Más solo, menos comprometido
El cambio de reglas afecta a las relaciones de poder en la empresa, y el emprendedor es ensalzado frente al asalariado
Recuerda en qué condiciones trabajaba hace cinco años? Estadísticamente, tiene muchas cartas en favor de que fueran peores que las de ahora. El 76% de los españoles cree que tenemos un mal horario, una mala organización de la salud y la seguridad, una mala manera de estar representados ante el empresario... Y el 86% opina que este marco laboral se ha deteriorado respecto de 2008. Según el Eurobarómetro de la Comisión Europea, solo los griegos nos superan en descontento. Los problemas confesados se concentran en una carga de trabajo desproporcionada (10 puntos porcentuales más que la media europea), en que no se consultan al afectado los cambios de turnos, en que no se tiene en cuenta su opinión y en que cuesta equilibrar el trabajo y la vida personal.
“Cualquier comparación con el pasado no tiene nada que ver: vamos hacia una precariedad del empleo, tanto para quienes no perdieron el suyo como para los que, tras estar un tiempo desempleados, han conseguido otro trabajo”, sentencia Àngels Valls, investigadora del Instituto de Estudios Laborales de Esade.
El cambio de reglas que han supuesto las últimas reformas laborales, en especial la de 2012, tiene consecuencias en el ambiente interno de las empresas. Las estadísticas de empleo revelan, por ejemplo, que los impagos salariales se han disparado en los últimos años como motivo para ir a la huelga (véase el cuadro). En 2013, se dejaron de trabajar cerca de un millón de horas en España, menos que las registradas en los años de mayor conflictividad laboral (2009 y 2012), pero casi el doble de lo habitual en épocas tranquilas.
Los expertos en recursos humanos apuntan que las compañías afectadas por despidos y recortes salariales son un 50% más propensos a tener un compromiso bajo, y que los ámbitos que quedan más tocados son la comunicación, las relaciones internas y la organización. Después de dos décadas estudiando el clima laboral y de comparaciones entre empresas, Rocío Fernández, directora de Talento y Compensación de Towers Watson, señala que el elemento del compromiso que más flaquea es el emocional. “El enganche emocional se pierde, el orgullo de pertenencia, también. Aunque la pata racional de ese compromiso no se haya resentido en la medida en la que un trabajador comprende el impacto de su tarea sobre el conjunto y la mayoría esté dispuesta a trabajar más por menos, aunque sea porque no queda otro remedio”.
No supera un tercio los empleados que hoy piensan que existen oportunidades de desarrollo profesional en su empresa, ni que crean en el “sincero interés” de sus jefes en el bienestar de la plantilla, según el Global Workforce Study, de Towers.
Calentar la silla por temor
En 2012, un estudio del portal de búsqueda de empleo Infojobs estimó que el 75% de trabajadores estaban convencidos de que la crisis había servido de pretexto a su empresa para empeorar las condiciones de trabajo, y el 40% auguraba represalias del jefe si cogían una baja laboral.
Según el Observatorio de Enfermedades Profesionales de la Seguridad Social, la cantidad de partes de enfermedad profesional comunicados se mantuvo estable entre 2007 y 2013. Sin embargo, del total, los partes con baja descendieron en esos años de 11.400 a 7.599, mientras que los partes sin baja se incrementaron de 5.418 hasta 9.197. Al principio de la crisis, el descenso del absentismo laboral fue motivo de regocijo en las patronales empresariales: parecía corroborar cierta picaresca —es un clásico que, entre los jóvenes, el absentismo siempre sube en lunes—. Pero de absentismo ha pasado a hablarse de presentismo. Incurre en él el trabajador que, pese a tener una causa justificada de baja médica, va al trabajo por miedo. Y lo mismo ocurre con quienes se quedan más horas para ser vistos, más que para rendir.
“Detrás del absentismo puede haber picaresca, pero se esconden otras cosas. Nuestros horarios son poco friendly de cara a la persona. El modo de disminuir el absentismo es tener horarios flexibles, menos extensos”, aconseja Àngels Valls.
La mezcla de descontento y el miedo a expresarlo se da en un contexto de cambio profundo de las relaciones laborales. “Nos encontramos ante cierta desindicalización, ante una desertización de espacios regulados. Emerge una actuación del trabajo falseado, no declarado, difícil de medir. Y la sensación que predomina es la de que la autoridad privada no tiene límite”, reflexiona el catedrático de Derecho del Trabajo Antonio Baylos, quien insiste en la alternación de la relación de poder en los ya de por sí asimétricos vínculos salariales.
De casi 380.000 trabajadores afectados en 2013 por procedimientos de regulación (despidos colectivos, reducción de jornada y, sobre todo, suspensión temporal de contrato), casi el 90% fueron acordados. De ello se desprende un papel activo de los sindicatos en la negociación de expedientes. “La pérdida de interlocución de calidad del sindicato se produce en la negociación de convenios colectivos, y a medio plazo pagaremos ese cambio de función, porque los convenios marcan la referencia del grueso de nuestro mercado laboral”, añade Valls. “La figura del sindicato, que está sufriendo una operación de deslegitimación, se reinterpreta: ya no se le toma como un partner o un interlocutor, porque no es titular del poder de contratar las condiciones de trabajo y el empleo”, corrobora Baylos.
Menos poder sindical
Si creemos las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los ciudadanos valoran a los sindicatos con 2,45 en una escala del 0 al 10. “A menudo se les asimila a las élites, lo cual es en parte injusto”, señala el sociólogo Ignacio Urquizu. Frente a la idea extendida de que las centrales tienden a defender a los trabajadores más protegidos, y de que no han sabido canalizar el malestar de los jóvenes movimientos ciudadanos, Urquizu recuerda que las mareas que mejor han funcionado, como la Marea Blanca de Madrid, han sido las de mayor arropamiento sindical. “Aportan organización”, añade.
Según la OCDE, el nivel de afiliación sindical en España es del 15,9%, un nivel bajo en relación con Dinamarca, Suecia o Austria, pero menos de dos puntos porcentuales por debajo de la media de la organización. Según la Fundación 1 de Mayo, los afiliados en 2010 eran 2,89 millones de trabajadores, el 18,9% de la población asalariada, basándose en la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo (aunque esta reduce la cifra de afiliación al 16,4%). No hace mucho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dio la razón a CC OO y UGT y concluyó que la reforma laboral vulneró los derechos de libertad sindical y negociación colectiva de varios convenios ratificados por España, pues no se consultó a los sindicatos, ni se les dio tiempo para estudiarla antes de su aprobación por el Gobierno.
La pérdida de fuerza de los sindicatos enlaza con el desplazamiento del asalariado, frente al protagonismo ensalzado del emprendedor. “Este discurso es un síntoma de un mercado laboral empobrecido”, interpreta Urquizu. “El emprendedor es la nueva figura política de referencia como creador de riqueza”, dice Baylos. De una relación salarial entre empresario y trabajadores mediatizada por los sindicatos se pasa a una relación mercantil o de servicios en que el trabajador está solo ante la empresa. A menudo se trata de autoempleo con menos derechos.
Entre abril de 2013 y abril de 2014, mientras que los afiliados al régimen general de la Seguridad Social aumentaron el 1%, los autónomos lo hicieron en el 2,11%. La tendencia ha ido a más en el primer cuatrimestre (0,32% frente a 1,58%). Entre las nuevas sociedades constituidas en España , casi dos tercios son microempresas dedicadas a la restauración o puestos de comida.