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La huella medioambiental de cada clic

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Marzo 2020 / 78

La multiplicación de equipos y de usuarios va a aumentar todavía más la expansión digital, y también su impacto negativo para el planeta.

PERICO PASTOR

Raramente una tecnología ha escondido tan bien su infraestructura física. Para muchos de nosotros, hacer una foto de un paisaje con el teléfono y enviársela al grupo familiar de WhatsApp no tiene ninguna consecuencia medioambiental. Además, el smartphone no ha gastado ni un 1% de la batería. Sin embargo, cualquier acción realizada a través de internet moviliza una amplia y energívora infraestructura.

Para llegar hasta el dispositivo de la persona receptora, el fichero digital inmaterial que transporta el bonito paisaje de la foto atraviesa miles de kilómetros a través de los cables subterráneos y submarinos que transportan las señales eléctricas. Y si se almacena en la nube, el archivo se queda en un centro de datos que está enchufado y climatizado las 24 horas del día. Finalmente, para llegar hasta otros teléfonos inteligentes, el archivo debe emitirse a través de una antena repetidora. Todo ello exige energía. La huella medioambiental del mundo digital es, pues, sustancial. 

Consumo eléctrico y CO2

Es difícil medir con precisión dicha huella en su conjunto —considerando la fabricación de equipos y su utilización— debido a su carácter mundial. “Una simple consulta en un motor de búsqueda puede recorrer varios países”, precisa Laurent Lefèvre, investigador en informática del Inria, instituto nacional francés de investigación en ciencias y tecnologías digitales, y director adjunto del grupo de investigación en el CNRS-EcoInfo. Si nos limitamos únicamente a la parte energética de ese balance medioambiental, se calcula que lo digital representa el 10% del consumo eléctrico mundial. Y a este cálculo hay que sumarle otras fuentes como los hidrocarburos para la fabricación de los materiales. Es un balance energético que se reparte prácticamente a partes iguales entre la producción de equipos (45%) y su utilización (55%).

Y el mix eléctrico mundial funciona aún en gran medida con energías fósiles (carbón, 38% y gas, 23%), por lo que emite grandes cantidades de CO2, principal contribuyente al calentamiento global. Las tecnologías digitales son responsables del 3,7% de las emisiones mundiales de gas de efecto invernadero* . Esto significa que este sector emite una cantidad de gas de efecto invernadero similar a la de la aviación o a la de un país como Rusia. Y hay algo más inquietante: “Ningún sector de actividad experimenta un crecimiento comparable al del digital”, observa Frédéric Bordage, fundador de la comunidad Green IT. 

En efecto, según los cálculos de la asociación The Shift Project, las emisiones de gas de efecto invernadero debidas a la fabricación y uso en el sector digital aumentan el 8% anual, por lo que el porcentaje de este sector en las emisiones mundiales podría alcanzar el 8% en 2025. Este incremento dependerá, obviamente, de si el sistema energético se descarboniza más o menos deprisa, y también de las emisiones de los otros sectores. Pero una cosa está clara: es creciente y se alimenta por todos lados. Pues las tecnologías digitales tienen ante sí segmentos enteros de la humanidad que conquistar y equipar. Aunque en 2016, solo el 49% de los habitantes del planeta eran usuarios de internet, su crecimiento es exponencial: en 2010 lo era un 28%. Son principalmente los países en desarrollo los que van a acudir en masa a engrosar las filas de los internautas. Por ejemplo, según el Banco Mundial, 1.000 millones de personas residentes en la India no tenían aún acceso a internet en 2016, ni tampoco 755 millones de chinos. La cantera de nuevos usuarios es, pues, significativa.

Dispositivos por persona

Pero ese crecimiento procede igualmente de los países del Norte, aun cuando la gran mayoría de la población está ya conectada. Teléfonos inteligentes, tabletas, ordenadores, altavoces y televisores conectados, consolas de juegos, impresoras… la cantidad media de objetos conectados por persona en 2016 era de cinco en Europa Occidental y de ocho en Estados Unidos. En 2022, esas cifras podrían pasar a 9 y 13, respectivamente. Cada año se venden en el mundo 1.500 millones de smartphones y suman más de 10.000 millones los vendidos desde su aparición, hace una década.

