‘Chalecos amarillos’
MODELO: La protección social francesa ha obedecido durante mucho tiempo a una lógica denominada bismarckiana. Los derechos estaban asociados al empleo y financiados por las cotizaciones sociales pagadas por los asalariados y los empleadores. El beneficio de esa protección social se fue extendiendo progresivamente a toda la gente. El seguro de enfermedad es hoy universal y su financiación descansa fundamentalmente en la contribución social generalizada (CSG), un impuesto personal basado en la renta. Desde 1995, cada año se aprueba una ley de financiación de la seguridad social que delimita la evolución del gasto. La cogestión del sistema por los interlocutores sociales es hoy en gran parte falsa. Emmanuel Macron ha optado por sacar las consecuencias de esta lección fortaleciendo el papel del Estado en la dirección de los diferentes regímenes sociales.
La sustitución de las cotizaciones sociales salariales por el impuesto a la hora de financiar el seguro de paro, con el pretexto de aumentar el poder adquisitivo, va acompañada de la obligación por parte de los interlocutores sociales de negociar importantes ahorros. Del mismo modo, la unificación de los regímenes de jubilación en un vasto sistema por puntos, prometida para este año, abre la vía a que el Estado sea el que controle el conjunto de las jubilaciones obligatorias, incluidos los regímenes complementarios gestionados por los interlocutores sociales, en un marco económico constreñido. Que el sistema de protección social se inscriba ahora en una lógica beveridgiana, según la cual los derechos están ligados al estatus de ciudadano y financiados por los impuestos, no es un mal en sí mismo. El problema es saber si ese giro va a realizarse hacia el modelo escandinavo o hacia el británico. Si todo el mundo podrá beneficiarse mañana de un alto nivel de protección o si la toma de control por el Estado —¿por el Ministerio de Economía y Finanzas?— no va a conducir, como se puede temer, a una rebaja de protección. En la que cada uno — de hecho, los más ricos— es libre de recurrir a seguros complementarios privados.
‘CHALECOS AMARILLOS’: El movimiento de los chalecos amarillos hace correr mucha tinta. ¿Podemos, al menos, estar de acuerdo en que hay que aumentar el precio de la energía para incitar a los hogares a reducir su consumo y hacer que nuestro modelo de actividad sea sostenible? ¿Que las políticas destinadas a amortizar el coste de ese aumento para los más pobre o los más dependientes no están a la altura? ¿Que no se trata solo de ayudarles, sino de invertir masivamente para permitirles que reduzcan su consumo energético? ¿Que la bajada de impuestos en beneficio de los más ricos que llevó a cabo Emmanuel Macron nada más ser elegido ha alimentado el resentimiento legítimo de los que consideran que pagan injustamente demasiados impuestos? ¿Que la exclusión de los intermediarios establecida también por Macron en su práctica de poder, que alía populismo plebiscitario con desdén tecnocrático, le deja hoy directamente expuesto a la ira popular? Y, finalmente que explicar las causas de ese movimiento no impone unirse a él sin condiciones, sobre todo teniendo en cuenta la enorme heterogeneidad de las motivaciones y de las personas que lo animan y lo apoyan.
PARAÍSO: El incendio que ha asolado Paradisse, la ciudad situada al norte de California, ha causado cerca de 80 muertos y más de 1.000 desaparecidos. <es un resultado sin duda limitado si lo comparamos con otras catástrofes naturales observadas en otras partes. Salvo que, en este caso, la catástrofe no tiene nada de natural, por sus causas —ya se trate del mal mantenimiento de los bosques, de unas líneas eléctricas mal aisladas o de los efectos del cambio climático— y, sobre todo, por sus efectos. Admitamos que los bomberos no pudieran controlar el fuego dada la violencia del viento, pero ¿cómo se puede explicar que, en uno de los países más ricos del mundo, capaz de llevar a cabo proezas tecnológicas, no fuera posible evacuar a unos cuantos miles de personas antes de que se vieran atrapadas por el fuego devastador? La respuesta es que se hubiera podido hacer, pero no se hizo.
En resumen, esto nos hace recordar lo que ocurrió en Nueva Orleans cuando el huracán Katrina. Indignante.