La capacidad de generar actividad
La magnitud del frenado de la actividad desde 2008 muestra que la crisis ha dejado huellas persistentes en las economías desarrolladas: el ritmo de lo que llamamos “crecimiento potencial” parece haberse reducido de manera permanente.
ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA
1. UN POTENCIAL DETERIORADO
¿Es el crecimiento cero nuestro horizonte? En el curso de los siete últimos años (2008-2014), el crecimiento acumulado del producto interior bruto (PIB) ha alcanzado el 1,1% en Francia, o sea, entre el 0,1% y el 0,2% de media anual. En Reino Unido y Japón los resultados no son mucho más brillantes. Para el conjunto de la zona euro, el PIB se sitúa todavía por debajo de su nivel en 2007. Salta a la vista que, la gran recesión de 2008- 2009 pesa sobre estas cifras. Sin embargo, una vez pasado el rebrote de 2010-2011, la actividad ha quedado en un punto muerto en Francia, y en general en la zona euro. Si ciertas economías, como las de Estados Unidos y Reino Unido, parecen más favorecidas, su ritmo de crecimiento anual está en retroceso al menos en un punto en relación con los años 1990 y la primera parte de los años 2000. En otras palabras, la crisis parece haber dejado huellas permanentes sobre el potencial de crecimiento de las economías.
Popularizada por los trabajos de Arthur Okun en los años 1960, la noción de “producción potencial” ocupa hoy un lugar central en el análisis macroeconómico. Este concepto permite determinar si la economía en su conjunto dispone de márgenes de producción inutilizados, y, en tal caso, la actividad puede ser estimulada sin temer una aceleración de los salarios y en consecuencia, de los precios. O si, por el contrario, el ritmo de crecimiento de la producción es insostenible.
La política económica debe ser preventiva, no reactiva
La producción depende de la inversión y de la fuerza de trabajo
La política económica no puede, sin embargo, esperar a que los desequilibrios (inflación, paro) sean flagrantes para actuar. Debe ser preventiva y no reactiva. De ahí la idea de medir la distancia entre el PIB observado y el PIB potencial de la economía con el fin de evaluar su trayectoria y de tener en cuenta en los desequilibrios observados qué parte procede de las fluctuaciones coyunturales de la actividad y qué parte cabe atribuirla a factores estructurales.
Toda la dificultad, por supuesto, reside en la determinación del PIB potencial. Este no es en efecto observable directamente (véase el recuadro al final del artículo). Su cálculo integra implícitamente los parámetros de un crecimiento sostenible, que implica una estabilidad de los precios, que es definido por el objetivo de inflación fijado por el gobierno o por el banco central. A esto se añade que el potencial de producción es un concepto dinámico; su nivel futuro depende, entre otras cosas, de la evolución presente y pasada de la inversión y de la fuerza de trabajo disponible.
Esto es lo que ilustra la comparación entre el nivel del PIB norteamericano y el del PIB potencial tal como había sido evaluado en 2007 y el que es estimado hoy. La profundidad del parón de la producción ocurrido a finales de 2008 y principios de 2009 queda patente a la vista de las dos curvas del PIB potencial. Pero sobre la base de la tendencia del PIB potencial estimado en 2007, la diferencia del PIB al PIB potencial alcanzaría todavía el 11% en el primer trimestre de 2014, mientras que no es más que del 4% si se refiere a la estimación actual del PIB potencial.
La diferencia conduce al decaimiento del potencial de crecimiento entre las dos fechas, debida a la baja de la inversión productiva, sinónimo de reducción del stock de capital y de las salidas definitivas del mercado de trabajo provocadas por la crisis, de ahí el descenso de la tasa de actividad (1).
2. UN PUNTO DE ANCLAJE PARA LA POLÍTICA ECONÓMICA
La medida del PIB potencial reviste una importancia crucial para la política monetaria porque integra una referencia directa a la estabilidad de las variables nominales (precios y salarios). Los bancos centrales hacen así referencia regularmente a la diferencia del PIB en relación con su nivel potencial en la formulación de sus políticas, y más precisamente todavía en la fijación de sus tipos directores. Esto ha conducido al economista norteamericano John Taylor a proponer en 1993 una regla de cara a estimar el tipo de interés óptimo desde el punto de vista de la situación coyuntural de la economía. La llamada regla de Taylor define estos tipos en función de la desviación de la tasa de inflación con respecto al objetivo asignado por el banco central, a la diferencia del PIB con su nivel potencial y del tipo de interés real observado cuando la economía crece de forma equilibrada.
