No clonen Silicon Valley
Doctor en Física (MIT) y en Sociedad de la Información (UOC)
Debemos buscar alternativas al mitificado modelo: su idea de progreso da prioridad a las máquinas y no sirve para nuestros retos socioeconómicos. Además, agranda las desigualdades.
ILUSTRACIÓN: DARÍO ADANTI
La disociación del 1% y el resto no es exclusiva de Wall Street. Los líderes de Silicon Valley son cada vez más ricos.
La mística de Silicon Valley fascina porque allí nacieron muchas empresas emblemáticas del sector de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC): Hewlett-Packard, Intel, Cisco, Oracle, Apple, Yahoo!, eBay, Google, Paypal, YouTube, Facebook. Porque algunos de sus ejecutivos, con fortunas de miles de millones de dólares, están entre los personajes más ricos del mundo. Porque otros, como Steve Jobs, el fundador de Apple, y Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook, son personajes icónicos, referentes de éxito global. Porque de allí emergen innovaciones digitales y modelos de negocio que transforman la vida de personas, el funcionamiento de empresas, la estructura de sectores económicos.
Aunque los intentos de replicar Silicon Valley fuera del propio Silicon Valley han tenido escaso éxito, hay aún quien promueve desde España iniciativas que aspiran a convertirse en incubadoras de futuros Silicon Valleys en varios países.
No es una aspiración razonable porque lo que hace latir a ese econosistema es la combinación que concentra de forma excepcional capital humano e infraestructura educativa, con una cultura de ambición y pasión por lo nuevo, incentivada a su vez por un entramado de capital-riesgo que reúne de verdad, allí sí, capital y disposición al riesgo. Si no es posible replicarlo al completo, y no lo es, mejor no copiarlo ni envidiarlo a trozos. No funciona.
Pero incluso si Silicon Valley fuera clonable, pienso que no sería acertado intentarlo porque las estadísticas de Estados Unidos muestran que mientras que el producto interior bruto (PIB) per cápita crecía de forma sostenida durante los últimos treinta años, en parte por los aumentos de productividad derivados de las TIC, la renta de las familias se estancaba. Una minoría se ha apropiado, pues, de la mayor parte de los beneficios generados por las TIC. Un fenómeno global que se reproduce localmente. Un informe reciente de Associated Press (AP) indica que mientras que los ricos de Silicon Valley lo son cada vez más, la renta media se reduce y un número creciente de residentes cruzan, hacia abajo, el umbral de pobreza.
Así pues, la disociación entre el 1% y el resto no es exclusiva de Wall Street; se da también en el sector tecnológico. El papel de los líderes de Silicon Valley como rol models no se ha deteriorado aún como el de los financieros, pero habría motivos para ello.
Esto se debe a que, además de tecnologías y modelos de uso de las mismas, Silicon Valley exporta una visión de progreso y una ideología cuestionables, poco adecuadas a los retos económicos y sociales que existen. Una ideología que justifica, por ejemplo, comprar por 1.000 millones de dólares una empresa de menos de 20 empleados cuya misión es facilitar compartir fotos por el móvil.
Merece la pena considerar alternativas porque la oferta free de los Google, Facebook, Instagram y multitud de otras apps es (Jaron Lanier dixit) como el canto de las míticas sirenas. Fascinante, pero adictiva, porque su ética de the winner takes it all justifica monopolios de facto socialmente no deseables. Porque, arrogantes ellos, proclaman que su misión es nada menos que “ordenar toda la información del mundo y hacerla accesible” (Google) o construir un mundo “más abierto y conectado” (Facebook). Pero, a juzgar por lo que hacen, su objetivo real es acumular información sobre las personas para con ello ganar cuotas desproporcionadas de riqueza y poder. De un poder global, porque el 80% de sus usuarios están fuera de Estados Unidos. De un poder que se resiste a ser compartido, controlado o regulado, porque ello iría en contra de la ideología individualista, libertaria y nada social que se impulsa desde Silicon Valley.
Deberíamos considerar alternativas a Silicon Valley porque su concepto de progreso se centra en hacer más imprescindibles a sus máquinas que a las personas. Porque, abogando por las virtudes de la innovación disruptiva a gran escala, promueve procesos de destrucción creativa que soslayan el valor social de lo que destruyen para reconstruirlo a su modo concentrando información y poder, centrifugando los daños colaterales. Hablemos, por ejemplo, de la intimidad, el periodismo, los MOOC (cursos masivos y abiertos online) y el futuro de la Universidad.
Silicon Valley fascina, pero infoxica. Su tecnología comporta, como otras en el pasado, ideologías y políticas muy concretas. Al adoptarla masivamente firmamos, casi a ciegas, un contrato cuyas consecuencias tardan un tiempo en evidenciarse. Empiezan a hacerlo. Es momento de reaccionar. De promover alternativas. Las hay.