada por Laurent Lesnard (ver “Saber más”). Mientras que a mitad de los Gloriosos Treinta los miembros de la sociedad empleaban el tiempo de forma relativamente coordinada y realizaban las mismas acciones en el mismo momento (ir o volver del trabajo o de la escuela, comer, divertirse, etc), hoy esta coordinación cada vez se da menos. Ello tiene implicaciones profundas para los lazos familiares y amicales, fragilizados, sobre todo entre las clases populares.  

Ilustración: Idana Rodríguez

Es difícil, en efecto, ocuparse de los hijos después del colegio cuando es el momento en el que uno empieza la jornada laboral. Porque “el ocio de unos deviene el trabajo de los otros”, remarca el sociólogo, y el alargamiento de las jornadas de trabajo de los mandos se traduce también en una demanda de apertura de los comercios más tarde por la noche o los fines de semana, en detrimento de los trabajadores afectados y de sus respectivas familias.  

Esta evolución muestra cómo enmarcar los horarios de trabajo se revela como algo crucial para proteger la vida social en su conjunto. Porque la democracia exige también cierta disponibilidad para informarse, militar, dar su tiempo como voluntario o interrelacionarse con los vecinos. También aquí las mujeres salen peor paradas, sobre todo cuando son madres, ya que desempeñan una doble jornada de trabajo al continuar asumiendo la mayor parte del trabajo doméstico a pesar de una igualdad de fachada.

Estas nuevas desigualdades son cruciales, pero no deberíamos pensar que las llamadas clases altas se libran del problema. Están, en efecto, expuestas en primera línea a un proceso de racionalización del tiempo que afecta al conjunto de su existencia. Sus actividades fuera del trabajo están cada vez más impregnadas de una inquietud por la rentabilidad para poder afrontar una competencia generalizada y siempre más ávida: trata de formarse, cultivarse o mantener las relaciones, mientras que el ocio de los hijos debe revestir una dimensión educativa. No es cuestión de hacer el vago, de remolonear o, hablando en plata, de perder el tiempo.

De este modo, para Harmut Rosa, la alineación en las sociedades modernas se sitúa en este régimen temporal estricto que resume en la palabra “aceleración”. Reviste tres formas: la aceleración técnica (que encarna el crecimiento continuo de la velocidad de los transportes y de las comunicaciones), del cambio social (caracterizado por el declive de la fiabilidad de las experiencias y de las expectativas) y del ritmo de vida (con la posibilidad y la necesidad  de “hacer más cosas en menos tiempo”). Tres facetas de una misma cosa,  que conduce a una paradoja mayor: la sensación constante de falta de tiempo para hacer todo lo que “debemos” hacer. Internet nos permite de este modo comunicarnos con una rapidez inédita, pero en consecuencia, invertimos un tiempo en leer y responder a los mensajes electrónicos, cada vez más numerosos.

Enmudecida por la competencia generalizada y por la promesa de eternidad que comporta la modernidad, esta aceleración nos impide apropiarnos realmente del mundo que nos rodea. Nos quedan dos salidas: bien la desaceleración forzada, mediante la depresión o el burn-out (*), bien la desaceleración intencionada. Es la que promueven sobre todo los movimientos slow que se vienen desarrollando desde hace 20 años.

Militantes del slow food, de la slow city, de la slow science o el “decrecimiento” (8) tienen en común haber adoptado al caracol como mascota. Y sobre todo, impulsar la lentitud y el buen ambiente contra el frenesí del “cada vez más (deprisa)”, y contra el estallido de las condiciones de nuestra vida a largo plazo por culpa del corto plazo. La única forma de hacer el tiempo verdaderamente libre.
 

PARA SABER MÁS:

· Sobre el tiempo, de Norbert Elias, FCE  (1989)

· La famille désarticulée, por Laurent Lesnard, PUF, 2009

· Le temps fractionné, por Patrick Cingolani, Armand Colin, 2012

· Tiempos sociales, concordancias y discordancias, dosier de Informaciones sociales número 153, 2009, accesible en el portal Cairn

· Accéleration, por Harmunt Rosa, La Découverte, 2010

REFERENCIAS:

1. Raisons d’Agir, 2012.

2. Sesenta años de reducción del tiempo de trabajo en el mundo, por Gérard Bouvier y Fatoumata Diallo, Insee Première núm. 1273, enero de 2010.

3. Ver en especial Cajera, y ¿después?, una encuesta entre las trabajadoras de la gran distribución, por Mathias Waelli, PUF, 2009.

4. Ver El trabajo en el corazón. Para acabar con los riesgos psicosociales, de Yves Clot, La Découverte, 2010.

5. El aumento de las incertidumbres. Trabajo, protección, estatus de los individuos, por Robert Castel, Le Seuil, 2009.

6. Muy bien analizado a partir de los años treinta, por Paul Lazarsfeld, Marie Jahoda y Hans Zeisel en Los parados de Marienthal, Minut 1982 ( 1931 ).

7. “¿Una pausa en el avance hacia la civilización del ocio?”, por Alain Chenu y Nicolas Herpin, Economía y estadísticas núm. 352-353, 2002, pág. 15-37.

8. Ver por ejemplo la web www.slowfood.fr o el mensual La décroisssance (El decrecimiento) 

(www.ladecroissance.net).

LÉXICO

Proceso de civilización: teoría desarrollada por Norbert Elias que hace de la interiorización de las obligaciones externas por parte de los individuos, empezando por la represión de sus pulsiones violentas, el corazón del desarrollo de las sociedades modernas cuyos miembros cada vez son más interdependientes.

Metainstitución: designa una institución como el Estado o el lenguaje que, en una cierta sociedad, determina todas las demás.

Ganancias de productividad: alza del valor que se produce de media durante una hora de trabajo de un trabajador (productividad llamada “horaria”).

Paro parcial (o técnico): situación en la que a un trabajador asalariado se le priva del trabajo, por falta de pedidos suficientes, pero manteniéndolo vinculado a su empresa y recibiendo una indemnización específica.

Just in time o En tiempo real: organización de la producción atribuida al ingeniero Taiichi Ohno, de Toyota, que pretendía adaptar la producción en tiempo real a la demanda, para reducir así los costes de almacenamiento.

3 h 30: es el tiempo diario que los franceses pasan delante del televisor, según Médiamétrie. Una duración que va en aumento aunque, paradójicamente,  aseguran que le atribuyen a esta actividad una débil calidad.

Burn-out o síndrome del agotamiento profesional: Estado de agotamiento físico y psicológico que sigue a una exposición permanente y prolongada al estrés en el medio profesional.