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Gravar más la energía

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Febrero 2015 / 22

Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la cooperativa

VENTANA DE OPORTUNIDADES La desaceleración del crecimiento en China y el aumento de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos han originado la disminución de más de un tercio del precio del crudo en los últimos meses. Es un bonito regalo de fin de año para los conductores y para quienes han tardado en llenar su depósito de combustible. ¿Significa esto que los ambientalistas se equivocan cuando amenazan con una escasez futura? No. En el mismo momento en que los precios caen, los descubrimientos de nuevos yacimientos se enrarecen —y eso a pesar de la fuerte inversión de las empresas en los últimos años — y los costes de explotación se disparan, ya sea en las arenas bituminosas de Alberta o en los depósitos en aguas profundas de Brasil.

¿Cómo explicar, en estas circunstancias, los precios más bajos? Por la falta de visión del mercado: el precio del petróleo depende primero del equilibrio inmediato entre la oferta y la demanda. Si los proveedores no se ponen de acuerdo para limitar las cantidades en el mercado y la demanda se mantiene estancada, como es el caso hoy por hoy, el precio del petróleo suele caer por debajo del coste de extracción. Es entonces más rentable cerrar los pozos donde es más caro extraer, lo cual reduce la oferta y hace subir los precios hasta un nivel que justifique la reapertura del grifo.

Esta bajada del precio, sin embargo, tiene un importante efecto negativo: hace menos rentables las inversiones en energías renovables y la economía de la energía, y alienta el uso de combustibles fósiles, grandes productores de CO2. Por tanto, el sentido común indicaría que es el momento para aprovechar y aumentar sin dolor los impuestos sobre la energía y financiar así la inversión en transporte público o la renovación térmica de las viviendas. Pero esto sería, probablemente, “¡ecología castigadora!”.

PUTIN Si hay alguien para quien la caída del precio del petróleo no es una buena noticia, ese es el presidente ruso, Vladimir Putin. Rusia sigue dependiendo más que nunca de las exportaciones de petróleo y gas. Es una lección para quienes creyeron, cuando el ex agente del KGB llegó al poder, que su autoritarismo e intención centralizadora reactivaría la economía rusa, profundamente desorganizada como consecuencia de un decenio de pseudotransición de una economía burocratizada ya agotada a un capitalismo mafioso sin reglas.

Han pasado 14 años, y el país no ha logrado diversificar su economía. De hecho, el autoritarismo de Putin se ha traducido principalmente en una redistribución de las cartas entre oligarcas a beneficio de los amigos del Kremlin, con una autoridad política que se dedica más a controlar las rentas que al desarrollo del país. La similitud con Argelia es sorprendente. Ambos países necesitarían ante todo una revolución liberal, tanto a escala política como económica, con el fin de convertirse en una verdadera economía de mercado encuadrada en una verdadera democracia. Mientras tanto, los rusos —al menos los que tienen dinero— votan con sus rublos comprando euros y dólares de forma masiva.

LA DUREZA DEL TRTABAJO La mala fe de los sindicatos franceses en el dossier sobre las condiciones de trabajo es total. La cuestión esencial es muy simple. Históricamente, los sistemas de jubilación tenían como objetivo permitir a las personas demasiado mayores para seguir trabajando recibir una renta de sustitución y evitar de este modo que terminaran su existencia de modo miserable. Cuando las pensiones por retiro se generalizaron, la edad legal establecida era de 65 años, mientras que la esperanza de vida de un trabajador del sector manufacturero era de alrededor de 57 años...

Las cosas han cambiado desde entonces. Mucho mejor que sea así. Sin embargo, las desigualdades con que nos topamos en la vida laboral, como en la vida misma, se reproducen cuando llega el momento de jubilarse. La esperanza de vida de los mandos intermedios y los profesionales es mucho mayor que la de los obreros y la cuantía de sus pensiones, que se cuantifican en función de las cotizaciones pagadas, refleja los ingresos desiguales recibidos durante la vida activa. Sobre esta base, ¿debería considerarse, como hacen sindicatos y gran parte de la clase política, que este doble castigo es normal? ¿O debemos considerar que, debido a la igual dignidad de hombres y mujeres en democracia, es legítimo compensar estas desigualdades y adoptar medidas con el fin de reducirlas?