La máquina humana y su productividad
Historia de la jornada laboral
¿Por qué trabajamos ocho horas? ¿Por qué no 10, o 12, o 16? ¿Por qué no cinco o tres? La historia de la jornada laboral marca una progresiva reducción de la misma para una parte privilegiada de la población mundial. Las cosas han cambiado, desde la esclavitud hasta el feudalismo, el interminable trabajo en las fábricas de la Revolución Industrial, la regulación horaria, la jornada de 10 horas, las ocho horas del 1 de mayo, las siete horas en Francia, el actual experimento del Ayuntamiento de Gotemburgo, y los estudios que promueven cinco horas.
“Para explicar la historia de la jornada laboral debemos partir de una premisa”, advierte Carmen Sarasua, profesora de Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona. “La legislación laboral que se ha conseguido con las luchas sociales es la que menos se cumple. En muchos casos es papel mojado. Hay gente que tiene un contrato de ocho horas y trabaja diez, once o más. Esto sucedía antes y ahora”.
Pero sintetizar la jornada laboral en un promedio general es mucha síntesis. “Puede ser diversa, según la actividad que se realice”, añade Sarasua. “No es lo mismo el sector agrario, en el que durante la cosecha se trabaja a destajo y luego hay períodos en que no hay qué hacer, que el trabajo industrial, donde se ficha al entrar y al salir de la fábrica. No es lo mismo un médico que un oficinista”.
¿Quién inventó la jornada laboral, tal como la conocemos? El historiador Edward Palmer (E. P.) Thompson aportó una reflexión importante. En su artículo “Tiempo, disciplina del trabajo y capitalismo industrial” se pregunta sobre la concepción del tiempo, y lo relaciona con el nacimiento del reloj, esa máquina símbolo de estatus, controlada inicialmente por las clases sociales dominantes. Fue entonces, en el siglo XIV, cuando dejó de medirse la jornada laboral por el amanecer y el ocaso con descansos marcados por la iglesia o el ayuntamiento (aunque en muchos lugares siguió midiéndose así incluso hasta hace unas décadas).
Con la Revolución Industrial, el reloj pasó de ser un artículo de lujo a un mecanismo utilizado por la sociedad, que le permitió definir horarios y luchas.
Pero hubo quienes nunca pudieron delimitar horarios: las mujeres, que hacían doble trabajo mucho antes de este período histórico. “¡Ay!, sabemos que nuestro trabajo no ha hecho más que empezar”, protestaba en 1739 Mary Coller, una campesina inglesa citada por Thompson: “Tantas cosas requieren nuestro cuidado... Vosotros cenáis y sin tardanza a la cama vais..., mientras que nosotras poco sueño podemos disfrutar, pues nuestros madrugadores hijos lloran y gritan... Desde el día que empieza el cosechar, hasta cortar y guardar el grano, nuestras cotidianas labores y tareas así extremamos”.
Todos traían dinero a casa, los hombres, las mujeres y los niños. Ellas, además, se ocupaban del hogar, un trabajo nunca regulado.
Legislación laboral
La historia de la legislación laboral se inició en Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial y centro neurálgico del mundo fabril.
“A comienzos del siglo XIX se empezaron a articular leyes que regulaban el trabajo en las fábricas”, explica Juan Carlos Rodríguez Caballero en su tesis doctoral de la Universidad de Valladolid. “Las primeras de estas Leyes de Fábricas estaban dirigidas a limitar el trabajo de los niños. Así, en 1802 se aprobó la Ley para la Mejor Conservación de la Salud y de la Moral de los Aprendices, que limitaba el empleo de los niños a 12 horas diarias. En 1819 se prohibió el empleo de los menores de nueve años”.
Según la Historia del 1 de Mayo, de Maurice Dommanget, en 1817 el socialista y padre del cooperativismo, Robert Owen, introdujo intelectualmente las ocho horas como la cantidad de tiempo en la que la “máquina humana” podía producir sin enfermarse.
“Es la duración más larga de trabajo que la especie humana puede soportar manteniéndose en buena salud, inteligente y feliz. Los modernos descubrimientos químicos y mecánicos suprimen la necesidad de demandar un esfuerzo físico más largo”, decía en su catecismo para los trabajadores.
Pero las ideas de Owen no se hicieron realidad hasta muchísimo tiempo después, huelgas, luchas y sangre mediante.