Si, por ejemplo, el tipo de interés real de equilibrio es del 2% y el objetivo de inflación se fija en el 2%, el tipo de interés nominal deberá estar fijado en el 4% por el banco central en el caso en que la inflación observada fuera igual que el objetivo y la diferencia del PIB con su nivel potencial resultara nula. Según las formulaciones más corrientes de la regla de Taylor, una diferencia positiva de un punto de la tasa de inflación en relación con su objetivo debería conducir al banco central a subir su tipo director en un 1,5%. En el caso de una baja del PIB en relación con su nivel potencial en un punto, el tipo director debería bajarse el 0,5%.
Criticado por su rigidez y por el hecho de que prescinde completamente de los aspectos relativos a la estabilidad financiera de la economía, la regla de Taylor, sin embargo, no deja de proporcionar un instrumento precioso para apreciar el carácter a priori expansivo o restrictivo de las políticas monetarias. Aplicado al contexto norte-americano, la regla conduciría, si fuera aplicada mecánicamente, a fijar el tipo director de la Reserva Federal (Fed) al 1,25%, en lugar del actual 0,1%. En el caso de la zona euro, la regla de Taylor deja en evidencia la situación imposible en que se encuentra el Banco Central Europeo (BCE): aplicada a Alemania, conduciría según las estimaciones del PIB potencial de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a subir los tipos de interés en tres puntos; aplicada a España o a Italia, exigiría teóricamente un tipo de interés negativo.
El concepto de PIB potencial ejerce también un papel principal en la definición de la política presupuestaria. En efecto, a política presupuestaria igual (dicho de otra manera, en ausencia de medidas nuevas afectando a la fiscalidad o a los gastos de las administraciones públicas), el saldo presupuestario varía con las fluctuaciones coyunturales de la economía. Un nivel de actividad más elevado aumenta los ingresos fiscales y reduce ciertas partidas de gastos (como los subsidios al desempleo). Inversamente, el déficit presupuestario se hincha automáticamente en los períodos de recesión por los efectos de la reducción de los ingresos fiscales y el aumento de los gastos sociales.
Para evaluar la orientación dada de manera deliberada a la política presupuestaria por el gobierno, haciendo abstracción del impacto de la coyuntura, se calcula un saldo estructural de las finanzas públicas que corresponde a lo que sería el saldo presupuestario si el PIB fuera igual al PIB potencial..
Cuanto más se separa a la baja el PIB de su nivel potencial, más importante es el componente coyuntural del déficit, más limitada es su componente estructural y más reducida es la restricción presupuestaria requerida para asegurar la vuelta a una trayectoria de finanzas públicas sostenibles a medio plazo.
Integrada al Tratado sobre la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza (TECG) de 2012, la regla de oro presupuestaria hace referencia explícitamente al déficit estructural de las administraciones públicas —que fija el límite en el 0,5% del PIB— y a la noción del PIB potencial que la sustenta. Esta regla, muy exigente, suscita controversias más vivas que las grandes incertidumbres que afectan el modo de cálculo del PIB potencial (véase el recuadro al final del artículo).
La referencia a partir de ahora omnipresente al PIB potencial en la formulación de las políticas coyunturales hace perder de vista que este concepto no tiene sentido si no es en relación con una evolución a largo plazo y de su carácter dinámico. El hundimiento de los ritmos de crecimiento de las economías avanzadas en el período reciente y la revisión constante a la baja de las estimaciones del PIB potencial que lo acompañan han restablecido con toda la razón el debate sobre las condiciones de una recuperación del crecimiento potencial de las economías. Por definición, éste depende de la cantidad de factores (trabajo y capital) implicados en la producción y en su productividad. Una presentación simple consiste en deducir la tasa de crecimiento potencial de la suma de la tasa de crecimiento de la población activa y de la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo. El aumento del stock de capital se convierte desde esta óptica en un determinante de la productividad del trabajo.
Las políticas favorables a la innovación hacen a un país más productivo
La demografía influye en la determinación del PIB potencial
La demografía de los países avanzados está globalmente marcada, por una parte, por un crecimiento más lento de la población y, por otra, por un descenso de la parte de la población de edad activa dentro de la población total. Observables en Japón desde el principio de la década de 2000, estas tendencias negativas afectan a partir de ahora a un gran número de países desarrollados y deberán acelerarse a partir de 2020.
Pero lo que inquieta son sobre todo los progresos cada vez más lentos de la productividad del trabajo. Este fenómeno, particularmente marcado en Europa y en Japón, puede parecer paradójico a la vista de la amplitud de los cambios tecnológicos radicales en curso. Es, por otra parte, en Estados Unidos, cuna de la actual revolución tecnológica, donde este proceso es menos pronunciado.
