Las 7 vidas de un móvil y un jersey
¿Puede convertirse un desafío medioambiental en oportunidad económica? La economía circular sostiene que sí. Pero reciclar y reutilizar es solo una parte. Se trata de imponer otro modo de producción y consumo, con energía verde y menos materiales.
Puede que en un cajón de su casa un par de móviles viejos duerman su eterna siesta. Eso, si no los ha tirado sin miramientos a la basura. Son gestos muy frecuentes: solo el 8% de dispositivos móviles usados se recicla, pese a que el 90% de los materiales con los que se han fabricado son recuperables, según la empresa de reacondicionamiento Back Market. Ahora bien: la mayoría de aparatos no están fabricados para durar y el mercado nos apela a comprar otros nuevos.
Todo un despropósito, porque según cómo se gestionen y traten, esos cacharros electrónicos contaminan agua, aire y suelo. Además de plástico y vidrio, en las tripas de los teléfonos, batería incluida, puede haber minerales y metales de todo tipo: plomo, cobalto, aluminio, antimonio, coltán, cadmio.... incluso oro y plata. Una batería sumergida en un río puede contaminar 600.000 litros de agua y los pocos aparatos que se reciclan en España cada año evitan la emisión de 60.000 toneladas de CO2.
Extraer de la tierra los materiales de los que están hechos los productos que consumimos y con los que funciona la economía cuesta mucho dinero —a veces, sangre— y, sobre todo, agota los recursos del planeta. Los recursos son finitos y se enfrentan a la voracidad de una población mundial creciente y a un patrón de consumo en virtud del cual las cosas se compran, se usan y se tiran, en el marco de un sistema económico alimentado por combustibles fósiles.
Para cambiar este esquema se abre camino la llamada economía circular, un concepto impulsado desde hace una década por la Fundación Ellen MacArthur y asumido desde hace cinco años por las instituciones comunitarias. La idea no es tan original, pues llama a practicar lo que la humanidad hizo siempre antes de la sociedad del hiperconsumo y de la producción en masa: reaprovecharlo todo.
Así, la economía circular busca en la basura para salvar el planeta, pero con las posibilidades que abren las nuevas tecnologías. Esta idea tiene múltiples derivadas: alargar la vida de los productos y de los materiales de que están hechos, usarlos en lugar de ser sus dueños (pongamos que un coche o una bici), reutilizarlos (prendas de ropa), repararlos (los propios móviles), reciclarlos (vidrio, papel u otros). La gracia radica en que las cosas ya se diseñen facilitando su posterior reaprovechamiento, y que se fabriquen para que resulte fácil desmontar y sustituir piezas o partes. En el caso de materiales de origen biológico, el diseño se concibe para que vuelvan a entrar en el sistema a través de procesos como el compostaje y la digestión anaeróbica. Crecer no debe significar más consumo de materiales ni generar más residuos.
Vayamos a lo práctico: imaginemos una prenda de algodón. Primero se usa. Después se comparte como ropa de segunda mano. Luego pasa a la industria del mueble, como relleno de fibra de tapicería. Más tarde, ese relleno de fibra se utiliza como parte del aislamiento de lana de roca para la construcción... antes de que las fibras de algodón se devuelvan de forma segura a la biosfera. Es uno de los ejemplos con que ilustra el paradigma circular la Fundación Ellen MacArthur.
Una prenda de algodón ‘revive’ en un mueble y en la construcción
El nuevo modelo puede arrojar ganancias por 1,8 billones en la UE
“Las tres revoluciones industriales que vivimos en el pasado no tuvieron en cuenta el medio ambiente. Pero de la Revolución 4.0 emerge una nueva economía que requiere soluciones no solo para el trabajo, sino para el cambio climático y la recuperación de recursos”, apunta Josep Maria Serena, presidente de la Comisión de Medio Ambiente del Colegio de Ingenieros de Catalunya. “No es por una nueva mentalidad ecológica”, precisa Serena. “Es por imperativo económico. Los recursos son finitos y están en muy pocas manos”.
En efecto, la UE importa seis veces más materias y recursos naturales de los que exporta, según la Comisión Europea, que ve en la energía circular una vía para mejorar la competitividad de la UE y una apuesta por la investigación en materia de transporte, alimentación, ciencias del mar, clima, agricultura, salud y energía.