Antes de hablar de su uso, ya la producción de esos equipos denominados terminales —pues están posicionados al final de la red—, es contaminante y muy costosa desde el punto de vista energético. En efecto, contienen metales preciosos y raros, cuya extracción exige, por una parte, un consumo masivo de agua y de productos químicos que contaminan los suelos y las capas freáticas y, por otra parte, de energía procedente fundamentalmente de hidrocarburos, grandes emisores de CO2. Esta producción, que por sí sola es responsable del 45% del balance energético total del sector digital, se reparte entre smartphones (11%), ordenadores (17%) y televisores (11%). Y su glotonería es tal que el 0,2% del consumo de agua dulce mundial es imputable a las tecnologías digitales, según Green IT. Esta cifra puede parecer baja, pero en realidad “el sector digital añade más tensión sobre este recurso, que ya sufre una tensión constante y generalizada”, indica Frédéric Bordage.

En el ciclo vital de un smartphone, su producción representa un 90% de su huella energética y su alimentación —recarga de las baterías— un 10%. Pero a ello hay que añadir el funcionamiento de la red que utiliza. En efecto, cualquier actividad en internet, como la de consultar una web, equivale a cargar datos en el terminal. Estos datos se almacenan en un servidor situado en un centro de datos, los famosos data centers. Para llegar hasta nuestro terminal, los datos circulan por las autopistas digitales que forman la red, constituida por cables que cuadriculan el globo, por módems, por antenas…
Un dato digital recorre una media de 15.000 kilómetros, según indica la Agencia del Medio Ambiente y del Control de la Energía (Ademe en sus siglas en francés).

El calor del ordenador

Toda esta estructura está conectada permanentemente a la red eléctrica. Por tanto, es gran consumidora de corriente. Los centros de datos son especialmente energívoros, pues los servidores no solo consumen electricidad para su funcionamiento, sino que también emiten, sobre todo, calor.

Los datos digitales recorren, de media, 15.000 kilómetros, para llegar a nuestro terminal

El 55% de toda la factura energética del sector digital procede del uso de internet

Cualquier usuario de un simple ordenador portátil que constate el calor que desprende su aparato tras algunas horas de uso puede imaginarse cómo sube la temperatura en esos grandes hangares en los que funcionan continuamente decenas de miles de servidores. Para evitar el sobrecalentamiento, hay que enfriar continuamente los centros de datos. En parte mediante la ventilación, pero también a través de la refrigeración, lo que constituye una fuente adicional de consumo de energía.

Todo ello explica que, a nivel mundial, el 55% de la factura energética del sector digital proceda de su uso. Este consumo ligado al uso se reparte en partes equivalentes entre los centros de datos (19%), la red (16%) y la recarga de los terminales (20%), ya se trate de teléfonos, de ordenadores o de televisores conectados. 

Infraestructuras infladas

Pero tanto los operadores de red —como los suministradores de acceso a internet o esos gestores de centros de datos que son los proveedores de contenidos como Netflix, Google y Facebook— intentan combatir a cualquier precio el “riesgo de latencia” para el usuario. Es decir, el tiempo que tardan los datos en cargarse y, por tanto, en aparecer en nuestros terminales. Para lograrlo y poder responder en cualquier momento a una demanda muy elevada, inflan exageradamente sus infraestructuras. “Las infraestructuras están muy sobredimensionadas, ya sea por el número de servidores en los centros de datos o por el ancho de banda de las redes de comunicación”, resume Laurent Lefèvre, del Inria.

Consumo aun sin uso

Muchas de esas máquinas trabajan, pues, a pleno rendimiento y sin cesar a pesar de que no se utilizan o se utilizan poco. “E incluso cuando un servidor no se utiliza consume en energía el equivalente al 50% de lo que consume en sus picos de actividad, señala Lefèvre, “y, además, algunos equipos de la red tienen una carga eléctrica constante, se usen o no”.

Los rúteres son un perfecto ejemplo. Muchos de ellos solo tienen un botón de on/off y funcionan 24 horas al día, aunque solo se usan unas horas. Esa hiperdisponibilidad de los equipos se traduce también en la falta de adaptación de la red a los ciclos de consumo, “pese a que en algunos usos digitales hay fluctuaciones entre el día y la noche, la semana y el fin de semana”, añade Laurent Lefèvre.

PERICO PASTOR

Lo digital se ha elaborado con la voluntad de dar un servicio cada vez más eficaz y rápido, pero prestando muy poca, por no decir ninguna, atención a su peso energético y medioambiental. “Ninguno de los proveedores ha hecho constar que había que pensar en límites físicos para la economía digital”, considera Hugues Ferreboeuf, jefe de proyecto digital en The Shift Project. 

