La voluntad política que sostiene el euro
Las críticas a la moneda única son de tipo económico, pero el proyecto va más allá.
El euro ha cumplido 20 años después de haber superado difíciles tormentas y reiterados vaticinios sobre su fracaso. En numerosas ocasiones economistas del máximo prestigio han preconizado la desaparición de la moneda europea durante estas dos últimas décadas. “La moneda común amenaza el futuro de Europa” ha dicho el premio Nobel Joseph Stiglitz. También el economista estadounidense Paul Krugman, galardonado con la misma distinción, pronosticó el fin del euro en los momentos más duros de la crisis de la deuda, en 2012. Martin Wolf, respetado editorialista del Financial Times, lanzó en La gran crisis. Cambios y consecuencias (2014) una de las críticas más severas. “El euro”, dijo, “ha sido un desastre. Ninguna otra palabra le haría justicia. Un proyecto que pretendía fortalecer la solidaridad, traer prosperidad y debilitar la posición alemana en Europa ha conseguido precisamente lo opuesto: ha socavado la solidaridad, destruido la prosperidad y reforzado la dominación alemana, al menos durante cierto tiempo”.
A pesar de todas sus ciertas deficiencias y reproches, el hecho incontestable es que el euro ha logrado situarse como segunda moneda en los mercados internacionales después del dólar, que sigue ocupando una posición dominante como primera moneda de reserva del mundo.
La mayoría de estas críticas fundamentan su análisis en argumentos estrictamente económicos. Y desde este punto de vista, no les falta razón. El euro no cumplía los criterios de construcción de una unión económica y monetaria. Nació con importantes deficiencias, principalmente la falta de un Estado con un Tesoro que lo respaldara. Estas deficiencias no se han corregido todavía, aunque sí se han implementado pequeños parches que lo han hecho viable.
Los promotores del euro dieron prioridad al proyecto, aunque fuera con una pata fiscal débil
Los padres de la UE aspiraban a una Europa federal que evitara nuevas guerras
La razón fundamental por la que el euro —establecido como unidad de cuenta en 1999 y como moneda física en circulación en 2002— ha sobrevivido a pesar de sus fallos de diseño obedece a que la moneda única es, ante todo, el fruto de un proyecto político, un proyecto ligado a la propia existencia de la Unión Europea (UE), cuyos impulsores —Spinelli (1941 y 1984); Monnet y Schuman (1950)— aspiraban a una federación europea que tuviera como fin último evitar nuevas guerras. Los fundadores también habían proclamado que Europa no se construiría de una vez, sino gracias a “realizaciones concretas”. Y el euro, junto con el Tratado de Schengen —acordado en 1985 y en vigor desde 1995, y que eliminó las fronteras interiores— constituye unas de las realizaciones concretas más relevantes de la construcción europea.
Mejor coja que nada
La verdad es que los fallos de construcción que se reprocharon al euro en sus momentos más críticos —en 2010, 2012 y 2015— ya habían sido tenidos en cuenta por sus promotores. Algunos de los impulsores de la moneda única conocían perfectamente sus deficiencias desde el principio. Pero priorizaron poner en marcha la unión monetaria a sabiendas de que nacía coja. En efecto, el euro nació con una sola pata sólida, la monetaria, mientras que la fiscal era mucho más débil.
En L’ Europe tragique et magnifique, Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre los años 1985 y 1995 y principal arquitecto de la moneda única, reconoció en 2006 esta deficiencia inicial. “La Unión económica y monetaria debe progresar sobre dos piernas. Este combate lo llevo desde 1988 y por esta idea me peleé en Maastricht”. Lamentaba los pocos avances conseguidos y constataba que solo los dirigentes franceses retomaran la idea con un eslogan del gobierno económico, que, en su opinión, era “demasiado fácil e impreciso”.
La realidad es que, a pesar de sus numerosos intentos, Europa no pudo avanzar en línea recta hacia la unión política por la vía federal como había propugnado sobre todo Altiero Spinelli, y tuvo que optar por un sistema menos ambicioso y más pragmático, conocido como el funcionalismo. Este método basaba el proceso de integración europea en el gradualismo, consistente en la cesión de soberanía en determinadas materias y que fue el aplicado por Monnet y Schuman.
La gestión de la crisis griega se lleva la peor parte en la historia del euro
La moneda sobrevive por la unidad frente a la covid y la fortaleza alemana
En cualquier caso, para comprender las dificultades de la construcción europea y de la moneda única, hay que ir a las raíces de sus orígenes. Por una parte, hay que admitir el papel que tuvo Estados Unidos con el Plan Marshall (1947), no siempre valorado suficientemente desde las capitales europeas. El Gobierno de Washington buscaba la recuperación económica europea para garantizar su comercio y fortalecer el frente occidental ante la influencia de la Unión Soviética tras la segunda guerra mundial.
