Las cantinelas liberales
Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la cooperativa
INCOHERENCIA Al tomar la decisión de limitar las prestaciones que perciben las familias más favorecidas, el Gobierno francés se ha querido dar una imagen “de izquierda” a la vez que ha reducido en 800 millones de euros el coste de la política familiar, cuantía que se suma al ahorro ya programado. Pero en lugar de restringir el campo de las prestaciones, hubiera sido mejor seguir reduciendo el techo del cociente familiar. La consecución de este movimiento, puesto en marcha en 2012, va a ser ahora muy difícil, por no decir imposible políticamente: desde el momento en que se cuestiona la universalidad de las prestaciones, los titulares de rentas elevadas —y hay muchos entre los editorialistas en boga— van a poner el grito en el cielo si se les toca el cociente familiar. Al elegir, hubiera sido preferible proseguir en esta vía.
Veamos por qué. El beneficio del cociente es proporcional a la renta: cuanto más rico se es, mayor es la reducción del impuesto, aunque la fijación de un límite máximo reduzca ahora este efecto. El cociente se aplica a partir del primer hijo y dura mientras está a cargo de la familia. Por el contrario, las prestaciones sólo se perciben a partir del segundo hijo y duran hasta que éste tiene 20 años. Esto significa que se deja de percibir cuando gasta más. En resumen: los hijos de las familias pobres se tienen que poner a trabajar, mientras que los de las ricas pueden hacer largos estudios superiores. Si realmente se quería ayudar a los hijos, a todos los hijos, hubiera sido preferible suprimir progresivamente el cociente para acumular suficientes ingresos a fin de poder pagar prestaciones desde el primer hijo y sustituirlas, a partir de los 18 años, por una prestación de autonomía que recibiría directamente el joven.
DIÁLOGO Las recientes declaraciones del ministro de Economía francés, Emmanuel Macron, a favor de una reforma del seguro de desempleo —ocho días después de la entrada en vigor del último acuerdo, negociado en primavera por la patronal y los sindicatos de los asalariados— han provocado la ira de los sindicatos firmantes, empezando por la CFDT y FO. Además, las declaraciones no han llegado en el mejor momento para hablar de economizar en el seguro de desempleo. Es cierto que cuesta caro. Es cierto que está en déficit. Pero no tiene nada de sorprendente cuando el paro aumenta: el seguro de desempleo tiene precisamente como objetivo evitar que los parados caigan en la pobreza y sostener la demanda, de modo contracíclico. En el fondo, el Gobierno, como no logra resultados en la recuperación de la actividad, saca las viejas cantinelas liberales: los parados estarían desincentivados, los empresarios tendrían miedo de contratar… y habría que actuar para lograr incentivar a los primeros y tranquilizar a los segundos.
No nos engañemos: esos centenares de miles de ofertas de empleo que quedan vacantes con que nos machacan a diario, no existen: un estudio realizado por Pôle Emploi demuestra que, de 100 ofertas aparentemente insatisfechas, 95 no pueden ser consideradas como tales, bien porque el puesto se ha cubierto dentro de la empresa, bien porque el proyecto se ha abandonado por razones económicas, bien porque el empleador lo que quería era un mirlo blanco.
ABUNDANCIA La ventaja de Jeremy Rifkin es que nos hace soñar. En unos tiempos dominados por el pesimismo, en los que gran número de franceses están más preocupados por su futuro de lo que su presente justificaría, no viene nada mal. Pero no hay que minimizar los desafíos a los que nos vamos a enfrentar. Es cierto que la evolución tecnológica hace posible la producción de una energía descentralizada. El potencial de las nuevas herramientas —impresora 3D, software libre— nos permite pensar en la posibilidad de un mundo en el que cada uno de nosotros podríamos fabricar, o al menos reparar, muchos productos. Ello permitiría conjugar economía sostenible y abundancia a la vez que se reducirían el espacio del mercado y los inconvenientes del trabajo.
Sin embargo, no hay que olvidar, como recordaba recientemente Philippe Bihouix, que todos esos instrumentos maravillosos movilizan, para ser producidos, materias primas raras. Y que el mejor modo de luchar contra su utilización exagerada sigue siendo alargar la vida de los productos, imponer normas que permitan reciclarlos íntegramente y sustituir su posesión por su utilización.