Paralelamente, el sector se ha alimentado de constantes aumentos de eficacia energética y, para una misma acción, hoy se necesita una cantidad de energía mucho menor que la que se necesitaba ayer. ¿Bajará, pues, la factura energética? No, pues hay que tener en cuenta los “efectos rebote”, muy importantes en el universo digital. En efecto, si es menos costoso energética y económicamente realizar una acción, según la lógica, el consumo de energía disminuye. Sin embargo, ocurre lo contrario: ¡cuánto más barato es para el usuario, más se intensifica el uso!

“Entre 2014 y 2018, hemos movilizado cinco veces menos de energía para transportar un dato a través de la red de telefonía móvil, pero, al mismo tiempo, hemos transportado siete veces más datos”, explica Marc Blanchet, director técnico del sistema de información de Orange. Hacer un uso más ahorrativo en energía no implica automáticamente un menor consumo, sino lo contrario.

Más consumo con el 5G

Como muestra, la futura expansión del 5G. La telefonía móvil de quinta generación, que entrará en funcionamiento en los próximos años, es el resultado de una innovación tecnológica, pero promete multiplicar aún más el consumo de datos. “Una velocidad multiplicada por 10 y un tiempo de transmisión dividido por la misma cifra”, proclaman sus promotores. Aunque los contornos de esta tecnología no están aún totalmente definidos ni se conocen las consecuencias medioambientales, lo que sí es seguro es que va a provocar una intensificación de los usos. Y también acelerar que la báscula se incline de la conexión a internet fija hacia la móvil. Resulta que la red móvil consume mucha más energía que la fija, ya que hay que emitir la señal desde una antena que debe pasar a través de muros espesos en lugar de llevarla a través de cables hasta un rúter. 

Además, cada salto tecnológico acelera la obsolescencia de los aparatos y el 5G no va a ser menos”, añade Frédéric Bordage. Una de las razones del aumento de la huella medioambiental del sector digital se halla en la rapidez con que se renuevan los equipos. [Según un informe de Strategy Analytics, los usuarios de los teléfonos de Samsung tardan 16,5 meses en cambiar su móvil por otro nuevo, mientras que los de Apple cambian sus iPhone cada año y medio]. ¿Por qué? “El peso de los servicios digitales es cada vez mayor y a los aparatos antiguos les cuesta soportarlo. Funcionan al ralentí o no pueden actualizarse, resume Liliane Dedryver, jefa de proyecto digital en France Stratégie. Es el fenómeno denominado software inflado. 

“El número de funcionalidades para un mismo servicio no deja de aumentar”, añade Laurent Lefèvre, “y, sobre todo, de funcionalidades no modulables que no se pueden desactivar”. Una simple reserva de un billete puede ir acompañada de la geolocalización del cliente, de la memorización del historial de búsquedas y compras…

Los terminales deben ser cada vez más potentes si quieren seguir este ritmo desenfrenado. A pesar de las mejoras para estimular el rendimiento de los modelos antiguos, los fabricantes no cierran el grifo de la fabricación de nuevos productos con una huella de carbono más elevada que las versiones precedentes. Entre el iPhone4, que salió al mercado en 2010 y el iPhone X, comercializado en 2017, la huella de carbono ha aumentado el 75%.

Escaso reciclaje

Semejante renovación hace que nuestros armarios se llenen de viejos teléfonos móviles y ordenadores. Pues cuando llegan a su fin, esos residuos no terminan siempre en el contenedor apropiado. El índice de recolección de los teléfonos móviles es en España de  uno de cada 20, pese a las ventajas medioambientales que supondría. Y, además, recoger no significa sistemáticamente reciclar.

Desde su fabricación hasta su muerte, lo digital es todo menos un servicio inmaterial y renovable. “Como apenas se tienen en cuenta los límites medioambientales, parte de la innovación actual no es compatible con el mundo de mañana”, observa François Marchandise, director de investigación y de prospectiva en la Fondation internet nouvelle génération (Fing). El colmo para un sector que quiere transformar nuestras vidas.


* Las tecnologías digitales provocan el 3,7% de las emisiones de gases de efecto invernadero, proporción similar a la aviación o a las de Rusia. De hecho, no existe una cifra global del consumo energético del sector digital procedente de mediciones directas, solo proyecciones a partir de muestras representativas. Aquí usamos las cifras de The Shift Project.