China, entre la autosuficiencia y la autolimitación
La invasión rusa de Ucrania obliga a la gran potencia asiática a posicionarse en un mundo de bloques que quiere evitar. En juego está su estrategia para alcanzar la autosuficiencia tecnológica y en los sectores clave de su economía para superar a EE UU.
El dragón inmóvil en las aguas profundas se convierte en presa de los cangrejos", dice un proverbio chino en alusión a la necesidad de reaccionar ante las acometidas de la vida, porque por muy poderoso que uno sea puede sucumbir fácilmente si no se enfrenta la adversidad. En esa situación se debe de encontrar el líder chino, Xi Jinping, ante la guerra de Ucrania. La iniciativa del presidente ruso, Vladímir Putin, de invadir ese país, le ha situado en el peor escenario en el momento más inoportuno, ya que le emplaza a tomar partido. O bien apoya, con sucintas y equilibradas declaraciones, una agresión militar a un país soberano o cuestiona su alianza y se enfrenta a él, junto con EE UU y Europa. Es un dilema que cuestiona el protagonismo internacional que está dispuesto a asumir el gigante asiático y que marcará su futuro. Todo ello a las puertas de un congreso del Partido Comunista chino que le reelegirá como líder incuestionable para un tercer mandato de cinco años, en el que pretende cimentar la futura "Gran China" del siglo XXI.
Prestigio en juego
China tiene su propia hoja de ruta, al margen de los calendarios de las potencias occidentales, y así lo ha demostrado con el paso del tiempo, si bien la globalización ha ido ajustando los objetivos de Pekín a la coyuntura internacional. En este contexto, la invasión rusa de Ucrania emplaza al gigante asiático a asumir, por primera vez, sus responsabilidades de gran potencia y que se implique en la búsqueda activa de una solución al conflicto. Las apuestas a largo plazo que acostumbran a realizar los dirigentes chinos sugieren que Xi Jinping no dejará pasar la ocasión de jugar sus cartas como un líder mundial responsable y movilizará a sus altos diplomáticos para que contribuyan a resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania, aunque sea entre bambalinas. Pekín no debería dejar pasar esta oportunidad, ya que lo que está en juego es el prestigio de China y su proyección internacional a medio y largo plazo.
No obstante, este conflicto entre Rusia, que es su socio estratégico y principal suministrador de petróleo y gas, y Ucrania, que le proporciona materias primas y armamento, llega en un mal momento para Xi. "No importa cuánto uno planee las cosas, la vida interviene", dice un proverbio chino, y eso es lo que parece haberle sucedido al dirigente chino desde que, en 2017 propusiera un plan estratégico para convertir en realidad su anhelo de que China se convierta en el "Imperio del Centro" del siglo XXI. Esta aspiración implica que el gigante asiático se transforme en 2035 en una potencia tecnológica mundial, con una sociedad de ingresos medios que goce de un confortable estado de bienestar, y que, en 2049, cuando se cumpla el centenario de la fundación de la República Popular, el país sea una superpotencia económica y política, líder en innovación y nuevas tecnologías. En definitiva, un asalto al liderazgo de EE UU.
Para alcanzar esta meta, Xi decidió apretar el acelerador de la modernización industrial y apostar por los sectores de tecnología punta a medida que crecía la pugna entre China y EE UU. Esta guerra comercial y tecnológica ha ido en aumento con el paso del tiempo y ha llevado a los mandatarios de Pekín al convencimiento de que se encaminan hacia un desacoplamiento tecnológico con Washington sin visos de solución. El panorama inquieta a los líderes chinos y se vio agravado por los efectos de la pandemia de covid-19, que paralizó el mundo entero y afectó a las cadenas de suministro globales. Es un escenario de incertidumbre internacional que el líder del gigante asiático decidió superar apostando fuerte por la innovación y la autosuficiencia para que China se convierta en una superpotencia global.
"Doble circulación"
Para alcanzar este objetivo, Xi ha impulsado una estrategia que ha bautizado como de "circulación dual" o "doble circulación", que consiste en apostar por el consumo interno para que tire de la economía al tiempo que se estimula la demanda externa de productos chinos y la apuesta por la globalización. La iniciativa busca un autosostenimiento económico, en respuesta a un entorno cada vez más hostil y cuyo fin es el de reducir la vulnerabilidad ante un agravamiento de las tensiones con EE UU y Europa, tanto a nivel tecnológico como económico.
El plan de Xi de que el gigante asiático se convierta en un mercado totalmente integrado que no dependa del resto del mundo entronca, por otra parte, con la tradición china de seguir su propia vía y permanecer al margen de lo que acontezca en el mundo. El problema es que en el siglo XXI el planeta está interconectado y no deja de ser un envite muy arriesgado por parte de Pekín optar por la autosuficiencia tecnológica, debido a las carencias que subsisten en su tejido industrial para dar ese salto cualitativo. En esa apuesta, las autoridades chinas corren el peligro de caer en su propia trampa y ver cómo se difuminan sus ventajas competitivas al tener que dedicar enormes recursos financieros a eliminar esas debilidades tecnológicas por el hecho de cerrar su economía por la vía de la autosuficiencia. Dicho horizonte sugiere que el gigante asiático se esforzará en superar sus flaquezas tecnológicas, pero mantendrá al mismo tiempo la puerta abierta a la cooperación internacional para proveerse de chips de última generación.
Pekín prefiere la estabilidad para extender su influencia económica por todo el planeta
Ante tal panorama, la invasión rusa de Ucrania supone una complicación adicional para los ambiciosos planes económicos de Xi, ya que le obligan a desviarse de su estrategia y tomar partido por una de las partes implicadas. Es una decisión harto difícil, en la medida en que China tiene socios comerciales, pero no amigos y en esta crisis, como en cualquier otra, Pekín busca la mejor fórmula para maximizar sus intereses en un momento de enfrentamiento entre Rusia y Occidente, al tiempo que su economía resulte lo menos dañada posible.
El gigante asiático coincide con Rusia en la búsqueda de un nuevo orden internacional que le sea más favorable y en su enfrentamiento a EE UU. Pero nada más. Moscú apuesta por sembrar el caos y desestabilizar a Occidente, mientras que Pekín prefiere la estabilidad para extender su influencia económica por todo el planeta. Xi no quiere desairar a Putin, pero tiene muchos más intereses en juego con Europa y no está dispuesto a que se le asocie con la mala imagen de Rusia, ni a poner en jaque el futuro del gigante asiático. Los líderes chinos son conscientes de que Europa, y más concretamente Alemania, es su principal proveedor de tecnología punta y apoyar a Moscú es cerrarse la puerta a su propio desarrollo, lo que está fuera de toda discusión. El gran dragón chino no va a permanecer inmóvil, pero sabe esperar y aguardará a que llegue el momento oportuno para emprender el vuelo y seguir conquistando mercados.