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El caldo de cultivo de la revuelta

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Mayo 2018 / 58

En la francia de 1968, la prosperidad económica y la aparente estabilidad política escondían el profundo malestar de amplias capas de la población por la dirección del país.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

En vísperas de los acontecimientos de mayo de 1968, la meteorología económica francesa ofrecía buen tiempo: un fuerte crecimiento, un claro progreso social y una estabilidad política como no se conocía desde hacía mucho tiempo. Pero, en lo profundo, numerosas perturbaciones deterioraban el clima. Bajo la plácida playa se acumulaban los adoquines.

El contexto internacional también desempeña un papel destacado. En muchos países desarrollados, desde Estados Unidos a Japón, desde la Alemania Federal hasta Italia y Francia, una parte de la juventud se levanta contra la guerra de Vietnam y la intensificación de los bombardeos estadounidenses. Por toda Francia surgen múltiples comités Vietnam enardecidos por la rivalidad entre militantes de la Unión de los Estudiantes Comunistas, ligada al Partido Comunista (PCF) y los que se han ido de él: trotskistas de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR), maoístas de la Unión de las Juventudes Marxistas-Leninistas (UJCML) y muchos otros.

 

UNA NUEVA JUVENTUD

Pero, dejando a un lado esos pequeños círculos de unos miles de activistas, toda una nueva capa de estudiantes, no especialmente politizados al principio, comienza a adoptar, antes de mayo de 1968, un vocabulario antiimperialista y revolucionario.

Debido al enorme crecimiento de la población universitaria, el vivero es abundante. Con la llegada de los hijos del baby boom y la prolongación de la escolaridad, el número de estudiantes que accede a la universidad estalla, pasando de 250.000 en 1963 a 500.000 en 1968. En las afueras de las grandes ciudades se edifican una serie de campus universitarios. En Burdeos se crea el campus de Talence-Pessac; en Toulouse, el de Mirail; en París, la Sorbona se descentraliza en el campus de Nanterre, que linda con el mayor barrio de chabolas de Francia, poblado por inmigrantes originarios sobre todo del Magreb. Esos campus acogen a estudiantes que ya no proceden, como antes, de las clases más acomodadas, sino también de la clase media e incluso, en el caso de una escasa minoría, de las clases populares.

Esta nueva juventud estudiantil, socialmente más diversificada, es, por una parte, más sensible a la propaganda antiimperialista, antiestalinista, anarquista, prochina o procastrista, a las manifestaciones trepidantes, a los gritos de "¡Ho!, ¡Ho!, ¡Ho Chi Minh! ¡Che! ¡Che! ¡Che Guevara!"

Pero, por otra, también es sensible a la crítica del futuro que les está reservado. Aunque a muchos les preocupa qué salida van a tener sus estudios, sobre todo en ramas como sociología, es la crítica implícita a la sociedad de consumo la que toma forma. Consumir cada vez más no entusiasma a esa fracción de la juventud que se politiza a través de la crítica de un productivismo que comparten tanto el capitalismo como el socialismo del bloque del Este.

Esa crítica solo se expresaba entonces con claridad en círculos restringidos. Su teórico de moda es el filósofo y sociólogo estadounidense Herbert Marcuse, mucho más conocido en EE UU y en Alemania que en Francia y al que Le Nouvel Observateur del 8 de junio de 1968 bautiza como "el ídolo de los estudiantes rebeldes". Hay que añadir que esta crítica anima a la parte más politizada de una generación de estudiantes que no ha conocido la guerra, las privaciones y la lucha contra el nazismo, y que está buscando un nuevo ideal.

 

LA EXTENSIÓN DEL MOVIMIENTO

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Estos jóvenes encuentran apoyo en sus profesores más jóvenes, todos esos profesores no numerarios y adjuntos que han sido contratados para hacer frente a la afluencia de estudiantes y que, con frecuencia, son mirados por encima del hombro por los mandarines, los catedráticos, de mentalidad y métodos de otras épocas. En las grandes manifestaciones estudiantiles, al lado de Daniel Cohn-Bendit, el rebelde libertario de Nanterre, de Jacques Sauvageot, dirigente de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF, principal sindicato estudiantil), miembro de un Partido Socialista Unificado (PSU) que busca nuevas vías hacia el socialismo, se sienta Alain Geismar, dirigente del Sindicato Nacional de la Enseñanza Superior (Senesup), profesor ayudante de física en la Escuela Normal Superior, exmilitante del PSU y futuro maoísta, que milita desde hace tiempo a favor de la transformación de la universidad.

La unión del movimiento estudiantil y el obrero se lleva a cabo gracias… al poder. O, más exactamente, a la represión con que el poder responde a las manifestaciones estudiantiles a principios del mes de mayo. Una amplia parte de la población se levanta contra "la violencia policial". El poder gaullista, demasiado seguro de sí mismo, demasiado poco sensible, sin duda, a las profundas mutaciones de la sociedad francesa, no se da cuenta de la amplitud de la protesta.

