La larga marcha de los robots
Los expertos comparan el ritmo actual de avances tecnológicos con la revolución industrial, pero está menos claro que las nuevas oportunidades compensen la destrucción de empleo
Una de las adquisiciones corporativas recientes que más excitaron a los analistas fue la compra de WhatsApp por parte de Facebook, que el año pasado pagó 22.000 millones de dólares por la empresa de mensajería instantánea. Se llenaron ríos de tinta sobre la generación de valor, las expectativas de la red social y el futuro del business en múltiples variantes, pero casi nadie puso el foco en el dineral pagado por una empresa... de 55 trabajadores.
En cambio, en este detalle se oculta la última mutación del capitalismo, que en plena revolución digital parece disociar de forma creciente la evolución de la economía de la del empleo.
El último informe de la Organización Internacional del Trabajo calcula que hay 201 millones de parados en el mundo y augura que la destrucción de empleo sigue: estima que habrá 11 millones más de desempleados en 2019. El organismo calcula que sólo para revertir los efectos de la crisis y absorber las entradas al mercado laboral se precisarían nada menos que 280 millones de empleos nuevos de aquí a 2019.
Pero estas cifras mareantes no tienen en cuenta el efecto de la aceleración de la revolución digital. Algunos autores, como Jeremy Rifkin, de la Universidad de Pensilvania, sostienen que la crisis impide percibir los canales subterráneos de destrucción de empleo derivados de la revolución digital, que tienen mucha más importancia porque cambian la naturaleza del capitalismo. Según Rifkin, ni siquiera sirve ya una ley económica tan básica como que el aumento de la productividad genera empleo. En su opinión, la ecuación incluso se ha invertido y ahora “relaciona el aumento de productividad y la pérdida de puestos de trabajo”.
“La desconexión entre el crecimiento del PIB y la reducción del desempleo es tan patente que es difícil seguir ignorándola, aunque pocos economistas están dispuestos a dar un paso al frente y reconocer que el supuesto subyacente de la teoría económica —que la productividad genera más puestos de trabajo de los que destruye— ha dejado de ser creíble”, escribe en su último libro (1).
LA GRAN ACELERACIÓN
A menudo se considera que los empleos simplemente se mueven de sitio a través de las deslocalizaciones —trasladar las plantas de trabajo a países con salarios más bajos—, pero Rifkin aporta varios ejemplos para apuntalar su tesis: entre 1982 y 2002, la producción de acero en EE UU pasó de 75 millones a 120 millones de toneladas, mientras que los empleos en el sector pasaron de 289.000 a 74.000. Entre 1995 y 2002, la economía mundial perdió 22 millones de empleos pese a que la producción aumentó el 30%.
Rifkin insiste en esta tendencia de fondo asociada a la revolución tecnológica desde la década de 1990, cuando publicó El fin del trabajo, pero la aceleración del fenómeno es exponencial, de la misma forma que lo es el avance tecnológico. Los expertos recurren para explicarlo al cuento del rey que quería recompensar a un súbdito con un deseo y éste pidió un tablero de ajedrez en el que la primera casilla le reportara un grano de arroz y luego se fuera duplicando la cantidad hasta llegar al final: un grano en la primera, dos en la segunda, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta... y así hasta 64. El rey accedió porque no había captado la magnitud que suponía duplicar sucesivamente las cantidades hasta 63 veces, pero al final tuvo que rendirse y admitir que no podía cumplir; a esta velocidad sideral evoluciona la tecnología, con efectos extraordinarios que, como el rey del cuento, difícilmente podemos percibir aún.
Rifkin avisa que ahora, con más productividad, se pierde empleo
Un estudio de Oxford afirma que el 47% de los oficios están en peligro
Los últimos avances han provocado saltos cualitativos de gran importancia en áreas como la robótica y la inteligencia artificial, lo cual repercutirá en el empleo. En 2013, los profesores de la Universidad de Oxford Carl Benedikt Frey y Michael Osborne se atrevieron a estimar el impacto de la robotización en más de 700 profesiones a partir de una tabla en la que el 1 indica la máxima probabilidad de que las máquinas sustituyan el trabajo humano y el 0 la mínima (2). El resultado es que casi la mitad tiene el 50% o más de posibilidades de que los robots desplacen a los humanos en las próximas décadas (véase el gráfico). Esto en la fase actual, cuando la aceleración del tablero de ajedrez no ha hecho más que empezar a evidenciarse.
La amenaza no afecta ya sólo a los trabajos menos cualificados, sino que empieza a entrar de lleno en profesiones liberales y hasta en determinadas áreas de la industria cultural y del conocimiento, que se creían hasta hace poco ajenas al seísmo.
The Economist, biblia liberal que sigue el fenómeno muy de cerca (3), estima por ejemplo que la revolución digital aplicada a la enseñanza reducirá a la mitad los ingresos de las universidades privadas y el empleo del sector caerá el 30%, lo cual obligará a cerrar muchos centros de enseñanza superior.
Los expertos empiezan a identificar la situación como la tercera gran ola de la Revolución industrial, tras la que arrancó a finales del siglo XVIII con la producción industrial y la que siguió un siglo después con la revolución de las comunicaciones. En ambos casos se destruyeron muchas profesiones y empleos, pero en el nuevo mundo resultante se multiplicaron el trabajo y la riqueza: ahí se aferran los optimistas y tecnófilos ante los nuevos retos de esta tercera gran ola.
¿TECNOFEUDALISMO?
Sin embargo, ni siquiera The Economist, entusiasta del liberalismo con gran fe en el progreso, está convencido de que esta vez suceda lo mismo: “Si la revolución digital llevará a la creación masiva de puestos que superarán la destrucción masiva aún está por ver”, concluye. En el corto y medio plazo no tiene dudas: la destrucción será intensa. Hasta Martin Wolf, editorialista jefe del Financial Times, aboga abiertamente por “la redistribución de la riqueza y de la renta” para evitar el peligro de una era de “tecnofeudalismo”.
Pese a su enorme trascendencia, la izquierda mayoritaria está al margen de este debate, pertrechada en las fórmulas neokeynesianas clásicas de creación de puestos de trabajo con grandes inversiones públicas, fomento de los nuevos nichos verdes y estimulación de la demanda sin situar en el eje central del análisis la revolución digital en curso y sus efectos. Sólo algunos sectores de la izquierda minoritaria llegan hasta las últimas consecuencias de las implicaciones para el empleo de la revolución tecnológica y de ahí su insistencia en la renta básica y el reparto del empleo.
Pero la revoluciónn tecnológica sigue avanzando al mismo ritmo, le preste la izquierda atención o no.
PARA SABER MÁS
1. La sociedad de coste marginal cero, Jeremy Rifkin. Editorial Paidós, 2014.
2. The future of employment: how susceptible are jobs to computerization? C. Benedikt Frey y M. A. Osborne. Universidad de Oxford, 2013.
3. The Economist. Especiales sobre Robots (29/3/2014), Educación (28/6/2014), Tercera Revolución industrial (4/10/2014) y Economía bajo demanda (3/1/2015).