Con un crecimiento de la productividad por hora del 0,6% a lo largo de la pasada década, Francia se encuentra en el pelotón de cola de las grandes economías desarrolladas. El declive de la productividad, observado en todos los sectores, se explica, según un estudio reciente del Consejo de Análisis Económico, debido a una inversión insuficiente en capital productivo, un esfuerzo demasiado limitado en investigación y desarrollo (I + D), especialmente por parte del sector privado; una penetración excesivamente lenta de las nuevas tecnologías en el tejido productivo, las bajas tasas de actividad para los más jóvenes y los séniores (55-64 años) y capacidades insuficientemente adaptadas a las necesidades del sector productivo.
ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA |
Si bien a corto plazo depende de la capacidad de los gobiernos de aflojar las obligaciones financieras que pesan sobre la actividad, la recuperación del potencial de crecimiento a largo plazo pasa ante todo por la puesta en práctica de políticas estructurales dirigidas a mejorar el nivel de cualificación de la población activa y también de la capacidad de innovación de la economía.
Pasa también por la reinversión en el campo social por los Estados, por una revalorización de la formación continua, una tutela sistemática de la reinserción profesional y una modernización del sistema educativo, que debe ser considerada, desde este punto de vista, como una inversión altamente rentable para la economía a largo plazo. Del mismo modo, hay que considerar la promoción de una economía del conocimiento por el estímulo del I + D privado, el apoyo del capital riesgo y la difusión de las tecnologías punta en el sistema productivo.
El PIB POTENCIAL: UNA MEDIDA DELICADA
La estimación del producto interior bruto potencial puede efectuarse según dos métodos. El primero, puramente estadístico, consiste en deducir el PIB potencial de la producción efectiva, según la tendencia seguida en el pasado. La hipótesis implícita es que la tendencia del PIB sobre un período de referencia define su potencial de crecimiento. Para determinar esta tendencia, la serie temporal del PIB es objeto de un aplanamiento, que puede ser más o menos intenso, de manera que puede ser descompuesto en un componente “tendencial” (trend) y un componente “cíclico”. Este método, utilizado en el pasado por la Comisión Europea, para la valoración de los presupuestos de los Estados, presenta la ventaja de ser transparente y de poder aplicarse a diferentes países sobre la base de parámetros estadísticos idénticos. Este método tiene, sin embargo, el inconveniente de no apoyarse sobre ninguna base económica y de conceder un peso excesivo a los desarrollos coyunturales más recientes, que en general no se integran en un ciclo económico completo.
El otro método, utilizado por la OCDE y el Fondo Monetario Internacional (FMI), consiste en estimar el PIB potencial a partir de una función de producción (*); dicho en otras palabras, sobre la base de los datos disponibles relativos los factores de producción (trabajo, capital) y sus productividades. Del lado del empleo, medido en horas de trabajo, se integran los datos y las proyecciones relativas de la población en edad de trabajar, a la tasa de actividad (*) y a la duración del trabajo. El empleo potencial se deriva de la tasa de paro compatible con la estabilidad de los precios o de los salarios que es objeto a su vez de estimaciones econométricas.
Más adaptado a la comprensión de los hechos económicos, este modo de cálculo tiene la ventaja de explicar como la evolución del PIB potencial está afectada por los diferentes elementos que entran en su composición. Por ejemplo, una tasa de actividad más elevada o un ritmo de acumulación del capital productivo más sostenido tendrán por efecto elevar el nivel del PIB potencial. Las políticas estructurales dirigidas a mejorar el grado de cualificación de la población, así como la capacidad de innovación, contribuirán también a mejorar el potencial de la economía. Inversamente, las fases de recesión y más aún las crisis financieras, provocan una baja del nivel del PIB potencial porque destruyen capital (cierre de fábricas) o favorecen su deslocalización, y aumentan el nivel de paro de larga duración, que a menudo es sinónimo de salida definitiva del mercado de trabajo.
(1) Tasa de actividad: Es la relación entre la población activa (personas que disponen de un empleo o que lo están buscando) y la población en edad de poder ser activa.
(*) Tasa de empleo: Es la relación entre la población ocupada y la población en edad de poder ser activa.
(*) Función de producción: Relación que asocia el nivel de producción al de los diferentes elementos o “factores” comprometidos en el proceso de producción y a sus productividades respectivas. Los principales factores son el trabajo y el capital.