La dependencia monetaria de Estados Unidos se había establecido ya en los acuerdos monetarios de Bretton Woods (1944). Estos pactos perseguían estabilizar el comercio internacional con la adopción del patrón oro, que estableció un cambio fijo con el dólar y convirtió esta moneda en dominante en el mundo occidental, lo que favoreció las exportaciones estadounidenses. Es el “poder exorbitante del dólar” del que hablaba De Gaulle.
Los orígenes de la idea
Cuando, en 1971, el entonces presidente estadounidense Richard Nixon suspendió la convertibilidad del oro con el dólar como consecuencia de los elevados costes de la guerra de Vietnam y las especulaciones con el metal precioso, la estabilidad monetaria se derrumbó y comenzó un periodo de desorden financiero mundial. En Europa, esta inestabilidad financiera causada por Estados Unidos ya se había detectado a finales de la década de 1960 con creciente preocupación debido a la inseguridad que ocasionaba a las exportaciones e importaciones. En este clima de incertidumbre en Europa se empezó a reflexionar sobre la idea de una integración monetaria europea, que se materializó en varias propuestas como el Plan Barre (1969) y el Informe Werner (1970).
El malogrado Philippe Maystadt, ministro de Finanzas del Gobierno belga y presidente del Banco Europeo de Inversiones (BEI), recordaba en L’euro en question (s) que en aquellos momentos los funcionarios franceses empezaron a lanzar la idea de “una identidad monetaria europea”. Todo ello pone de relieve que el impulso para crear una moneda europea respondía esencialmente a la necesidad de crear un sistema que estabilizara sus monedas y, con ello, la economía de sus países.
Otro factor crucial en 1969 fue la llegada al poder en Francia de dos conspicuos europeístas, George Pompidou y su ministro de Finanzas, Valéry Giscard d’Estaing, y Willy Brandt en Alemania, cuyo gobierno propuso también un modelo de unión monetaria europea. También había aquí una motivación claramente política. El canciller alemán quería demostrar su vinculación a la construcción europea para que fuera más fácilmente aceptada su política hacia el Este (Ostpolitik), que buscaba, especialmente, el reconocimiento de la República Democrática Alemana.
El peso de la política en la creación del euro quedó patente de nuevo 20 años más tarde a raíz de la unificación alemana tras la inesperada caída del muro de Berlín (1989). En aquellas circunstancias, el canciller Helmut Kohl apoyó la puesta en marcha de la Unión Económica y Monetaria (UEM), de común acuerdo con el presidente francés, François Mitterrand, para calmar los temores desatados por la unificación alemana.
Los demonios de Alemania
Ha habido siempre un trasfondo político en las decisiones favorables al euro de los dos principales socios, Alemania y Francia. Los políticos alemanes más conscientes necesitaban Europa para ahuyentar sus demonios internos que habían conducido a las guerras pasadas. Por su parte, los socialistas franceses también precisaban el euro para poner fin a las sucesivas devaluaciones y fugas de capitales que sufrieron a partir de 1983 como consecuencia de la continuada pérdida de competitividad.
Esta estrecha vinculación entre la unión monetaria y el proyecto político europeo que motivó la creación del euro ha sido también el cemento que ha evitado su ruptura en los momentos de sus peores dificultades.
2% del PIB: es el equivalente de los recursos de la UE hasta 2024. Nunca han alcanzado un nivel tan elevado
Tras la crisis de Grecia (2009) y de la deuda (2010-2012), el euro resistió por la voluntad expresa de Alemania. Así quedó patente en las palabras de la canciller Angela Merkel ante el Parlamento alemán (Bundestag), en septiembre de 2011: “El euro es mucho más que una moneda. Si fracasa el euro, fracasa Europa, pero el euro no puede fracasar y no fracasará”.
Unos años después, en 2015, Merkel se opuso a la expulsión de Grecia del euro como propugnaba su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que fue incapaz de reconocer que la austeridad impuesta por la Unión a Grecia había sido mucho peor que las trampas de las cuentas públicas helenas. El balance de la gestión europea sobre Grecia es, sin duda, el aspecto más negativo de la gestión del euro. Durante la última década, Grecia ha perdido el 25% de su economía y ha visto aumentar su deuda pública hasta el 205%, el doble de antes de su crisis.
