Jóvenes sin horizonte (dentro del carril)
Los indicadores estadísticos sobre la juventud en España son impropios de un país desarrollado. El viejo manual hacia el empleo y la prosperidad parece agotado: ¿importa?
Si alguien analiza fríamente el conjunto de estadísticas sobre los jóvenes en España corre el riesgo de quedarse congelado. La riada de cifras nada tiene que ver con un país desarrollado: el paro entre los menores de 25 años supera el 50% —y escala hasta un sobrecogedor 72,8% en los que tienen menos de 19—, la tasa de emancipación (jóvenes que ya no viven con sus padres) es de las más bajas de Europa, el título universitario vale menos que en la mayoría de lugares como pasaporte hacia un buen empleo, sus salarios se han desplomado —¡ya les gustaría ser mileuristas!— y el riesgo de exclusión ha crecido a un ritmo desconocido en la UE.
Las estadísticas son muy serias. Pero no tienen aún capacidad para medir las imaginativas respuestas que los jóvenes van encontrando, fuera del carril, para tirar adelante, y al margen del libro de instrucciones que les ha entregado una sociedad construida sobre unos valores —básicamente, la seguridad de un trabajo estable para toda la vida— en crisis.
Los jóvenes los sufren, pero saben —porque llevan años comprobándolo— que mucho de lo que les han contado ya no vale. La cadena solía funcionar así: estudia mucho, que serás recompensado con un buen trabajo, lo que a su vez te permitirá comprarte un coche y luego un piso.
Ya no es así. Y tampoco está claro que estas sean las aspiraciones de los jóvenes que han crecido en las sociedades postindustriales que sociólogos como Zygmunt Bauman definen como “líquidas” —donde la seguridad es cada vez más inalcanzable en todas las facetas de la vida— y con el auge de la cultura digital, que lleva inherentes cambios profundos más allá de la herramienta.
El manual ortodoxo para derrotar el paro suele poner el acento en tres puntos: mejorar la educación, reducir salarios, aumentar la flexibilidad laboral. Los jóvenes españoles los han cumplido de sobras.
La actual generación de jóvenes tiene más títulos que nunca y un porcentaje de universitarios superior al de Alemania.
Desde que empezó la crisis, los salarios de los jóvenes se han desplomado. Según el INE, entre 2008 y 2011 la retribución media de los españoles aumentó el 4%, pero entre los menores de 20 años cayó casi el 20%; entre 20 y 24 años, casi el 10%, y entre 25 y 29, el 3%.
En cuanto a flexibilidad, España parece imbatible: según Eurostat, es el segundo país de la UE con mayor porcentaje de jóvenes de 16 a 25 años con contrato temporal (el 62,4%), solo superado por Eslovenia. Y según datos del Servicio de Empleo Público Estatal, el 93,5% de las contrataciones de menores de 29 años en el segundo trimestre de 2013 fueron de carácter temporal.
La recompensa por tanto esfuerzo es la riada de estadísticas que dejan congelado. Y un horizonte de nubarrones que va más allá del empleo, desde el acceso a la sanidad hasta la pensión: ¿cuántos de los que ahora empiezan a trabajar podrán juntar 37 años cotizados para poderse jubilar?
“Las tendencias vienen de antes de la crisis y son rotundas”, explica el sociólogo Alessandro Gentile, autor del informe Emancipación juvenil en tiempos de crisis. “Para mi generación [él nació en 1977], la precariedad era un proceso que facilitaba la entrada y luego, tras años de pringar, permitía finalmente estabilizarse. En cambio, ahora es ya una característica estructural de toda una generación”, añade.
Seguir al pie de la letra el manual ya no parece la forma de salir adelante, sino de darse una y otra vez contra el muro.
Pero también es posible salirse del carril.
UN MUNDO EN RUINAS
Jonás Trueba, de 31 años, heredó de su padre, Fernando, la pasión por el cine, pero ya no el mundo que le permitía hacerlo. “He llegado a tiempo para ver las ruinas”, ironiza.
Su primera película la rodó aún en el viejo mundo en crisis: producción y distribución normal, presupuesto habitual (en torno al millón de euros)... Este es el esquema que se ha desplomado. Pero simultáneamente el cine independiente vive en España una especie de edad de oro creativa fuera de los canales tradicionales. A este nuevo mundo por inventar se incorporó Jonás con su segundo filme, Los ilusos (2013), rodado con amigos y un presupuesto de 15.000 euros, saltándose los cines convencionales (que suelen quedarse el 50% de la taquilla) y el distribuidor convencional (que muerde otro 30%) y optando por una red artesanal de cines independientes que suelen exhibir la película a 3,5 euros, coloquio incluido.
La película que costó 15.000 euros ya la han visto 8.000 espectadores, tantos como la que costó un millón. “El cambio no tiene tanto que ver con la crisis como que el modelo no me gustaba”, señala. Esta sí parece una característica generacional: “No aspiro a hacerme rico; simplemente a hacer el cine que quiero y poder vivir”.
Los ingresos se reparten entre todo el equipo con independencia del capital aportado: sin serlo, parece una cooperativa, una de las formas que encajan con las tendencias de los jóvenes que se salen del carril.
Cuando el ingeniero sevillano Víctor Fernández tenía 26 años dio un disgusto doble a sus padres: les dijo que dejaba la multinacional donde trabajaba y que iba a montar una cooperativa.
“Nos juntamos cinco amigos, todos de la misma edad y con trabajo estable, y vimos que nuestra aportación básica era el conocimiento que sumábamos. Lo lógico, pues, era crear una cooperativa porque lo importante es la codecisión”, apunta.
