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Las externalidades negativas

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Septiembre 2017 / 50

A diferencia de los desalmados mediocres que se dedican a fanfarronear, las externalidades son discretas, sobre todo cuando son negativas: avanzan a escondidas. Por ejemplo, se agazapan tras un amable agricultor. Miradle, inspeccionando el trigo con el que mañana se fabricarán nuestras barras de pan y nuestros bollos. Está contento. Piensa en cómo va a aumentar su cuenta bancaria, lo mismo que la del molinero, el transportista, el panadero; es decir, la de todos los agentes económicos que forman la cadena del pan. Pero para que sus espigas crezcan más deprisa y sean mayores, nuestro hombre ha esparcido por su terreno insumos (abonos, pesticidas…) y luego ha regado abundantemente. Y millones de otros agricultores han hecho lo mismo que él a lo largo y ancho del mundo.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Este vasto movimiento ha logrado que la agricultura sea mucho más productiva y ha permitido hacer frente al crecimiento demográfico, que ha hecho que la población mundial haya pasado de unos 1.000 millones de seres humanos en 1800 a los ¡7.500 millones de hoy! Pero también ha tenido una gran cantidad de consecuencias negativas: las famosas externalidades, denominadas así porque no tienen impacto monetario sobre la actividad económica de que se trate (en todo caso a corto plazo).

En el caso de la agricultura intensiva en productos químicos, dichas externalidades se traducen en la rarefacción o desaparición de numerosas especies animales y vegetales. Pero también en la desecación y la contaminación de capas freáticas y de cursos de agua, hasta el punto de convertirlos en no aptos para el consumo humano. Por no hablar de la cuantía, nada despreciable, de productos químicos que nos tragamos y que se consideran causantes de un número creciente de cánceres, de infecundidad... En resumen: la agricultura intensiva ha engendrado una cantidad enorme de externalidades negativas. Sin embargo, está muy lejos de ser la única actividad humana con tales consecuencias.

Los actores económicos que generan esas externalidades negativas no están incentivados a reducirlas porque no les cuestan nada. De ahí la solución propuesta por los economistas: internalizar las externalidades negativas, es decir, penalizar financieramente a los actores que las originan.

No hay incentivos a reducir las externalidades porque suelen salir gratis

Ello puede materializarse en normas más estrictas que aumenten los costes para los que contaminan; en instaurar tasas medioambientales, con el fin de imputar a los contaminadores los costes que generan a la sociedad; o en crear mercados de permisos de emisión que otorgan un precio a unas contaminaciones hasta ahora gratuitas, como se hace en  Europa con el  CO2 que emiten las grandes industrias.

Este enfoque, aunque indispensable, no es, sin embargo, la panacea. En efecto, no siempre es fácil cifrar los daños causados por una contaminación, sobre todo cuando éstos son irreversibles: por ejemplo, ¿cuántas personas han muerto o especies han desaparecido para siempre?