Más robots y empleos
El fin del trabajo no parece cercano, pero las nuevas tareas plantean el reto de innovar en materia de protección social.
No transcurre mucho tiempo sin que surja un nuevo estudio que se permita estimar cuál será el alcance del impacto que tendrán la automatización y la robotización sobre el empleo remunerado. Los resultados no permiten extraer conclusiones claras, más allá de que las máquinas acelerarán la destrucción de tareas, especialmente las más rutinarias, y de que buena parte de los nuevos empleos que se crearán ni siquiera existen hoy.
El último de los informes de este tipo difundidos ha sido el del World Economic Forum (WEF) The Future of Jobs 2018, un compendio de opiniones de responsables de recursos humanos de multinacionales, según el cual en un futuro próximo (2022) las máquinas se encargarán, de media, del 42% de las horas dedicadas a tareas en 12 sectores elegidos, frente al 58% de horas que seguirá recayendo en los seres humanos. Hoy, la proporción es de un 29% frente a un 71% humano. Si la perspectiva de los ejecutivos sondeados no yerra, la automatización acabará con 75 millones de empleos sin que deba cundir el pánico, puesto que se generarán 133 millones de nuevas ocupaciones, de modo que el saldo neto (58 millones) será positivo.
DETERMINISMO TECNOLÓGICO
“Pienso que no debemos caer en el determinismo tecnológico, porque somos dueños de nuestro destino y los efectos de la tecnología serán los que decidamos que tengan”, opinaba al respecto la profesora de Derecho del Trabajo María Luz Rodríguez, en el acto de presentación del Libro Blanco del Futuro de los Trabajos, de Barcelona Activa, que se realizó el pasado septiembre.
En la misma línea, el profesor de Economía Aplicada Antón Costas, enfatizaba: “No conozco ninguna ley de la economía que diga que los cambios tecnológicos son necesariament destructivos con respecto al empleo, ni tampoco que conlleven la precarización del empleo. El progreso tecnológico no lleva en sí mismo progreso social, pero, claro, las cosas no se hacen solas”.
De hecho, en dos de los países donde se da una mayor producción y difusión de la tecnología, como son Japón y Estados Unidos, el nivel de paro es comparativamente muy bajo, pues no alcanza el 3% y el 4%, respectivamente.
La Comisión Europea, califica de “récord” el nivel de ocupación alcanzado en 2017: 234,2 millones de personas trabajan a cambio de un salario, y confían en que en 2020 se cumpla el objetivo de que al menos un 75% de personas en edad de trabajar lo hagan. Sin embargo, el 20% de puestos de trabajo en la UE son considerados de baja calidad y países poco protectores con el empleo como el Reino Unido han encargado un informe para estudiar cómo mejorar la vida de la ciudadanía con relación al trabajo y la calidad de los empleos, el Informe Taylor.
En paralelo, las nuevas industrias solo ocupan el 0,5% de la fuerza laboral de EE UU y, según afirman Nick Srnicek y Alex Williams en su libro Inventar el futuro, de media, la creación de un negocio nuevo en EE UU supone ahora generar un 40% menos de empleos en relación con hace 20 años.
Existe cierto consenso entre los estudiosos del trabajo consultados para la elaboración del citado Libro Blanco en que la modalidad de trabajo estable a tiempo completo, que ya lleva tiempo reculando, dejará de ser la norma y el modelo, lo que no significa que no siga representante una porción importante de empleos, y lo que plantea la necesidad de innovar en materia de protección social para garantizar que los nuevos empleos no acaben derivando, por el tipo de condiciones laborales que se exigen, en una merma de derechos sociales. “Debemos elaborar nuevos catálogos de derechos y de protección social, porque los actuales no incluyen las nuevas formas no clasificables como modelo estándar de trabajo”, añade Rodríguez.
La frontera entre quien está ocupado y quien está en paro cada vez se vuelve más porosa —para empezar, los contratos de menos de siete días de duración se han duplicado a lo largo de la última década en España—, circunstancia que no casa con las políticas de empleo y los servicios de empleo, concebidos para situaciones claras de paro o de empleo. De modo que el debate sobre algún tipo de renta básica parece cada vez más difícil de eludir, aunque parece complicado lograr un consenso al respecto.
MERCADO POLARIZADO
Otra línea pronunciada que los expertos ven difícil evitar es la desalarización, que supone el predominio de la relación mercantil sobre la laboral entre la persona que trabaja y la empresa. “Es una tendencia que ciertamente facilitan las plataformas digitales”, apunta el profesor del Centro de Estudios Monetarios y Financieros (Cemfi) del Banco de España Samuel Bentolila, quien, en cambio, ve perfectamente evitable la precarización actual que supone el abuso de los contratos temporales.
“La tendencia que sí veo clara es la de la externalización. Se trabaja con empresas que tienen diferentes circunstancias, diferentes convenios y condiciones y ello comporta condiciones de trabajo más precarias”, señala el economista Albert Recio, crítico con la visión tecnocrática sobre el fin del trabajo. La persona externalizada, además, ve mermada su capacidad de negociar condiciones con la empresa madre. De ahí que Costas subraye la necesidad de que las empresas “asuman como propias la responsabilidad de formar a personas y de darles una carrera profesional”. Sería la pata concerniente a las empresas en el nuevo contrato social que debe reconstruirse tras las cenizas del capitalismo financiarizado de las últimas décadas.
El mercado laboral corre igualmente el riesgo de polarizarse —aún más, pues el fenómeno no es nuevo— entre una élite muy cualificada y adaptable al nuevo entorno y una significativa porción de personas trabajadoras sin muchas posibilidades de reenganche o de acceso, y no son pocas las voces, como las de Eurofound, que insisten en que se generará ocupación en ambos extremos. Uno de los extremos claros es el aumento de tareas relacionadas con los cuidados. La socióloga Sara Moreno Moreno llama, en cambio, a prestigiar trabajos que cada vez serán más necesarios debido a los cambios demográficos y sociales en curso —envejecimiento de la población y cambios en el modelo de familia— y que mayoritariamente recaen sobre las mujeres, sin remuneración o en condiciones precarias.