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Cómo no abrir un melón

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Septiembre 2020 / 83

Ilustración
Darío Adanti

Empecemos aclarando conceptos.

El cucumis melo es una cucurbitácea comestible que prospera en los secarrales de verano, muestra diversos aspectos y suele ser dulce. Ese tipo de melón se puede manipular e incluso abrir sin grandes riesgos: en el peor de los casos sale malo y queda en el fondo de la nevera hasta que unas manos piadosas lo tiran.

Cosa muy distinta es el melón metafórico, definible como una peligrosa mezcla de caja de Pandora y artefacto explosivo. El melón metafórico no hay que tocarlo ni en broma. Por más que parezca apetitoso, o, peor, por más que huela a podrido, lo suyo es preservarlo como está y mantenerlo bien a la vista, a la espera de que alguna extraña conjunción astral aconseje hincarle el cuchillo y salir de dudas. Nadie sabe en qué consiste dicha conjunción astral. Lo único seguro es que hoy no se da, y mañana ya veremos.

El melón metafórico y el entramado constitucional español son casi sinónimos. Todos sabemos que cuando alguien proclama que no es momento de abrir el melón, se refiere a las instituciones. Bueno. Sigamos esperando la conjunción astral. Aunque hay que reconocer que este melón hiede. Quizá llegará un punto en que no querremos ya abrirlo, sino transportarlo (con las máximas precauciones) hasta un contenedor de residuos tóxicos, preferiblemente muy lejos de casa.

Hasta hace algún tiempo, uno veía el melón intocable y pensaba en la monarquía. Eso era antes, cuando aún no habíamos descubierto la formidable paradoja con que se protege: primero te dicen que en caso de estropicio (y el que se ha producido es fenomenal) se juzga a la persona, no la institución; inmediatamente después te recuerdan que no se puede juzgar a la persona. La monarquía tiene poco que hacer, según la Constitución, pero ese poco lo hace. Por desgracia, también parece hacer mucho de lo que no debe hacerse. No nos agobiemos: Argentina vivió durante décadas bajo el consuelo del “roban, pero hacen” y, según las últimas noticias, sigue existiendo.

Hemos comprobado que  estructuras esenciales del Estado funcionan inaceptablemente mal

Cabe temer que la coronita haya dejado de ser el principal problema del melón. Cuando llegó el vendaval sanitario (que ahora se solapará con el vendaval económico) comprobamos que ciertas estructuras esenciales del Estado, llamémosle melón para no ofender, funcionan inaceptablemente mal. El Gobierno central lo ha hecho mal. Los Gobiernos autonómicos (admitamos algunos matices, tal vez referidos a asturianos, vascos o valencianos) lo han hecho mal. Ha faltado coordinación. El Congreso lo ha hecho mal. Los políticos lo han hecho mal. Y la ciudadanía tampoco se ha comportado de manera excelsa.

Recordemos que Italia es gobernada por Giuseppe Conte, un señor que literalmente pasaba por allí y que en dos años ha dimitido dos veces. Pues bien, lo ha hecho mejor. Por no hablar de Portugal, y no digamos Alemania. En cuanto a esa idea que nos mantuvo el ánimo durante los largos inviernos de crisis pasadas, la de que España tenía la mejor sanidad pública de Europa, se nos ha quedado fláccida. La abnegación del personal resulta admirable, pero no suficiente.

Paciencia. Miremos al cielo. 2020 ya nos ha traído unas cuantas sorpresas. Podrían alinearse los astros y abrirse mágicamente el melón. Pero no cuenten con que eso vaya a ocurrir.