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La variable que aún falta en la ecuación // Portugal: Guimarães, Huella ecológica

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Enero 2020 / 76

Las métricas para calcular el impacto medioambiental del modelo de producción y consumo en cada territorio ya están disponibles. Los resultados son alarmantes.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR 

La política económica suele tener presente la evolución del producto interior bruto (PIB), la inflación, los salarios, la deuda, la tasa de desempleo y un puñado más de magnitudes convencionales. Según quien mande y la importancia que le dé a cada uno de los ingredientes, saldrá una receta u otra. Pero por diferentes que sean las respuestas (y lo son mucho) pronto ya ni siquiera podrán plantearse si no incorporan también una variable nueva e imprescindible en el centro mismo de la fórmula: la emergencia climática.

¿Pero cómo hacerlo, más allá de proclamas grandilocuentes, que no suelen tener efectos prácticos? Una posibilidad, disponible incluso para el municipio más pequeño es empezar a incluir dentro la política económica y de la planificación pública la variable de la huella ecológica. Se trata de una métrica desarrollada por Global Footprint Network, entidad sin ánimo de lucro impulsada por científicos y con sede en San Francisco y en Ginebra que calcula el impacto ecológico de la producción y consumo de un territorio, o incluso de una persona individual (footprintcalculator.org), y lo pone en relación con la biocapacidad del territorio concreto. Si el resultado es negativo, se deberían encender las alarmas: quiere decir que se está machacando el planeta y las políticas públicas deberían actuar en consecuencia para evitarlo.

“Disponer de métricas es imprescindible para tener un buen diagnóstico de la situación, priorizar y jerarquizar objetivos y establecer estrategias coherentes, tanto a nivel local como global “, subraya Alessandro Galli, uno de los impulsores de la Global Footprint Network.

La métrica, pues, ya existe y comienza a servir de estándar global, facilitando que se la pueda incluir en la ecuación general: la herramienta cuantifica tanto el impacto sobre el territorio como la biocapacidad del entorno y el posible déficit que se deriva y que a estas alturas ya tienen la gran mayoría de países y ciudades del mundo. Lo hace a partir de la medida hectárea global (estandarizada) por habitante (Ghh, en sus siglas en inglés) que se necesitan para satisfacer el modelo de producción y consumo vigente, integrando, obviamente, las emisiones producidas también por la producción del transporte de mercancías. 

España tiene, según este método de cálculo, una huella ecológica de 4,05 Ghh: cada habitante necesitaría teóricamente 4,05 hectáreas de terreno para satisfacer las necesidades anuales de producción y consumo. En cambio, su biocapacidad daría para apenas 1,4 Ghh, que es lo que le permitiría mantenerse en equilibrio. El déficit sería, por tanto, de 2,6 Ghh, una cifra muy importante e insostenible, pero todavía alejada de la de países como Reino Unido (-3,3), Italia (-3,5) y EE UU (-4,5).


VOLUNTAD DIDÁCTICA

Los promotores de esta métrica han buscado dos vías para traducir estos complejos cálculos en imágenes que todo el mundo pueda entender, con el objetivo de aumentar el impacto sobre los no especialistas y ayudar a empujar hacia el cambio de hábitos (y de políticas públicas) que permitan revertir la situación. “Estos procesos solo pueden tirar realmente adelante si los ciudadanos se implican de verdad, y para conseguirlo es necesario que hagan suyos los objetivos sin imposiciones de la Administración, sino por ellos mismos”, subraya Isabel Loureiro, una de las artífices del giro de Guimarães (160.000 habitantes, al norte de Portugal), ciudad que ha puesto la sostenibilidad como eje central de la política cotidiana y ha integrado la huella ecológica.

La primera imagen pedagógica es el número de planetas Tierra que sería necesario para obtener todos los recursos con los patrones actuales sin agotarlos. En el caso de España, estamos produciendo y consumiendo a un ritmo que, si todo el mundo hiciera lo mismo, se necesitarían 2,48 planetas Tierra para que el modelo fuera sostenible, mientras que EE UU lo hace a un ritmo que exige cinco planetas Tierra. Globalmente, los datos del Global Footprint Network, que están disponibles en la web Footprintnetwork.org, indican que el mundo consume cada año recursos que sobrepasan ampliamente la capacidad de la Tierra. Se necesitarían 1,75 planetas Tierra para que el modelo fuera sostenible.