La sociedad y el mundo obrero están cambiando. Entre los obreros crecen nuevos temores desde la gran huelga de los mineros de 1963: un programa de cierre progresivo de las minas de carbón se pone en marcha. Se llevará a cabo durante 30 años. Se ha tocado el corazón de la clase obrera, a los héroes de la reconstrucción de Francia tras la guerra.

También se dibujan reestructuraciones en otro sector crucial, la siderurgia, especialmente en Lorraine. La apertura de la economía, iniciada desde finales de la década de 1950, sobre todo por el Tratado de Roma (1957), hace temer una mayor competencia. El paro solo afecta oficialmente a unas 200.000 personas en 1967 (1% de la población activa), pero va en aumento. Sintomáticamente, ese año se funda la Agencia Nacional para el Empleo (ANP).

 

LOS PROBLEMAS DEL TRABAJO

Pero otros cambios se sienten con más profundidad en las grandes ciudades, sobre todo en sus extrarradios, entre una población desarraigada procedente del mundo rural y de ciudades pequeñas, de la que se dice que le basta con el confort de los pisos de protección oficial. Esa población no solo sufre una penosa jornada laboral, sino también un considerable aumento del tiempo de transporte que hace la vida cotidiana difícil. El eslogan "metro, curro, cama" florecerá en mayo de 1968.

Los obreros industriales, cada vez más numerosos (llegarán hasta los 8,2 millones en 1975) ven cómo su trabajo se transforma en el seno de unas fábricas taylorizadas. El 55% de ellos son simplemente obreros u obreros especializados (pero en una tarea sencilla y repetitiva) cuyo arquetipo es el obrero que trabaja en cadena. El 22% son obreras, de las cuales el 80% están especializadas.

El crecimiento de la población universitaria fue un factor clave

La magnitud del descontento sorprendió hasta a los militantes

Con frecuencia, sus condiciones laborales se han degradado: la duración media del trabajo sigue siendo alta (45 horas semanales de media), pero sobre todo se ha extendido el trabajo por turnos en el que se alternan equipos de mañana y de tarde (en ocasiones también de noche). Afecta a un cuarto de los obreros en 1970, en la industria textil al 47% y en la mecánica al 66%.

Frente a los perjuicios del trabajo en turnos de 2 x 8 o de 3 x 8, a la suciedad, al ruido, a las tensiones musculares y articulares, la patronal no propone más que baterías de primas. No se da cuenta de la transformación subterránea de las mentalidades: a las reivindicaciones cuantitativas relativas a los salarios y a la jornada laboral, se añaden reivindicaciones cualitativas sobre las condiciones o el ambiente laborales: muchos jóvenes obreros no soportan el autoritarismo, cuando no el desprecio de los jefecillos de taller. Un sindicato se hace eco de esas reivindicaciones desde su fundación en 1964: la CFDT, muchos de cuyos militantes se unen a los estudiantes en mayo de 1968.

 

ATMÓSFERA DE LIBERTAD

Finalmente, bajo la aparente estabilidad política, han aparecido fisuras. La joven generación, la que tiene entre 18 y 30 años en 1968, solo ha conocido la V República y a Charles de Gaulle en el poder. La agonía de la inestabilidad y de la debilidad gubernamental de la IV República no les preocupan. En 1968 hace ya 10 años (una eternidad para los jóvenes) que el general está en el poder. Para muchos, el hombre del 18 de junio de 1940 ya ha cumplido con su tarea. Además, el control ejercido por el poder sobre la radio y la televisión (dos cadenas entonces) a través de la Oficina de Radiodifusión Televisión Francesa (ORTF) y, especialmente, sobre la información bajo el mando del ministro del mismo nombre, indigna a parte de la opinión pública.

Las condiciones de trabajo en las fábricas se habían deteriorado

La respuesta represiva del poder ayudó a unir a obreros y estudiantes

Los más jóvenes no veían futuro en la sociedad de consumo

Incluso dentro de las filas de la mayoría se hacen oír voces discordantes –como la de Valéry Giscard d’Estaing– más liberales tanto en economía como en costumbres. La izquierda, aunque dividida, levanta la cabeza y en las elecciones legislativas de mayo de 1967 solo les faltan unos pocos diputados para pasar a ser la mayoría. Sin embargo, los viejos partidos de izquierda se ven contestados; los socialistas intentan unirse en torno a la Federación de la izquierda demócrata y socialista (FGDS en sus siglas en francés) dirigida por Francois Mitterrand; la hegemonía ideológica del Partido Comunista (22,5% de los votos en las elecciones legislativas de 1967), que aparentemente se mantiene en la clase obrera, es cuestionada entre los estudiantes y los intelectuales de izquierda, cuya crítica al modelo soviético es cada vez más fuerte.

Nada permitía prever la explosión de mayo de 1968, que sorprendió hasta a los más activistas. Pero, desde hacía años, en todos los niveles de la sociedad, en la familia, la empresa, la universidad, así como a escala nacional, el poder se cuestionaba a la sordina. La repentina convergencia de esas críticas es lo específico del Mayo del 68 francés, en el que se imbrican la crisis universitaria, la crisis social y la crisis política. En 1968, se liberó de golpe la palabra en las aulas, en los talleres, en la calle, en medio de una embriagadora atmósfera de libertad.

 

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