¿El descenso de población, mañana?
Un descenso de la población humana, deseable para el planeta, significaría la aparición de numerosos problemas, que no son insalvables si nos anticipamos a ellos.
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
La tendencia actual nos llevaría a un mundo de 11.000 millones de individuos en 2100, según la hipótesis media de Naciones Unidas, es decir, casi el 50% más que hoy. Es algo que parece incompatible con el estado de un planeta ya enfrentado a una crisis ecológica importante. ¿Sería posible estabilizar rápidamente la población para, a continuación, bajarla hasta los 7.300 millones de habitantes como en la hipótesis baja de Naciones Unidas? Sí, pero es complicado…
Algunos países, ya muy poblados, han puesto en marcha políticas autoritarias con ese fin. China estableció, desde finales de 1970 hasta 2015, la política denominada del hijo único asociada a sanciones muy duras para los que no la cumplían. Por su parte, India lleva a cabo desde la década de 1960 campañas masivas de esterilización obligatoria en las zonas rurales. Si se excluyen, como parece evidente, esos métodos contrarios a los derechos más elementales, ¿qué se puede hacer?
Los soportes más eficaces son la educación de las niñas y la inserción de las mujeres en el mercado laboral remunerado, lo que implica, sobre todo, la existencia de guarderías. Son unos pasos que deben darse en bastantes países del sur, a pesar de que en muchos Estados, sobre todo musulmanes, en los que la igualdad entre mujeres y hombres no está aún reconocida por ley, el lugar que ocupan las primeras en las universidades y el mundo laboral es ya muy importante.
También es necesario incentivar un amplio acceso a la información sobre la contracepción y a los métodos anticonceptivos en condiciones económicas asumibles. A este respecto, muchos responsables religiosos, hostiles a esas prácticas, siguen desempeñando un papel negativo a escala mundial. En lo que respecta a la religión católica, el papa Francisco publicó en 2015 la encíclica Laudatio si, en la que se reconoce en toda su amplitud la gravedad de la crisis ecológica. Sin embargo, ello no ha llevado a la Iglesia a modificar su doctrina sobre la contracepción a pesar de que la demografía está en el núcleo del problema ecológico.
Asimismo, implica la existencia de sistemas amplios de protección social, pues una de las motivaciones más importantes para tener muchos hijos es protegerse contra la enfermedad, el paro y la vejez mediante la solidaridad familiar. La mutualización de esos riesgos a nivel del conjunto de la sociedad constituye, pues, un poderoso modo de limitar el crecimiento demográfico. A este respecto, las políticas de ajuste estructural llevadas a cabo por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en las décadas de 1980 y 1990 y su hostilidad hacia el aumento del gasto público tienen una gran responsabilidad en la falta de freno al crecimiento demográfico en el África subsahariana. En este ámbito, como en el de la educación, es responsabilidad de los países del norte ayudar más a los del sur a dotarse de las infraestructuras indispensables. Finalmente, habría que acabar con el tratamiento fiscal o social privilegiado de las familias numerosas, como sigue ocurriendo en Francia, donde los subsidios familiares no se otorgan siempre desde el primer hijo.
China implantó en 1970 la política del hijo único, con fuertes sanciones
India lleva a cabo desde 1960 campañas masivas de esterilización
Hay que incentivar métodos anticonceptivos económicos
Este movimiento debe, también, estar coordinado. En efecto, los Estados adoptan con frecuencia políticas natalistas por razones de poder: si su población aumenta, tendrán más soldados y, al menos en teoría, más peso económico. Por el contrario, si la población de un Estado disminuye sin que sus vecinos les sigan, corre el riesgo de ser penalizado.
En cualquier caso, la disminución demográfica es siempre un proceso difícil. Provoca un aumento de la población de personas mayores (las nuevas generaciones son menos numerosas que las viejas). En la hipótesis baja de Naciones Unidas de 7.300 millones de habitantes, habría un 29,5% de mayores de 65 años en 2100 (en lugar del 8,3% de la actualidad), frente al 22% en la hipótesis mediana de 11.200 millones. Ello implicaría, pues, unas transferencias mucho más importantes de las personas que están en activo hacia los jubilados. Es una perspectiva que provoca siempre tensiones y constituirá un considerable desafío para la mayoría de los países del sur, China está experimentándolo ya, pues se halla en esa situación.
Este proceso es, sin embargo, menos peligroso de lo que se suele decir porque, paralelamente, el número de jóvenes disminuye: en 2100, según la hipótesis baja de Naciones Unidas, habría, como hoy, un 48% de personas de 25-65 años. Sería una situación un poco más favorable que el 47% de la hipótesis mediana, pues lo que cuenta es el número de inactivos a los que un activo debe alimentar. Esta paradoja se observa ya cuando comparamos Francia con Alemania: este último país estaba los últimos años decreciendo demográficamente, mientras que la población francesa aumentaba. Pero, hoy por hoy, ese desequilibrio ha favorecido más bien a la economía alemana porque la ratio activos/ inactivos es menor…
JUBILACIÓN POR REPARTO
Finalmente, la disminución demográfica plantea otro problema importante: un país en el que la población disminuye tiene necesidad de menos viviendas y, por tanto, el precio de estas baja. Esta situación es favorable en el plano del coste de la vida, pero desfavorable para la inversión en el sector y para los que han apostado por el aumento del valor de su patrimonio. Y lo mismo ocurre en el caso de los activos financieros. En numerosos países, sobre todo anglosajones, los sistemas de jubilación son de capitalización, es decir, se construyen sobre una acumulación de activos financieros durante la vida laboral que se revenden para financiar la jubilación. Cuando la población disminuye, hay menos jóvenes para comprarlos. Y, por tanto, su precio baja. Es la razón por la que los sistemas de jubilación futuros deben imperativamente ser de reparto, como en Francia o España.
En resumen, no hay duda de que el decrecimiento demográfico plantea problemas difíciles. Pero más vale prevenirlo e intentar organizarlo que tener que sufrirlo en medio del caos causado por el hundimiento de nuestras sociedades debido al impacto de la crisis ecológica.