La empresa se llama Emergya y se dedica al desarrollo de software libre. Han pasado 10 años y hoy factura cinco millones de euros.
Las cooperativas tienen una ventaja competitiva en épocas de crisis: es más fácil bajarse los sueldos al ser el trabajador también propietario y al establecer mecanismos compensatorios de ayuda mutua.
La economía colaborativa, que desdeña el valor de la propiedad, supone casi un reset con respecto al manual heredado: cuanto más joven, más fácil para sacarle jugo.
Vivir con menos dinero porque la colaboración con los demás hace también que se necesite menos entronca con una de las revoluciones en marcha más extendida entre los jóvenes procedentes de la cultura digital: la economía colaborativa. El fenómeno, que ha sido ya portada de The Economist y Forbes, facilita vivir con mucho menos dinero sin grandes renuncias: en lugar de ir a un hotel, se intercambia el piso o se paga en especies una habitación en una casa particular; por ejemplo, arreglando el ordenador. En lugar de comprar un coche, se alquila por horas. La lista es casi ilimitada (véase el gráfico).
En este nuevo marco, incluso la seguridad de un piso en propiedad, que no está ya al alcance de ningún joven de clase media, pierde valor. El cambio de chip ha entrado incluso en este terreno tan apegado a la tradición de España, donde el que no comprara un piso hasta parecía tonto: de la mano de gente joven ha empezado a ensayarse con los modelos de cesión de uso, una figura a medio camino entre el alquiler y la propiedad muy extendida en Alemania y los países escandinavos.
“La clave es ver la vivienda como un bien de uso, que pago para utilizarla, y no como un bien económico y en ocasiones especulativo”, explica Raúl Robert, ingeniero industrial que descubrió el modelo porque trabajaba en el sector de la construcción y promoción. Tenía entonces 30 años y quedó fascinado hasta el punto de empezar a remar para que llegara a España a través de Sostre Cívic (Techo Cívico), la cooperativa que más empuja aquí en esta dirección.
Funciona así: la cooperativa es la propietaria del edificio y sus socios pagan una entrada —no supera los 20.000 euros, pero puede ser mucho menos— y una cuota mensual —máximo, 450 euros, que tras la amortización queda en unos 150— por vivir allí con la garantía de que ni el alquiler subirá ni el contrato vencerá. Además, el derecho de uso se puede traspasar a los familiares más directos. Lo que no se permite es dejar vacío el piso o ponerlo a la venta, y el que se va recupera la entrada.
‘COWORKING’ EN EBULLICIÓN
Algo similar sucede con los coworkings. Nada de alquileres tradicionales, que comprometen, son caros y obligan a trabajar aislado de los demás: se trabaja en un espacio compartido con mucha otra gente y solo el tiempo que se necesite: un día, un mes o un año, ya se verá. En muy poco tiempo han nacido más de 500 coworkings en España. Suelen estar atestados de gente joven y en ebullición, como Makers of Barcelona (MOB), centrado no solo en ofrecer un lugar para trabajar, sino en crear una auténtica “comunidad de creativos” con networking.
El MOB tiene unos 150 socios —pagan un máximo de 200 euros al mes—, muchos son extranjeros y el 20% se va renovando cada mes, estima su creadora, Cecilia Tham, arquitecta formada en Harvard: “El MOB nació de la insatisfacción que sentía con un trabajo convencional, de 9 a 18 horas, para hacer las cosas que querían otros. Este es el modelo que está en crisis, pero la nueva situación puede ser mucho más interesante”, opina.
¿Y si el peligro no fuera la pérdida de seguridad, sino un aumento de las desigualdades? Por ejemplo: un mundo con unos cuantos flaneurs que pasean fascinados por el mundo mientras una multitud —muchos, con título universitario— se da golpes contra un muro infranqueable.
‘COWORKING’ Cecilia Tham, en la sede de Makers of Barcelona (MOB) FOToGRAFÍA: EDU BAYER
CONSUMO COLABORATIVO: UN EJEMPLO PRÁCTICO
Un joven quiere irse de vacaciones y no tiene dinero…
1. Alquila su piso en airbnb.es durante un mes y se va a casa de un amigo. Puede ganar hasta 60 euros por día (también puede alquilar una habitación y quedarse en casa, aunque, claro, gana menos). Otra opción: intercambia el piso en knok.com
2. Alquila su coche durante las horas del día en que no lo necesita en
socialcar.com [si no tiene coche y lo necesita esporádicamente, acude a avancar.es, aunque se mueve normalmente en bicing].
3. Busca una plaza de coche en blablacar.es y viaja por muy poco dinero a la ciudad de destino.
4. Se aloja en una casa que encuentra en couchsurfing.org sin pagar, a cambio de preparar el almuerzo a los anfitriones y repararles el ordenador.
Y al regresar…
1. Necesita un frigorífico y lo encuentra sin pagar en nolotiro.org
2. Tiene su oficina en un coworking por 100 euros al mes, que encuentra en coworkingspain.es
3. Estudia un curso gratis de la Universidad de Princeton que, encuentra en coursera.org. Solo se paga por el título, no por estudiar.
4. Cocina siempre de más y vende las porciones que le sobran en compartoplato.es
5. Ofrece sus habilidades en un banco de horas y obtiene así otros servicios básicos sin pagar.
PARA SABER MÁS
Organización Internacional del Trabajo (OIT), 2013.