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¿Patología o engranaje democrático?

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Septiembre 2018 / 61

Los conflictos sociales y las acciones colectivas son clave para la regulación de las sociedades democráticas.

ILUSTRACIÓN: Pedro Strukelj

En varios sectores de la economía resuena en ocasiones una ira que se expresa de diversos modos de acción colectiva, sobre todo paros laborales u ocupaciones. En Francia suele ser agudo, pero también en otros países. Algunos ven en ello un bloqueo estéril del curso normal de la vida económica y social, por no decir un obstáculo a la libertad de desplazarse o de estudiar. Significa olvidar que expresar desacuerdo no solo constituye un derecho fundamental en democracia, sino también un elemento indispensable para su regulación*. Para entenderlo, es importante en primer lugar aclarar de qué se trata.

 

MARX VERSUS DURKHEIM

Un conflicto tiene lugar cuando la reivindicación de una de las partes choca con el interés de la otra. Y si sobrepasa el enfrentamiento individual, puede dar lugar a una acción colectiva, es decir, a “la coordinación de esfuerzos en nombre de intereses o programas compartidos”. Adquiere una dimensión política desde el momento en que, directa o indirectamente, implica a representantes del Estado. Estos tres elementos constituyen lo que Charles Tilly y Sidney Tarrow han denominado “política del conflicto” para analizar episodios tan variados como la lucha por la abolición de la esclavitud o el conflicto de Irlanda del Norte. Su punto de vista sugiere que la existencia de canales de expresión de los conflictos, lejos de llevar a la guerra civil, permite, por el contrario, prevenirla evitando que las tensiones se repriman hasta que terminen por estallar. 

Es algo que no comprendieron los fundadores de la República Francesa, que, al prohibir las asociaciones entre 1791 y 1864, contribuyeron a alimentar los disturbios a lo largo de todo el siglo XIX.  Cuando finalizó dicho siglo, la mayoría de las elites, incluidos algunos sociólogos, como Gabriel Tarde y Gustave Le Bon, seguían considerando las protestas de las masas contestatarias como simples contagios de tipo emocional carentes de racionalidad. El propio Emile Durkheim percibía en los conflictos, sobre todo los que tienen lugar entre patronos y asalariados, un factor de anomia* que amenaza la cohesión social.

Por el contrario, Karl Marx veía en los conflictos sociales el motor del cambio social, y no dudaba en afirmar al comienzo del Manifiesto del Partido Comunista (1847), escrito con Friedrich Engels: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”. Con ello quiere decir que la defensa, por parte de los agentes que comparten una misma posición en las relaciones de producción, de sus intereses comunes y necesariamente divergentes de los de los demás es la que determina en última instancia toda evolución política. Y, de hecho, ha sido mediante la lucha como los trabajadores han podido conquistar cierto número de derechos sociales. 

Otro sociólogo alemán, Georg Simmel, explica en El conflicto (1908) que no hay que confundir este con sus causas, que constituyen el auténtico elemento de disociación. El conflicto representa en su opinión un “movimiento de protesta contra el dualismo que separa”, y que, igual que los síntomas de una enfermedad, constituyen “el esfuerzo del organismo para librarse de sus trastornos”. Un triple reconocimiento une así a las partes en conflicto: en primer lugar, el reto que los enfrenta, en segundo, el adversario con el que se trata de seguir haciendo sociedad y, en tercero, las reglas formales e informales que enmarcan el enfrentamiento. 

 

UN EFECTO SOCIALIZADOR

Más aún, luchar juntos favorece la cohesión en el seno del grupo movilizado y ayuda a edificar una identidad común, oponiendo así las tendencias al aislamiento. La participación en un conflicto constituye, por ello, una experiencia socializadora intensa que con frecuencia favorece un interés duradero por la política, así como las diversas enseñanzas que conlleva la autoorganización. Además, los conflictos contribuyen a introducir en el debate público ciertos problemas que atañen a toda la sociedad: ¿se habría discutido tanto en Francia del servicio público de trenes sin el conflicto de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles (SNCF, en sus siglas en francés)?

Finalmente, lejos de impedir la negociación, los conflictos laborales tienen lugar, con frecuencia, en paralelo a ella: en las organizaciones en las que se contabilizan más conflictos es también donde se negocia más a menudo.

Sin embargo, hoy se puede observar una tendencia a la individualización de la conflictividad laboral que se manifiesta, por ejemplo, en un aumento del recurso a la magistratura de trabajo en detrimento de la huelga que no está desligado de las prácticas gerenciales de obstaculización de la creación de colectivos.

En todo caso, más que intentar distinguir entre buenos y malos conflictos, la sociología invita a estar, ante todo, atentos a sus raíces, a sus formas, así como a sus actores y a sus soluciones. Y recuerda que constituyen un elemento crucial de regulación de las sociedades democráticas.

 

LÉXICO

Regulación: proceso de reexamen regular de las normas que enmarcan la vida en sociedad para adaptarlas a los cambios de contexto y a las aspiraciones de los ciudadanos. 

Anomia: situación de debilitamiento de las normas sociales que ya no bastan para enmarcar los deseos y comportamientos individuales.