Expectativas elevadas
Las buenas intenciones que impulsaban a los promotores de la moneda única no eximen de constatar el exceso de voluntarismo en el que se hallaban instalados ante las elevadas expectativas que atribuían a la moneda única. Lo atestigua un documento de la Comisión Europea de 1990, One Market, One Money. An Evaluation of the Potential Benefits and Costs of Forming an Economic and Monetary Union. El texto sostenía —como precisa el profesor de Finanzas Jorge Pérez Ramírez en El cuento del dinero y los bancos como no te lo han contado antes (2021)—, que una moneda única "eliminaría el riesgo de tasa de cambio entre los países de la eurozona, haciendo los déficits y superávit fiscales de cada país tan irrelevantes como son los desequilibrios entre los estados de Estados Unidos”.
A pesar de los fallos de construcción, el euro ha resistido y se ha consolidado. Cuando el euro fue lanzado en 2002 en 12 países, el número de billetes y monedas en circulación se situaba en torno a los 7.798 millones. En 2021, alcanzó los 27.640. millones, según el Banco Central Europeo (BCE). La moneda única europea representa el 20% de las reservas mundiales de divisas, mientras que el dólar estadounidense sigue ocupando el primer puesto, con el 60%.
El euro no ha permanecido por las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento —estas limitan el déficit y la deuda pública al 3% y al 60% del producto interior bruto (PIB), respectivamente—, que han sido incumplidas reiteradamente y que tras la pandemia han quedado completamente desfasadas.
A juicio de una destacada fuente comunitaria, “hay dos razones que explican la supervivencia del euro: el buen comportamiento económico de Alemania y la respuesta política de unidad europea después de determinadas crisis, especialmente tras la pandemia de la covid-19. Los analistas valoran mucho la competitividad y fortaleza de la economía alemana, que ha mantenido un tipo de cambio estable con relación al dólar”.
La respuesta a la pandemia, con la creación de un fondo de ayuda a los países más destrozados que inyectará 800.000 millones de euros, supone el apoyo más fuerte otorgado al euro y a la construcción europea. Por primera vez en la historia de la Unión, estas cuantiosas ayudas europeas se obtendrán a través de una emisión de deuda pública conjunta respaldada por todos los países. El endeudamiento común, que implica eurobonos y la unión de transferencias, eran conceptos tabúes en Alemania. Hay que tener en cuenta que casi la mitad de estos fondos son a fondo perdido.
El mayor apoyo al euro son las ayudas millonarias a los países más afectados por la pandemia
La Unión Bancaria sigue sin culminar, y se precisa una unión del mercado de capitales
Estos recursos se sumarán al presupuesto europeo, lo que significa que en la práctica los recursos europeos alcanzarán el 2% del PIB hasta 2024. Una vez más se cumple una norma no escrita: la de que las crisis suelen ser una oportunidad para que Europa avance.
Quizá es muy pronto todavía para establecer un balance del euro. Y 20 años no es nada en la historia de una moneda. Carlos Martínez Mongay, ex director general adjunto de Asuntos Económicos y Monetarios de la Comisión Europea, señala que el Banco Central Europeo (BCE) se creó en 1998, unas cuatro décadas después de la constitución de la Comunidad Económica Europea por el Tratado de Roma (1957), mientras que la Reserva Federal (Banco Central) de Estados Unidos no se fundó hasta 1913, mucho más de un siglo después de la constitución de Estados Unidos.
El profesor Martínez Mongay coincide en la relevancia del factor político en toda la historia europea, pero sostiene: “el euro ha proporcionado muchas ventajas que ya ha podido apreciar el hombre de la calle. Ha facilitado el movimiento de personas dentro de la zona euro y en el conjunto de Europa en general. Ha lubricado los intercambios comerciales, y el acuerdo de Schengen habría tenido un desarrollo muy distinto sin el euro”. Además, añade: “los ciudadanos europeos cuando salen fuera de la Unión van con una moneda que prácticamente se la van a cambiar en cualquier país, una cosa que no le ocurre a un ciudadano chino a pesar de ser una economía más potente”.
Rebaja de precios
Por otra parte, aunque existe la idea equivocada que el euro aumentó la inflación, la realidad fue todo lo contrario: el euro produjo una rebaja generalizada de los precios durante muchos años, lo que significó un aumento del poder adquisitivo. Aunque es cierto que, al principio, por efecto del redondeo que se aplicó en el comercio minorista, los precios de algunos artículos de consumo frecuente aumentaron.
El euro ha superado pruebas difíciles, pero se enfrenta a retos muy serios que hasta ahora no ha sido capaz de superar. Sigue siendo una moneda sin Estado. Urge, en consecuencia, reforzar la coordinación entre la política fiscal y la monetaria. La UE todavía no ha culminado la Unión Bancaria por el rechazo de Alemania a crear un Fondo de Garantía de Depósitos Europeos que impediría que se produjeran fugas de capitales ante una próxima crisis financiera. Europa también precisa “una unión del mercado de capitales”, precisa el profesor Martínez Mongay, “para financiar la deuda que emitiremos que exigirá todo el ahorro europeo disponible”.