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Los secretos de Falciani

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Septiembre 2015 / 28

“¿Soy un ladrón?”, se pregunta Hervé Falciani en el documental de diez televisiones europeas sobre la rocambolesca historia del robo de datos de clientes del HSBC, muchos de ellos evasores fiscales.

Una imagen del documental La lista de Falciani.

Cuando uno se apropia de un montón (más de 100.000 cuentas bancarias) de datos privados de la entidad para la que trabaja cabe preguntarse si uno es un delincuente. ¿El fin justifica los medios? El perseguido por el ingeniero informático se supone era justiciero: luchar contra los ricos que, ajenos a la crisis y a la pobreza, esconden sus fortunas en una cuenta de Suiza. 

Por supuesto, el mediático protagonista de esta historia que ha arrojado luz sobre los mecanismos ocultos de las finanzas y la desgana de los gobiernos por enfrentarse a ellos, tiene una respuesta clara a su favor: “Me opuse a un trámite que nos perjudicaba a todos”, afirma Falciani, criado en un lugar tan idóneo para obsesionarse con los movimientos de las grandes fortunas como Mónaco y con larga experiencia laboral en un casino.

Los noventa minutos del documental, dirigido por Ben Lewis —que ya investigó sobre el poder de Google y sobre las pruebas nucleares francesas en el Pacífico—, no es un homenaje rendido al Hervé Falciani héroe, aunque tampoco ahonda en sus contradicciones ni motivaciones. Falciani aseguró, durante la presentación del filme en el festival DocsBarcelona el pasado mayo, que no había tenido la última palabra sobre su contenido. En todo caso, el documental ayuda a situar su lista como un elemento clave para comprender el tinglado montado alrededor del secreto bancario y la relación entre gobiernos y fortunas furtivas.

Lo hace con la ayuda de entrevistas a periodistas, abogados y políticos que se han visto involucrados en el escándalo. El ex ministro alemán de Finanzas Peer Steinsbrük hace aflorar en un momento del documental el dilema al que se enfrentó Berlín no sólo en el caso del HSBC, sino en el de la anterior compra de datos a un delator que tenía información sobre cuentas de ciudadanos alemanes en Liechtenstein. La cosa era priorizar entre vulnerar la ley que persigue a los evasores o vulnerar la que castiga a quienes sustraen datos privados. Optó por la primera.

La película ha sido producida por la alemana Gebrüder Beetz Media GmbH y la empresa independiente de Barcelona Polar Star Films con el apoyo de varias televisiones e instituciones públicas. La lentitud, cuando no pasividad, de distintos gobiernos tras tener una bomba fiscal en sus manos queda reflejada en los procesados con cuentagotas a resultas de la lista de Falciani:  uno en el Reino Unido, de donde procedían 20.400 millones de euros de todo el dinero oculto de acuerdo con la lista.  En Francia fueron cinco, cuando hablamos de 11.800 millones. En España, 90, con 2.200 millones opacos, aunque el revuelo afectó casi únicamente al fallecido Emilio Botín, ex presidente del Santander, que pactó pagar una multa de 200 millones con un Gobierno que ha facilitado la amnistía fiscal. En Grecia, de donde procedían 2.148 nombres y donde Hacienda no ha recuperado un solo euro, nunca sabremos qué ocurrió con los datos. Nadie ha sido condenado , aunque un periodista que informó de las identidades fue arrestado.

Con este panorama, sumado al hilo conductor de que los datos robados no pueden usarse como prueba en un tribunal, no es difícil empatizar con Falciani, a pesar de lo escurridizo del propio personaje y de su cultivadísimo halo de misterio, ya sea por la calculada exposición mediática, la determinación por controlar la información, la confesión sobre la sociedad que presuntamente creó con una supuesta amante para intentar vender datos robados a los bancos, sus disfraces imposibles y hasta su sonrisa socarrona de galán francoitaliano que nunca acaba de  contestar a las preguntas clave.