Buscando referentes éticos
Sobre casos de corrupción leemos todos los días. Sobre ciudadanos que, para destaparlos, tiran la piedra y no esconden la mano, casi nunca.
Compartiendo las propias experiencias en Corrupción, organismo nocivo.
En el documental Corrupción, organismo nocivo se define la propia corrupción como “un estado de ánimo”, del que estaría preso “el sistema”. Al estado de ánimo colectivo no se le cuelgan adendas, pero se sobreentiende que participa de ideas como la de que bajo cualquier alfombra se acumula porquería, no hay nada que hacer, todos son iguales, es mejor callar para no salir perjudicado, no vale la pena enfrentarse al poder; o incluso, si por delante de uno pasa una oportunidad de pelotazo, ¿por qué no...?
Algunas personas, sin embargo, participan de otro estado de ánimo. Lejos de buscar heroicidades, simplemente se toman en serio su tarea, intentan vivir con coherencia y se la juegan. Son todavía una minoría, su voz se deja oír poco, y escucharles reconforta. Un puñado de interventores, inspectores y funcionarios que ha vivido en carne propia las consecuencias de la denuncia desfila por el documental de Pandora Box TV, estrenado ya en más de una veintena de ciudades de toda España, incluidas Barcelona, Madrid y San Sebastián. “Forma parte de la estrategia mostrar referentes de conductas éticas en administraciones próximas como la municipal ante una opinión pública sobrepasada”, explica Teresa Soler, guionista del filme que codirige con Albert Sanfeliu.
Corrupción... no es un compendio de escándalos relacionados con el mal uso del dinero público. Si hubiera pretendido eso, se habría quedado corto. No hay Bárcenas ni políticos relacionados con ERE, tarjetas black o dinero en paraísos fiscales. Tan sólo en una escena —la única sin sonido de todo el documental— aparece Fèlix Millet, el saqueador confeso del Palau de la Música, en silla de ruedas, fumando.
Lo que sí llega al público es la soledad de quienes se han atrevido a dar un paso al frente. “¿Cuántos sois? Es lo primero que te preguntan cuando denuncias irregularidades”, se desespera Ana Varela, presidenta de Afaci Euskadi, organización de profesionales formadores. El estigma con el que han tenido que lidiar denunciantes como Maite Carol, Albert Gadea, Jaume Llansó, Itzíar González y Carlos Martínez. Conflictivos, problemáticos, indisciplinados. Por sus denuncias y por no haberse quedado de brazos cruzados ante la represión sufrida tras ellas. Sus acusaciones de mobbing, a menudo, son batallas perdidas.
Caso aparte es el de Julio Urriticoechea, quien lleva tres décadas en la Administración local y uno de los funcionarios que más denuncias han presentado (por arbitrariedad, soborno, clientelismo, tráfico de influencias o malversación de fondos públicos). Sirvió como economista al Ayuntamiento de Galdakao, como tesorero en Sestao y Laredo, y como interventor en Ermua, Leganés, Castro Urdiales y Crevillent. Ahora trabaja en el de Orihuela (Alicante). En un momento del documental, rompe a llorar.
Está claro que todos han pagado un precio, pero se muestran convencidos de que volverían a actuar del mismo modo. En este sentido, el proyecto incita a la acción. Llama a sumar fuerzas y a movilizarse desde abajo — formadores, jueces, periodistas, inspectores —. A organizarse, en iniciativas como el Observatorio Ciudadano Municipal de Girona. A proteger al denunciante. A presionar con cambios legales. No sólo llaman a ello los protagonistas, sino los expertos cuyas opiniones se intercalan —confiriendo un buen ritmo al conjunto— entre testimonios que debaten juntos o por separado (Victoria Camps, Joan Queralt, Enrique Pons, Manuel Villoria, Carlos Jiménez Villarejo). La propia concepción del documental, posible gracias a 451 microdonaciones —además del apoyo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona y la Fundación César Manrique—, es ya un inicio.