Francia mantiene su línea pronuclear
Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la cooperativa
NUCLEAR. El presidente francés, François Hollande, puede aún cumplir su promesa de cerrar la central de Fessenheim durante su mandato. Pero esa decisión simbólica, si tiene lugar, será la excepción que confirma la regla: el Gobierno no tiene ninguna intención de desviarse de la línea pronuclear seguida por Francia desde los años setenta. Así lo confirma el reciente acuerdo entre Électricité de France (EDF) y el Gobierno británico, por el que se construirán dos reactores EPR (Reactor Europeo Presurizado en sus siglas en inglés) en Somerset. O el anuncio, ahora probable, de prolongar por diez años el período de amortización de las centrales francesas, en paralelo al programa de inversión que emprendería EDF con el objetivo de mejorar su seguridad tras la catástrofe de Fukushima. Magnífico ardid, nos van a presentar la prolongación de la vida de las centrales nucleares como una medida a favor de la transición energética: al mejorar sus cuentas, la EDF podría liberar el capital necesario para el desarrollo de las energías renovables.
Mientras tanto, está claro lo que supondría para los accionistas de EDF (empezando por el Estado) una decisión que permitirá a la eléctrica reducir el montante de las amortizaciones y, por tanto, obtener muchos más beneficios. Por esta razón, las acciones de EDF han subido un 70% desde comienzos de año.
BRETAÑA. Las nubes se acumulan en la economía bretona: quiebra de la empresa Doux, cierre del matadero GAD, reestructuraciones en Alcatel y PSA. Estas desgracias se deben a múltiples factores. Doux ha sido víctima de la muerte anunciada de un modelo basado en la exportación subvencionada de carne de ave de baja gama. GAD sufre las consecuencias de la disminución de la demanda de carne porcina agravada por el dumping social practicado por la competencia alemana. Por último, las empresas que en la gran época de la ordenación del territorio acudieron a Bretaña atraídas por una mano de obra cualificada, disponible y poco onerosa, están inmersas en dolorosas reestructuraciones.
A pesar de todo, Bretaña se porta relativamente bien. Tras haber sido tierra de emigración durante mucho tiempo, supo valorizar sus ventajas, formar y retener a su juventud, a la vez que sacaba partido de su agradable modo de vida para atraer nuevos habitantes. Ello ha supuesto que hoy cuente con el mismo número de empleos que antes de la crisis financiera. Dejando a un lado success stories como Yves Rocher o Armor Lux, la región acoge múltiples empresas gestionadas por empresarios muy apegados a su tierra. También es un terreno fértil para la innovación tecnológica, sobre todo en el sector de los productos del mar, y para la innovación social, como muestra el dinamismo de la economía social y solidaria bretona. Solo debe abandonar un modelo agrícola que durante demasiado tiempo ha optado por la cantidad en detrimento de la calidad , con las consabidas consecuencias en el plano medioambiental, y desarrollar su potencial en energías renovables para, así, reducir su dependencia energética.
ESCUELA-EMPRESA . Al inaugurar el flamante Conseil National Éducation-Économie el pasado 18 de octubre, el primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, y el ministro de Educación, Vincent Peillon, afirmaron su voluntad de lograr que la escuela atienda a las necesidades de la economía. Es un tema recurrente desde hace mucho tiempo en un país en el que aquella se ha preocupado más en formar intelectuales y servidores —civiles y militares— del Estado que en responder a las necesidades de la economía. El predominio de la enseñanza general sobre la tecnológica y profesional así lo demuestra, o el hecho de que la formación en gestión sea en gran parte de pago y esté en manos del sector privado o de las cámaras de comercio, mientras que las escuelas de ingeniería y las facultades de letras, de derecho y de medicina son gratuitas o casi.
La función de la escuela no es únicamente formar la mano de obra que necesitan las empresas, sino que debe transmitir a cada alumno una cultura común y dotarle de los útiles que le permitan ejercer su condición de ciudadano. Pues es precisamente el dominio de esa cultura común y de esos útiles lo que permite acceder a un empleo. Por ello, y dejando a un lado el necesario debate sobre quién debe estar al frente de la formación, acercar la escuela a la empresa es ante todo luchar contra el fracaso escolar y romper con una pedagogía que no estimula suficientemente la autonomía, la iniciativa, el trabajo colectivo y el espíritu crítico. Así se formará a unos ciudadanos más ilustrados y a unos trabajadores más dinámicos.