La segunda imagen pedagógica es el día concreto en que en teoría ya se habrían consumido los recursos previstos para el año si se quisiera preservar el equilibrio medioambiental. Si el modelo fuera sostenible, este día debería ser el 31 de diciembre, y mejor que quedaran todavía recursos no utilizados por no castigar en exceso el ecosistema. En cambio, la realidad es muy diferente: en España, alrededor del 20 de mayo ya se habría superado lo que tocaría para todo el año. Y en EE UU, a finales de marzo. A nivel global, a mediados de julio el mundo ya ha superado su capacidad teórica de producción y consumo, según el cálculo de la Global Footprint Network.

El modelo de EEUU exigiría cinco planetas Tierra

Hay pueblos más insostenibles que ciudades turísticas  

“Desde los años setenta cada década supone que se adelanta un mes”, asegura Galli, que pone  énfasis en la necesidad de acelerar el cambio de paradigma porque muchas de las decisiones que se toman hoy tendrán aún impacto dentro de un siglo en cuestiones como el diseño de las infraestructuras, la construcción de edificios y la planificación del transporte público.

La Global Footprint Network estudió recientemente la huella ecológica de algunas ciudades del Mediterráneo, incluyendo Barcelona, ​​que registró 4,52 Ghh, por encima de la media española y de Valencia (4,04), la otra ciudad analizada, pero no tan intensa como como las de Roma (4,7), Atenas (4,84) y Génova (4,89). El estudio señalaba el transporte y la movilidad como el área con un margen de mejora más evidente en Barcelona.


SORPRESAS

A priori, podría parecer que la huella ecológica de las ciudades debería ser más alta que en los pueblos, pero esta impresión no es necesariamente así. Ni mucho menos. Depende más bien de la coherencia de la planificación. “La posibilidad de escalar y de conectar procesos da un gran margen para hacer más eficientes las ciudades, pero a la vez el componente de ascensor social suele multiplicar el consumo “, sostiene Galli.

Una investigación pionera sobre la huella ecológica en seis localidades portuguesas, en la que participó Sara Moreno Pires, de la Universidad de Aveiro, confirma esta impresión. El estudio se centró en tres ciudades costeras (y turísticas) y tres pueblos del interior. Los resultados fueron precisamente que el impacto por habitante final (una vez relacionada la huella ecológica con la biocapacidad del territorio) era peor en estos últimos. Es lo que pasa cuando el interior se va despoblando e incluso el consumo de alimentos depende ya de llevarlos siempre de fuera, con todas las externalidades ecológicas inherentes a la producción industrial y al transporte.

Moreno Pires explica que los factores más importante de la huella ecológica en las localidades portuguesas analizadas son el transporte y la alimentación hasta el punto de que el 50% está relacionada con el consumo de carne y de pescado. “El problema para abordar la emergencia climática no siempre es tan evidente como parece y está claro que la dieta es un factor esencial”, recalcó. “Estamos, pues, ante un reto importantísimo también desde el punto de vista cultural, que necesita una planificación global y un cambio de hábitos. Hay que actuar en todos los frentes”, concluye Moreno Pires.

Un reto de esta magnitud solo se puede asumir, insiste Loureiro, con la participación activa de todos los actores implicados, que no pueden asociar las políticas que abordan la emergencia climática solo como restricciones: no cojas el coche, come menos carne y pescado, paga nuevos impuestos... “Los incentivos para la participación deben formar parte del núcleo mismo de la estrategia para que pueda ser exitosa “, subraya Loureiro, quien sugiere transmitir el orgullo de vivir en una ciudad sostenible, con ventajas para la vida cotidiana y para desarrollar una vida plena, como elemento clave. Por eso los impuestos verdes generan escepticismo: “Debemos vincular la sostenibilidad a vivir mejor y no a problemas añadidos, y evitar que los populismos utilicen la bandera antiimpuestos para dificultar los cambios que se necesitan “, le secunda Galli.