CRECIMIENTO Y EMPLEO
Según la Fundación Ellen MacArthur, las emisiones de CO2 se podrían reducir un 48% con un cambio de paradigma de este tipo. Pero el cebo es lo que hay que ganar. En su estudio Growth within: A circular economy vision for a competitive Europe, la firma McKinsey estimó a finales de 2015 que todos los impactos sumados de un profundo cambio de chip arrojarían ganancias para la UE de 1,8 billones de euros en comparación con un escenario sin cambios. Traducido al incremento del PIB, son siete puntos porcentuales más. El efecto sobre el empleo es confuso. Bruselas habla de 180.000 empleos adicionales solo en el campo de los residuos. El Parlamento ha hecho suyo el estudio WRAP del Reino Unido, que en 2015 elevó la creación de nuevos empleos a tres millones.
Justo antes de la convocatoria electoral en España, el Ministerio de Transición Ecológica preparaba una estrategia nacional de economía circular que contemplaba la posible creación de empleo en “hasta 120.000 puestos”.
“Las empresas deben ganar dinero con la economía circular. Si no, no es realista pensar en un cambio de calado. Apostarán por investigar si ven las oportunidades de negocio. Y nos guste o no, cuando las multinacionales adoptan esta nueva filosofía, el poder de arrastre es mayor. Nuestra tarea es conectar con ellas las numerosas iniciativas de pequeñas empresas innovadoras”, apunta Lluís Gómez, comisionado de Promoción Económica, Empresa e Innovación del Ayuntamiento de Barcelona.
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR |
Desde 2016 hasta ahora, esta ciudad ha invertido 349 millones de euros, el 13% de sus presupuestos, en políticas públicas de economía verde y circular. De esta cuantía, la mayor partida (64%) se ha destinado a la movilidad —mejora del transporte público, más carriles bici y pacificación de calles—, seguida la gestión de residuos (16%)—con la estrategia Residuo Cero para reducirlos por debajo de 1,2 kg por habitante y día y reutilizarlos—, el impulso de zonas verdes urbanas (11%) —en buena parte por el incremento de gasto en plantilla de Parcs i Jardins— y la vivienda sostenible (5%), entre otras actuaciones, como el operador energético local y los programas de Barcelona Activa para impulsar la creación de proyectos de negocio verdes.
Según la evaluación realizada por el estudio de Ramon Folch sobre el impacto de las políticas públicas del consistorio en este terreno, la apuesta ha movilizado a su vez 254 millones en inversión privada. Todo ello se ha concretado en la creación de 1.380 empleos permanentes al año, el 71% de los cuales, relacionados con el impulso de la superficie verde en la ciudad, seguidos de la movilidad. A su vez, se han generado 5.200 empleos temporales directos.
“No hay elección. La protección del único planeta que tenemos no es un tema de partidos verdes, de derechas ni de izquierdas”, subraya Gómez, que se dice consciente de que cambios forzosos de 180 grados pueden generar rechazo. “Es evidente que no todo el poder debemos delegarlo a las Administraciones. Como usuarios y consumidores tenemos poder de premiar y castigar, y eso mueve montañas, aunque es cierto que venimos de un consumidor que tenía cero conciencia”, añade.
Según un cuestionario de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) y el Foro NESI, hoy 7 de cada 10 ciudadanos toma decisiones teniendo en cuenta cuestiones “éticas o de sostenibilidad” y el 62% cree que sus decisiones de consumo “son una herramienta potente para cambiar el mundo”. La mitad afirma conocer la economía circular.
CÁPSULAS DE CAFÉ
Esa foto del consumidor no cuadra con la visión de la Fundación Rezero, que persigue un consumor responsable y acabar con los residuos. “Es impresionante como en el siglo XXI todavía se permite la introducción en el mercado y el fomento de productos como las cápsulas de café [según sus datos ya suponen el 15% del café que se consume] o los pañales de un solo uso, que hoy no son reutilizables ni compostables ni se reciclan”, subraya su directora ejecutiva, Elena Díez.
Barcelona moviliza 603 millones en economía verde y circular
La Fundación Rezero alerta de los productos de un solo uso
Esta entidad se muestra especialmente crítica con uno de los conceptos que introdujo la normativa europea: la responsabilidad de los fabricantes. Cuando un productor elabora un producto, se le exige responsabilidad sobre su reciclado, y el precio que pagamos al comprarlo incluye una parte para ello. Según Díez, en la práctica esa responsabilidad “la acaban pagando los municipios y repercute sobre los impuestos que paga la ciudadanía”. Rezero habla de estancamiento de recogida selectiva y de retrocesos en el uso de envases de bebidas reutilizables.
