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2.- Anular las deudas

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Septiembre 2020 / 83

“¡Lo único que hay que hacer es anular las deudas!” Entre las numerosas ideas que se debaten para superar la crisis actual, surge con regularidad la de la anulación de las deudas públicas y privadas. Evidentemente, en algunos casos habrá que pasar por ello, pero es una herramienta muy delicada. 

Solo los impuestos que pagan las clases populares recaudan más

Hay margen para convertir en perpetua la deuda en manos del BCE 

En primer lugar, porque la deuda que tiene que devolver un actor económico siempre es un préstamo que le ha realizado otro actor. Dicha deuda puede hacer que la situación del primero llegue a ser insoportable, pero su anulación degrada la del segundo: amputa sus ingresos suprimiendo los intereses que recibe y disminuye su patrimonio. Puede llevar al acreedor a la ruina si es una empresa o un banco, con el peligro de desestabilizar gradualmente la economía. 

No hay duda de que los patrimonios y, por tanto, las deudas, están mucho peor repartidas que los ingresos: generalmente son los muy ricos los que prestan. Pero, en nuestros países, la mayoría de los hogares poseen ahorro financiero* (y, por tanto, títulos de deuda). En Francia, con frecuencia, en forma de un seguro de vida invertido en títulos de deuda del Estado. Si se anula una parte de la deuda pública francesa, se recortan los ahorros del 39% de los hogares franceses.

Además, si hay que anular la deuda de un actor económico, este tendrá después problemas para endeudarse durante un largo periodo: los acreedores desconfiarán de él porque tendrán miedo a perder de nuevo. Para un Estado, ello implicará mantener durante mucho tiempo una gran austeridad.

Por otra parte, la anulación de las deudas plantea inevitablemente difíciles problemas desde el punto de vista de justicia: ¿acaso no se premia a los que gestionan mal sus negocios frente a otros más prudentes y ahorradores? Para limitar lo que los especialistas denominan el “riesgo moral” las anulaciones de deuda son casi siempre condicionales: generalmente el actor queda sometido a tutela.

RIESGO ESPECULATIVO. Finalmente, el simple hecho de hablar de una posible anulación de la deuda puede bastar para provocar una especulación sobre los títulos emitidos por los actores en cuestión y, por tanto, agravar su situación en lugar de mejorarla. En efecto, si los inversores tienen razones para pensar que puede que en un futuro se anule la deuda de tal o cual Estado, desconfiarán inmediatamente de él y le exigirán tipos de interés elevados. 

En 2011, cuando se estableció el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), destinado a ayudar a los países con problemas de financiación, el Gobierno de Angela Merckel insistió en que toda futura intervención del MEDE estuviera obligatoriamente asociada a una reestructuración (anulación parcial) de la deuda de los países a los que se hubiera ayudado. El gobierno francés y otros se negaron a ello (y tuvieron éxito) porque su sola mención en el tratado del MEDE bastaría para que subieran automáticamente los tipos de interés a los que se endeudan la mayoría de los Estados de la zona euro…

Evidentemente, hay un modo de anular las deudas sin decirlo: la inflación. Quizá lleguemos a ello a la salida de esta crisis, pero la inflación solo es indolora en apariencia. Pues no solo pesa sobre los acreedores, sino que amputa también los ingresos de los más débiles, como los pensionistas o los beneficiarios del ingreso mínimo vital.

SUPRIMIR LAS DEUDAS DEL BCE. Sin embargo, hay unas deudas cuya anulación no presenta ningún inconveniente: las que están en posesión del Banco Central Europeo. El BCE posee hoy en el activo de su balance el equivalente al 48% del PIB de la zona euro (del cual, algo más de 30% del PIB en deudas de los Estados). A finales del año, ese porcentaje se acercará al 60% del PIB.

60% del PIB europeo: Se calcula que a finales de año el activo del BCE equivaldrá al 60% de PIB europeo

Si se anularan de golpe todas esas deudas, no pasaría en realidad nada, siempre y cuando los europeos conserven su confianza en el euro y en el BCE para gestionarlo. En efecto, el BCE no es un banco normal: no tiene ninguna obligación de ser rentable. Jurídicamente es complicado, pues los estatutos del BCE le prohíben financiar directamente a los Estados, pero los juristas son siempre muy creativos. Sí sería sin duda problemático respecto a los países que se oponen sistemáticamente a cualquier mutualización de la deuda pública. Y dicha operación, debido a la confianza más arriba mencionada, exigiría un amplio consenso en Europa.

De ahí la propuesta, sobre todo de los economistas Paul de Grauwe y André Grjebine, que hoy parece ser la más realista: transformar la deuda en posesión del BCE en una renta perpetua sobre los Estados (por lo que ya no habría fecha de vencimiento para su devolución) a un tipo de interés cero. De este modo se guardarían las apariencias —no se anularía la deuda— pero sus efectos prácticos serían los de una anulación. 

 

* Ahorro financiero: Dinero invertido a través del sistema bancario para conseguir un rendimiento: depósitos, fondos de pensiones, seguros, fondos de inversión, acciones, etc.