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Un dilema para los ahorradores

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Pertenece a la revista
Junio 2022 / 103

Ilustración
Elisa Biete Josa

Castigo ¿Por qué las políticas financieras benefician a los inversores y a los solicitantes de crédito más que a los depositantes?

Mi amiga Olivia (el nombre es ficticio, pero su historia real) es una persona ahorradora. Asalariada y cotizante durante décadas, ha ido añadiendo poco a poco una parte de su salario a lo que atesora como su reserva para la jubilación, para no tener que recurrir a los hijos si más adelante necesita pagar una residencia o a alguien que la cuide en casa.
 
Mi amiga empezó teniendo una cuenta de ahorro en un banco pequeño, más tarde absorbido por otro, que a su vez lo fue por un tercero. Tuvo, no obstante, la fortuna de que no cambiara la persona que la atendía como cliente, con la que con el tiempo acabó por establecer una relación de amistad y de confianza. Ambas acordaron que los depósitos a plazo fijo, que durante años los bancos retribuían con algún interés, eran una opción ajustada a las preferencias de una ahorradora. 
 
La situación ha cambiado. Para empezar, Olivia escogió acogerse al programa de prejubilaciones anexo a la última operación de absorción de que fue objeto su banco. A raíz de lo cual asignaron a mi amiga una asesora personal. Se hizo pronto evidente que el comportamiento de esta se ajustaba más al de un agente comercial cuyo principal objetivo fuera colocar productos de la entidad. Los bancos ya no retribuyen los depósitos, pero como continúan cobrando interés por los créditos, ofrecen a los clientes como Olivia créditos que ni necesita ni ha necesitado nunca. Al tiempo que no ofrece productos que retribuyan los ahorros de mi amiga, sus asesores intentan convertir a los ahorradores en inversores, un rol para el que Olivia no ha sido educada ni siente ninguna inclinación. 

Quizás sea hora de lanzar una campaña de ahorradores indignados como la de "somos mayores, pero no idiotas"

 
El proceso empieza pidiendo al ahorrador que se se someta (online) a un "test de idoneidad", un requisito del regulador cuyo objetivo explícito es asegurar que el cliente es capaz de conocer, valorar y aceptar los riesgos inherentes a los productos financieros que el banco ofrece. Al comprobar que su asesora la interrogaba sobre ETF, Sicavs, productos estructurados y otros sobre los que mi amiga no tiene conocimiento alguno, me pidió que la asistiera en esta conversación. Cuando la asesora se empeñó en hacer constar que Olivia conocía los seguros unit linked que había insistido en colocarle, me sentí forzado a intervenir apuntando que el objetivo del test es definir el perfil del cliente, no el de acomodarlo a los intereses comerciales del banco.
 
Durante los días siguientes, argumentando que Olivia estaba "perdiendo dinero" con la subida de la inflación, la asesora se mantuvo en la línea de intentar convencerla de que trasladara la mayor parte de sus ahorros a productos de inversión más agresivos. Es decir, a alternativas con un mayor potencial de rendimiento económico, pero que, como las ligadas de algún modo a la Bolsa de valores, comportan también mayor riesgo. Para una persona con perfil de ahorrador se genera así un dilema, la disyuntiva de elegir entre lo malo (intereses menores que la inflación) y lo peor (el riesgo de perder parte de sus ahorros). Así, de un desencuentro a otro, se fue deteriorando la relación entre la asesora y Olivia, hasta que ésta acabó optando por cambiar de banco.
 
Mucho me temo que mi amiga haya quedado doblemente defraudada por nuestras conversaciones sobre este asunto. En primer lugar, por su expectativa de que mi condición de colaborador de esta revista me capacitara para asesorarle sobre su dilema. Cuando lo cierto es que, como ahorrador que soy, comparto su frustración por el modo en que el sistema financiero trata a los ahorradores. Intuyo a la vez que mi explicación de las causas que han conducido a la situación actual, más que convencer o tranquilizar a mi amiga, ha contribuido a convertir su frustración en indignación.
 
Los efectos de la inflación
 
Hasta donde yo puedo entender, mi conclusión es que las políticas financieras, públicas y privadas, favorecen a los inversores y a los demandantes de crédito más que a los ahorradores.
 
- Las políticas de apoyo a la economía para paliar los efectos de la pandemia y de la crisis de 2008 se han basado en reducir los tipos de interés para estimular la inversión, con la consecuencia de reducir también la remuneración de la banca a los ahorradores.
 
- Por otra parte, una de las consecuencias históricas de una política de tipos de interés bajos es la de generar una inflación que la mayoría de los ciudadanos, tanto consumidores como ahorradores, considera indeseable. Sin embargo, la inflación beneficia a quienes se endeudaron durante la etapa de tipos bajos, porque cuando se reduce el valor del dinero lo hace también el de sus deudas, lo cual supone un doble agravio para los ahorradores.
 
- Para colmo, la subida de los tipos de interés para intentar contener la inflación genera ahora pérdidas para los titulares de fondos de inversión en renta fija, precisamente los productos que los bancos han aconsejado a muchos ahorradores con aversión al riesgo, pero no resignados a no recibir ningún interés por sus ahorros. Apuesto a que durante los próximos meses más de una entidad financiera tendrá problemas explicando a más de un cliente por qué se ha reducido el valor de sus ahorros y de sus fondos de pensiones invertidos en renta fija.
 
Asumir riesgos 
 
Imagino que habrá asesores financieros que aseguren que el dilema en el que se encuentran los ahorradores es inevitable, que ya se sabe que los mercados son así. Tal vez alguno se atreva incluso, en la línea de un comentario reciente del presidente de Iberdrola, a calificar de "tontos" a los ahorradores reticentes a invertir a riesgo. Pero lo cierto es que los mercados son una creación artificial y, por tanto, modificable, y que los bancos tienen en nómina a una plétora de expertos financieros en sus unidades de análisis. Esto hace plausible suponer que deberían estar en condiciones de obtener beneficios asumiendo los riesgos que ahora trasladan a ahorradores menos preparados. Quizá podrían así retribuirles algo mejor. ¿Por qué no lo hacen? Será cuestión de preguntarles. O quizá de lanzar una buena campaña de ahorradores indignados, en la línea del "somos mayores,pero no idiotas", a ver qué pasa.