Los últimos datos sobre residuos del Instituto Nacional de Estadística (INE), de diciembre de 2018 y correspondientes a 2016, nos dicen que la proporción de residuos reciclados (37,1% de los 129 millones totales) disminuyó un 4,1%. Lo que inquieta más entre organizaciones ecologista como Greenpeace es la elevada proporción de residuos urbanos mezclados, porque de ella poco se recupera.
En materia de residuos, España está lejos de los objetivos planteados por la Unión Europea. Según los últimos datos de Eurostat, ese 37,1% de residuos de reciclaje está debajo de la media comunitaria (37,8%) y sobre todo, lejos de los nuevos objetivos aprobados en mayo de 2018 por el Consejo de la Unión sobre reciclado de basura municipal. Para 2025, un 55% y de cara a 2030, un 65%. Para el reciclado de envases, el objetivo general fijado para 2025 es del 65% y del 70% para 2030, aunque según los materiales los porcentajes cambian (50% para plásticos pero 75% para papel y cartón, por ejemplo). España no es el único país que no parece que pueda cumplir el objetivo además de reciclar la mitad de los residuos urbanos para 2020. Hasta 12 países más han sido señalados por Bruselas.
“La economía circular puede traducirse en un cambio de modelo productivo que suponga aportaciones netas a la sostenibilidad, o puede acabar siendo un palabro de moda que no tenga en cuenta los impactos y las externalidades de los nuevos productos que se introduzcan, y si fuera así nos estaríamos haciendo trampas al solitario”, subraya Álvaro Porro, comisionado de Economía Social, Desarrollo Local y Consumo de Barcelona, partidario de “normas de obligado cumplimiento y de medidas fiscales” frente a recomendaciones voluntarias que, según su parecer, producirían “cambios muy limitados”.
Para Porro, es importante proteger “a los sectores de toda la vida”, en alusión a actividades como el retorno de los envases de vidrio, la reparación de la ropa, la reutilización de los electrodomésticos, el aprovechamiento de piezas del coche en el desguace y el uso de la fracción orgánica del residuo como nutriente de la tierra para la agricultura. El consumo de proximidad es clave, de ahí que Barcelona haya impulsado huertos urbanos comunitarios y tiendas de productos ecológicos, un pabellón de productos ecológicos en Mercabarna.
Hoy,el concepto circular es un cajón de sastre de iniciativas. Plataformas de venta de productos de segunda mano como Wallapop y cadenas de librerías de ocasión como Reread se amparan bajo su paraguas. La Plataforma para la Aceleración de la Economía Circular (PACE), de la Fundación Ellen MacArthur, moviliza a grandes multinacionales, como BASF, Philips, Dell, Inditex y Nike, que lanzan iniciativas con alguna dimensión circular. Incluso Airbnb se ha sumado a ellas, en la medida en la que arguye que utiliza viviendas infrautilizadas (si los dueños viven en ellas). O plataformas de ropa que se alquila a cambio de pagar una tarifa mensual. “Es verdad que hay ciertas zonas grises en la economía circular. Hay grados y puede ser un terreno abonado para el greenwashing. Suele ponerse mucho el foco en un producto innovador, y poco en las energías y los materiales empleados para fabricarlo, y en el impacto generado. Para mí, la energía verde es esencial, como lo es reducir el consumo de materiales”, apunta Víctor Mitjans, experto en residuos y responsable de Programas y Estudios del Área Metropolitana de Barcelona (AMB). Pero añade: “Siempre es mejor que los productos se compartan a que no se compartan”.
APUNTES
VERTEDERO
La cantidad de residuos municipales generados entre 1995 y 2017 disminuyó en España un 8,6% (de 505 kg per cápita en 2005 a 462), según Eurostat. En el mismo periodo, la media europea aumentó de 473 a 487 kg, en una media engañosa, con incrementos notables en Malta y Letonia y caídas no menos sonadas en Bulgaria y en Rumanía. Pero en el caso de España, más de la mitad de los residuos que se generan —concretamente, el 53,7% de ellos— va a parar a un vertedero. Es una proporción muy superior a la de la UE, donde la cantidad de residuos vertidos ha disminuido un 62% (de 145 a 58 kg por persona) en estos 22 años. “Los vertederos son una ineficiencia económica, un fracaso del proceso productivo, lo mismo que la incineración. Es enterrar o quemar materiales que han tenido un coste es un absurdo”, enfatiza Víctor Mitjans desde la AMB. Las ingentes montañas de basura que son los vertederos pueden, además, contaminar agua, tierra y aire. De ahí que la normativa que adoptó el Consejo de ministros de la UE en mayo del año pasado ponga un tope para la basura vertida —”un 10% o menos” de todos los residuos municipales generados—, de cara a 2035. El último dato disponible de la UE, de 2016, sitúa el nivel en el 24%. Por otra parte, la Comisión Europea ha constatado que existen pruebas generalizadas de que en España hay “1.513 vertederos ilegales, pendientes de cierre, sellado y regeneración, lo que provoca una degradación importante del medio ambiente”. Por ello la ha puesto en el blanco del Tribunal de Justicia de la UE.
