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La extrema derecha que asfixia a la UE

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Enero 2018 / 54

Solo un giro copernicano que aleje las políticas neoliberales permitirá a Europa tener un papel más activo en la economía y en la sociedad​.

Las políticas liberales seguidas para salir de la crisis de 2007 han supuesto un fuerte aumento del antieuropeísmo. La pérdida de poder adquisitivo, la precariedad laboral, el aumento de la desigualdad social, la corrupción, el miedo al futuro y la disolución de la propia identidad han creado un entorno propicio para exaltar emociones.
 
Una globalización descontrolada, la crisis económica mal resuelta y cambios tecnológicos amenazantes para muchos están teniendo graves consecuencias para las clases medias y populares. Los partidos tradicionales no han sabido dar respuesta a las nuevas inquietudes. Mientras los ciudadanos sienten que nadie les representa, florecen partidos que prometen soluciones fáciles y recuperar un “pasado glorioso”.
 
Son partidos de extrema derecha con notables diferencias entre ellos, aunque suelen compartir el rechazo a la globalización, a la integración europea y a la inmigración. La extrema derecha, como una metástasis, está penetrando con fuerza en Europa. Los resultados de la últimas elecciones en Holanda, Francia, Austria, Alemania y República Checa lo confirman.
 
Antes de la crisis, la clase obrera tenía la sensación de que su situación había mejorado, pero era un sentimiento engañoso, ya que el aparente aumento de la capacidad adquisitiva era resultado de los créditos baratos y del fácil acceso a productos de países emergentes mucho más asequibles. Con la crisis de 2007 desapareció el espejismo. El paro y la precariedad laboral se han impuesto; los desahucios han florecido; gente que se consideraba de clase media se ha convertido en clase obrera; muchos temen quedarse sin trabajo por el cambio tecnológico; la inmigración se ve como una amenaza; la marginación social crece. Todos ellos se sienten humillados, ven que nadie les representa y que nadie se preocupa por ellos.
 
Hoy la clase obrera ya no cree tener un papel de vanguardia como lo tuvo en el pasado, ni cree en la revolución anticapitalista. La cultura de resistencia al capitalismo ha cambiado hacia una cultura de resistencia a la globalización, a la inmigración y a los derechos humanos, lo que explica el aumento de la extrema derecha.
 
¿Cómo se puede reorientar este proceso que está destruyendo la democracia y puede llegar a desintegrar la UE? En primer lugar, aceptando que las políticas seguidas para salir de la crisis han supuesto un fracaso social, y luego, dando respuestas tangibles a las necesidades reales de los ciudadanos.
 
El presidente francés, Emmanuel Macron, ha presentado un plan para “devolver Europa a sus ciudadanos.” El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, también ha propuesto, una vez más, rescatar el pilar europeo de derechos sociales. En definitiva, declaraciones, conferencias, encuentros, propuestas y más propuestas, pero realidades bien pocas.
 
Sólo un giro copernicano que aleje las políticas neoliberales, podrá enderezar la situación. En paralelo, se debería avanzar hacia la unidad política, económica y social, para poder hacer frente a los retos de la globalización, lo que exigirá que los Estados miembros cedan soberanía y muestren mayor solidaridad.
 
Si reconocemos que muchos de los problemas que se denuncian son reales, no debemos limitarnos a condenar la demagogia de la extrema derecha. La UE debe tener un papel más activo en impulsar la economía, en distribuir sus beneficios, corregir las desigualdades, crear puestos de trabajo, controlar los servicios públicos esenciales, mejorar las condiciones laborales y del Estado de bienestar, defender los derechos civiles, la igualdad del hombre y la mujer, el ecologismo y la solidaridad.
 

Las políticas para salir de la crisis han supuesto un fracaso social

Los Estados deben ceder soberanía y ser más solidarios

La extrema derecha tiene un relato muy próximo a los sentimientos y necesidades inmediatas de los ciudadanos, como defender los puestos de trabajo, impedir la inmigración o asegurar las pensiones, y para ello promete recuperar el control de la política y de la economía, lo que levanta entusiasmo y pasión.
 
Un nuevo progresismo debería también levantar pasiones, no contra el pobre inmigrante, sino contra las élites políticas y económicas que se apropian del crecimiento económico y destruyen la cohesión de la sociedad.
 
Si se quiere salir de la crisis social y moral actual, habrá que contar con la adhesión de los ciudadanos, y para ello presentar un proyecto que suponga mejoras inmediatas en el marco de un ambicioso proyecto de crear una moderna sociedad de bienestar para todos.