La mano invisible
Amigas lectoras, amigos lectores, les voy a prevenir de inmediato: no saldrán indemnes de la lectura de este artículo. La economía no es fácil de entender (por eso existe Alternativas Económicas), pero como personas interesadas en la cosa económica —en caso contrario, no estarían leyendo estas páginas—, seguro que han oído hablar de la “mano invisible”, puesta de relieve por Adam Smith a finales del siglo XVIII.
Recordémoslo, consiste simplemente en decir que cada uno, al perseguir su propio interés egoísta, contribuye al bienestar de todos. El carnicero no se levanta por puro altruismo a las cuatro de la mañana para ir a buscar la res y despiezarla. Lo hace para conseguir un beneficio personal. Lo mismo ocurre con el panadero, el conductor de autobús, etc. Sin embargo, al final todo el mundo está contento, alimentado y transportado. Como si “una mano invisible”, la de las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, guiara nuestras decisiones permitiendo llegar a la mejor solución posible para la economía. Esta confianza en las virtudes innatas del mercado, como mecanismo natural de coordinación de las decisiones individuales, ha hecho de Adam Smith el padre fundador de una corriente de pensamiento económico liberal.
UN ATRACO INTELECTUAL
La buena noticia es que es bastante fácil de entender. Pasemos a la mala: ¡pueden olvidarlo! Adam Smith jamás escribió semejante estupidez.
Pasemos a la primera vez en la que el economista y filósofo escocés utiliza la expresión “mano invisible”. Es en un textito en el que habla de los primitivos que, como no han tenido la suerte de descubrir aún la meteorología, atribuyen los elementos a los que tienen que enfrentarse a “la mano invisible de Júpiter”.
Si la mano de Adam Smith es invisible se debe sencillamente a que no existe
La segunda vez lo hace en su libro filosófico La teoría de los sentimientos morales (1759). En él explica que los ricos terratenientes, que emplean un ejército de sirvientes domésticos para que les satisfagan sus caprichos, “son llevados por una mano invisible” a redistribuir la riqueza. Un comportamiento ocioso que él condena.
La última vez que lo emplea es en La riqueza de las naciones (1776) para señalar que cuando un empresario desarrolla su negocio “está llevado por una mano invisible a cumplir una finalidad que no entraba en absoluto en sus intenciones”. Y eso es todo. Si bien es cierto que Smith creía en las virtudes de la división del trabajo y en el intercambio, también lo es que jamás comparó el mercado con una mano invisible autorreguladora. Desconfiaba del poder de los comerciantes, era un adepto del impuesto progresivo y denunciaba la opresión de los asalariados. Fueron los economistas liberales de los siglos posteriores los que cometieron un atraco intelectual apropiándosela. Si la mano de Adam Smith es invisible se debe sencillamente a que no existe. Un consejo, descubra a un buen economista heterodoxo leyendo a Adam Smith.