¿De qué puede servir el acuerdo de París? // Entrevista a Pascal Canfin
Entrevista a Pascal Canfin
Consejero responsable de Clima en el World Resources Institute y ex ministro de Desarrollo de Francia
Pascal Canfin. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO
A las puertas de la conferencia de diciembre, los compromisos asumidos por parte de los distintos países siguen siendo muy insuficientes. El ex ministro ecologista francés Pascal Canfin pide que en París se dibuje un marco que permita avanzar más lejos y más deprisa.
¿En qué punto están las negociaciones?
El acuerdo internacional como tal abordará sobre todo qué procedimientos pueden permitir controlar la puesta en práctica de los compromisos que asuman los gobiernos. Los países emergentes, muy preocupados con lo que ocurra con su soberanía, aún se resisten a aceptar mecanismos de transparencia. También nos jugamos la recuperación progresiva de la ambición en esos compromisos. Para evitar volver a empezar desde cero dentro de diez años, el acuerdo de París debe establecer cómo se gestionarán los compromisos futuros. Estados Unidos quiere que el acuerdo prevea una revisión de los objetivos cada cinco años. Los europeos lo prefieren cada diez años, con el fin de dar un horizonte más largo a los actores a quienes corresponde innovar e invertir.
En cuanto a las cuestiones financieras, que son centrales para el éxito de la negociación, las cosas progresan muy lentamente. El último G7 celebrado el pasado mes de junio volvió a poner sobre la mesa el compromiso de los países ricos de transferir 100.000 millones de dólares al año hacia el sur a partir de 2020. Pero según las últimas estimaciones, el compromiso no supera los 50.000 millones, contando tanto fondos públicos como privados. Alemania ha sido el primer país en plantear un nuevo compromiso: 2.000 millones de euros públicos más en 2020 con relación a 2014. La pelota está ahora en el campo de los otros países del G7.
¿Los compromisos sobre las emisiones son insuficientes. ¿Hay que volver a la lógica de Kyoto?
Ni los países emergentes ni Estados Unidos están dispuestos a entrar en una lógica bautizada como top-down (‘de arriba abajo’), que consiste en fijar un objetivo común para después repartir los esfuerzos que corresponderán a cada país. Europa ha defendido este enfoque desde hace mucho tiempo, pero su fracaso ya quedó claro en la conferencia de Copenhague de 2009. El acuerdo de París no tiene sentido, ni desde un punto de vista político ni medioambiental, a menos que integre a los principales emisores de gases de efecto invernadero, que son China y Estados Unidos. Es su punto de vista el que prevalece. París se basa en el establecimiento independiente de objetivos para cada país, que acto seguido los ponen en común en un marco internacional. Dicho marco se construye alrededor de compromisos jurídicamente obligatorios sobre estos objetivos —tomados exclusivamente a escala estatal—, pero mediante mecanismos que garanticen la transparencia. A su vez, es del todo posible imaginar que algunos grupos de países decidan asumir compromisos complementarios. Por ejemplo, sobre el precio del carbono.
¿La ONU es el marco adecuado?
Un acuerdo onusiano requiere consenso. Por esta razón, no permite situarse en los distintos niveles de los que hablaba. Como no es compatible, en París habrá que considerar un acuerdo en sí mismo, pero también todo lo que girará a su alrededor: los compromisos de los gobiernos locales, las empresas, el sector financiero. Por otra parte, los compromisos de los Estados no se limitan a los que incluya el acuerdo de París. Por ejemplo, los países del G20 han pedido al Consejo de Estabilidad Financiera, que agrupa a los grandes bancos centrales, que analice los impactos potenciales del cambio climático sobre la estabilidad financiera, y ello podría tener un efecto palanca muy importante. La decisión se tomaría en el marco del G20, no en el de la ONU. El hecho de que exista una convención de la ONU sobre el clima no debe impedir que actuemos también fuera de ese marco. La conferencia no tiene que ser sólo el momento de lograr el primer acuerdo universal sobre el clima, sino también el acuerdo en el que el clima penetre en otras instancias de regulación internacional. ¡No se trata de saltarse a la ONU, sino de ampliar el dominio de la lucha a favor del clima!