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“Evitemos ser los nuevos ricos de la tecnología” // Joan Manuel del Pozo

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Julio 2016 / 38

Entrevista a Joan Manuel del Pozo, filósofo y director del Observatorio de Ética Aplicada a la Acción Social, Psicoeducativa y Sociosanitaria

El profesor de filosofía en la Universitat de Girona. fue consejero catalán de Educación. 

¿De qué modo influyen las nuevas tecnologías en el modo de pensar de un niño?

Lo sabremos dentro de un tiempo, cuando los niños y niñas hayan vivido muchos años con ellas. Podemos aventurarnos a afirmar que tendrán un gran impacto, pero es difícil precisar en qué sentido concreto. El cerebro se adaptará a ello. En algunos aspectos, de modo positivo, y en otros, de manera negativa.

¿Puede poner un ejemplo?

Las máquinas ahorran procesos. Un aspecto negativo de su influencia puede ser la simplificación de los mensajes, que se vea afectada la capacidad argumentativa. Al mismo tiempo, uno está recibiendo muchísima información, pero que no está sometida a matices. Me atrevería a decir que ya hoy tiene efectos sociales y políticos. La política busca el voto y se adapta al máximo a los ciudadanos. Los políticos también son usuarios de las redes sociales, y los debates en las redes reflejan incapacidad de hacerse cargo de la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos. Eso puede conllevar procesos de cambio, tanto sociales como políticos.

Usted incide en los peligros que entraña el anonimato. ¿Cuáles son?

Un usuario puede instalarse en la seguridad del anonimato. Eso lo hace impune. El anonimato en la Red es una forma de irresponsabilidad. Es evidente que el miedo al castigo no puede ser la única razón para no hacer algo, pero sin duda sí ayuda a ser responsable. A nadie le gusta pasar por la vergüenza de ser señalado como quien hizo algo malo. La responsabilidad no está ahí para amargarnos la existencia, sino para evitar que la libertad nos haga daño. En realidad, el anonimato nos hace menos libres. Yo no estoy en Twitter porque creo que da mucho trabajo, entre otras razonas, pero es un espacio donde se desata la grosería. Umberto Eco decía que Twitter es la barra del bar, donde los mensajes se envían, sin embargo, al universo, con su efecto multiplicador correspondiente. Se puede  llegar a agredir, insultar y menospreciar, entrando en una actividad delictiva. No hay más que ver el bullying. 

¿Hasta qué punto la sensación de aceleración con la que vivimos tiene que ver con las nuevas tecnologías?

Ya antes tendíamos a vivir acelerados. Pero en los tiempos de Internet y las redes sociales y la hiperconexión vivimos inquietos, dispersos, con una creciente incapacidad de concentración y una importante exigencia de inmediatez. 

No todo debe de ser negativo, ¿no?

¡Por supuesto! Los nuevos dispositivos han venido para quedarse. Estos avances tecnológicos tienen usos muy favorables. Sólo hace falta pensar en la comunicación a través del correo electrónico. Simplemente debemos hacer una reflexión psicológica, filosófica y educativa que nos permita hacernos cargo del impacto. Suelo decir que tenemos que aprender a evitar ser los nuevos ricos de la tecnología.  

¿Cómo se comporta un nuevo rico de la tecnología?

¡El nuevo rico de la tecnología gasta inútilmente en ella, la exhibe y está permanentemente consultando su correo, cuando bastaría con unas pocas veces al día. Y por supuesto, tiene más de 5.000 amigos. Debemos autoeducarnos, pero eso requerirá tiempo porque la tecnología es muy golosa  para los más jóvenes. La tecnología nos hace relacionarnos de forma diferente. Nos enviamos cosas por whatsapp con personas con las que tal vez antes pasaban años sin tener contacto. O vemos a cuatro adolescentes que caminan juntos y se escriben entre ellos. Es divertido, y hasta ridículo.

¿Cómo podemos educar a un niño a usar las nuevas tecnologías?

Es desaconsejable la prohibición pura y dura porque la tecnología es una realidad. Debemos acompañarles en un uso inteligente, crear espacios para la tranquilidad en la casa e integrarlas en el proceso educativo con sentido de aprendizaje, mediante un uso controlado, no jugando por jugar. Es un proceso que supone cierto distancimiento, como ha ocurrido con el coche: es símbolo de estatus, pero ya sabemos que no tiene sentido circular por el centro de la ciudad con él todo el día.