MATERIALES
La construcción es la actividad que más materiales consume. De ahí que durante el boom inmobiliario, hasta la crisis de 2008, las necesidades de materiales se dispararan por encima del PIB y de la media europea, con una eficiencia en uso y consumo de recursos nefasta. Entre 2008 y 2012, el consumo nacional de materiales se redujo un 50%, según la Fundación Cotec, que apunta que esta reducción “no fue resultado de haberse adoptado las medidas adecuadas de ecoeficiencia o por un cambio hacia un modelo menos intensivo en recursos físicos, sino por un descenso del consumo”, ligado a la crisis. También influye, añade, la terciarización de la economía, por la desindustrialización.
EL GRAN DERROCHE
La mayoría de la ropa, al vertedero
Cada segundo, el equivalente a un camión de basura de textiles se tira o se quema, según la Fundación Ellen MacArthur. El 90% acaba en el vertedero. Las pérdidas son de 500.000 millones. Y muchas microfibras van a parar al océano y amenazan la biodiversidad. Consumimos cada vez más ropa y más low cost.
Los plásticos que acaban en el mar
Cada año se producen en el mundo más de 400 millones de toneladas de plástico. Según Naciones Unidas, únicamente el 9% de este tipo de residuos son reciclados. El grueso, el 79%, acaba en vertederos. Y 13 millones de plástico se lanzan cada año a los océanos. Una bolsa de plástico tarda 150 años en degradarse. Una botella de PET puede tardar 1.000 años en desaparecer.
Construcción y demolición
Estas actividades son la principal fuente de residuos en la Unión Europea. Según Eurostat, generan un 34,7% del total, medidos en kilos por habitante. El auge de la construcción durante el boom inmobiliario español disparó este tipo de despercicios. Con la crisis, cayó a la mitad los materiales consumidos.
El despilfarro de la comida
Según la FAO, más de un tercio de los alimentos que se producen globalmente acaba en la basura. Hablamos de 1.300 millones de toneladas desaprovechadas que podrían alimentar a los más de 900 millones de personas que padecen hambre. El desperdicio se da en toda la cadena: desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final en los hogares.
Basura electrónica, a más
Ordenadores, teléfonos móviles, televisores, electrodomésticos... generan la llamada basura electrónica (50 millones según la ONU), cuyos componentes, como el mercurio y el cadmio, contaminan el medio ambiente y son perjudiciales para la salud. Pero parte de los desechos son recuperables, por valor de 55.000 millones al año.
OTRO MODO DE PENSAR (Y GANAR)
La primera cerveza biodegradable
Un 45% de emisiones de CO2 de Carlsberg proceden de los envases. La compañía ha desarrollado una botella biodegradable, hecha de fibras de madera, con ecoXpac, la Technical University y el Innovation Fund de Dinamarca .
Teléfonos responsables
Fairphone ha logrado 2,5 millones de euros para seguir financiando su cruzada por el móvil responsable. Ha lanzado el Fairphone 2, cuyo diseño modular facilita al usuario reemplazar algunas piezas para alargar la vida del producto. La empresa no compra piezas a las mafias, aunque admite que aún es imposible saber el origen de la mayoría de minerales de un smartphone.
Pagar por la iluminación
Philips ha convertido la luz en un servicio. En lugar de comprar bombillas, lámparas, enchufes o el mantenimiento, las empresas pueden comprarle el servicio de iluminación. Philips recupera el material cuando el cliente ya no lo necesita.
¡No quemen más cáscara de arroz!
La cascarilla del arroz, desperdicio cuyo único destino es la quema, es el principal componente del subproducto agroindustrial Oryzite. Lo mismo vale para baldosas de terraza que para palillos asiáticos, pasando por el mobiliario urbano, las piezas para automóviles y envases. La complejidad y las inercias de los procesos de producción son el principal reto de Oryzite, con el apoyo de la Cámara Arrocera de Amposta.
De las redes de pesca a los bolsos
Cholita Crome se creó para lanzar productos artesanales a partir de material reciclado. El principal son los bolsos hechos a mano con redes de pesca por quienes mejor saben tejer redes: las rederas (la mayoría, mujeres).