1 de mayo Protestas obreras en Chicago, que derivaron en la jornada de ocho horas. Grabado publicado en ‘Harper’s Weekly’
El movimiento por las 10 horas
Las luchas obreras de la Revolución Industrial se volvieron cada vez más constantes dentro de la Unión General de Clases Productoras. Comenzaron los hilanderos de algodón de Nottingham, en 1825, y pronto tomaron como herramienta la huelga general. En 1830, 100.000 obreros dedicados la fabricación de carruajes reclamaron la reducción de la jornada a 10 horas, y a ellos se les sumaron otras profesiones.
Este debate se prolongó durante años, de la mano de anarquistas, cooperativistas, comunistas y socialistas, que fueron rompiendo las fronteras de Europa y del mundo.
En el debate participaron los principales economistas y políticos de la época. En contra de bajar la jornada laboral estaban algunos economistas; por ejemplo, William Senior.
“Planteó un ejemplo numérico para argumentar que si se redujese la jornada de trabajo de las once horas y media vigentes a diez horas, el beneficio de la industria textil desaparecería por completo”, cuenta Rodríguez Caballero. Bajar la jornada a 10 horas era para Senior el fin de la industria. Este argumento pervive hoy en el debate por reducir la jornada laboral de ocho a seis horas.
Finalmente, después de hacer varias huelgas, en la Ley de Fábricas de 1847 se logró limitar la jornada a 10 horas pero solo para varones menores de 18 años y mujeres.
En 1867, apenas creada la Asociación Internacional de Trabajadores —la Primera Internacional—, Karl Marx publicó el libro que revolucionó el mundo, El capital, donde definieron, entre otros, la plusvalía y la jornada laboral dentro de un mercado de trabajo en el que se intercambia tiempo humano por dinero, con todas sus implicaciones.
Los obreros inmigrantes en Estados Unidos pronto asumieron la idea de las ocho horas. El 1 de mayo de 1886, con el epicentro de las luchas en Chicago (donde se daban las condiciones más duras), hubo más de 5.000 huelgas. En Chicago, en los días siguientes, la represión hizo una masacre. Los mártires reivindicaban “ocho horas para el trabajo, ocho para para el reposo y ocho para la educación”. Ni pensaban en el ocio.
Se contagió al mundo y dio inicio al movimiento obrero y a pensar en el 1 de mayo como el gran día de lucha de las personas trabajadoras. Hasta 100 años después las ocho horas no fueron en muchos lugares más que una utopía. En España se consiguieron en 1919, después de 44 días de huelga general.
Menos de ocho horas
En 1930, el economista John Maynard Keynes predijo en su escrito Posibilidades económicas para nuestros nietos, que en 2030 el nivel tecnológico permitiría una semana laboral de 15 horas, con las que sería posible cubrir las necesidades productivas. Keynes preveía un mundo de ocio en el que la gente tendría tiempo para gastar, y mantendría activa la economía.
Más osados fueron los soviéticos. En el diccionario de economía de la URSS, de Borisov, Shamin y Makarova, traducido en 1965, predecían que la Unión Soviética se convertiría antes de 1980 en “el país de jornada de trabajo más corta del mundo, que será, a la vez, la más productiva y mejor pagada”.
Francia ha sido el gran ejemplo factual con su jornada de siete horas, con idéntico salario, impuesta por el socialista François Mitterrand en 1981 como una fórmula para combatir el desempleo. Hoy hace agua. Con las horas extras, las estadísticas de Eurostat muestran que los franceses trabajan un promedio de 41 horas a la semana, lo mismo que en España.
Los estudios empíricos vuelven a Owen. ¿Cuánto aguanta trabajando bien la “máquina humana”?, se preguntan expertos en recursos humanos. “Ahora mismo, todos los estudios médicos demuestran que el rendimiento tiene forma de campana invertida”, agrega Sarasua. “A partir de la hora sexta o séptima, a un empresario no le interesa tener a un trabajador porque no rinde”.
El riesgo es que baje el salario. Quizá los que más se le acerquen sean los funcionarios suecos de Gotemburgo, donde el Ayuntamiento ha decidido experimentar. Hasta el 1 de mayo de 2015 han dividido a los trabajadores en dos grupos con el mismo sueldo. Uno de ellos tiene un horario de seis horas, el otro continúa con las ocho. Habrá que ver si los afortunados son más productivos, más felices, más sanos e inyectan más dinero en la economía.