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MOOCs: de la revolución a la bolsa

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Mayo 2021 / 91

Ilustración
Andrea Bosch

La gran promesa de democratizar la enseñanza con cursos gratis de Internet no se ha cumplido, pero el potencial aún es enorme.

El empuje revolucionario de los MOOC, siglas en inglés de Massive Open Online Course, cursos en línea gratuitos, anunciaba que el mundo de la educación universitaria iba a cambiar de base hasta el punto de que The New York Times declaró 2012 “el año de los MOOC”. Y los gurús coincidían en la inminente llegada del tsunami: ¿quién iba a querer estudiar en una universidad de su provincia pudiéndolo hacer —¡gratis!— en Stanford, Harvard o el MIT?

Casi una década después, las cifras imponen, disparadas además por el apetito de los cursos telemáticos durante la pandemia. Según Class Central, el principal observatorio internacional de MOOCs, a finales de 2020 los usuarios que en estos años se han registrado para seguir cursos MOOC en las múltiples plataformas existentes —lideradas por Coursera, Udacity y edX en el mundo anglosajón, y Miríadax en Hispanoamérica— suman 180 millones de usuarios registrados, sin contar China, en 950 universidades para 16.300 cursos (casi 3.000 nuevos en 2020).

Y sin embargo: no hubo tsunami. El mundo de la educación no ha cambiado de base. En realidad, son los MOOCs los que han cambiado: aún quedan plataformas puras —como iMoox, de universidades germanófilas—, y profesores de prestigio comparten seminarios, pero la gran mayoría ha evolucionado hacia un modelo en el que lo gratuito tiene más bien la función de anzuelo para captar alumnos y derivarlos luego hacia cursos de pago, en escalones sucesivos hacia tasas cada vez más suculentas, un modelo de negocio bien detallado por el creador de Class Central, Dhawal Shah, quien distingue hasta seis: curso gratuito, obtención de un certificado (en torno a 50 dólares), seguido de una microespecialización (seis cursos: 300 euros), y de ahí a micromasters (1.000 dólares), másters clásicos o formación adhoc para empresas, con facturas más abultadas.

Mercado global

Pese al giro, el consultor Albert Cañigueral subraya que las posibilidades de formarse gratis en universidades de excelencia sigue existiendo porque el certificado en los cursos cortos no es obligatorio. Y destaca el sentido económico que puede tener para las universidades avanzar por esta senda: “En lugar de enseñar a 50 alumnos que pagan 50.000 euros, sería lograr 50.000 alumnos que paguen 50 euros”, recalca, insistiendo en el potencial que ofrece un mercado verdaderamente global.

Sin embargo, la promesa más democratizadora parece haberse quedado fuera del núcleo duro de lo que ya aspira a ser un negocio: algunos cursos lo petan literalmente, con centenares de miles de inscritos, pero en realidad muy pocos llegan al final y todavía son muchos menos los que acaban pagando por el certificado inicial. 

Una radiografía sobre el fenómeno elaborada por dos investigadores del MIT y publicado en Science* tras analizar los cursos del MIT y Harvard en la plataforma edX entre 2012 y 2018, que contaron con 5,6 millones de inscritos, llegó a conclusiones poco revolucionarias. El porcentaje de estudiantes que los completaban siempre estuvo por debajo del 8%, pero fue cayendo año a año hasta el raquítico 3,1% del curso 2017-2018. Y los alumnos procedentes de países pobres —la gran promesa democratizadora— apenas fue el 1,4%. Otro estudio científico** advierte además de la menor fiabilidad de la titulación al revelar que el 13% de los que la obtuvieron recurrieron a la picaresca para lograr el certificado.

Esta dificultad para conseguir ingresos con las plataformas MOOC se revela incluso en Coursera, la empresa fundada por dos profesores de Standford en 2012, por mucho que haya superado con éxito su estreno en el Nasdaq con 6.000 millones de dólares de capitalización. En 2020, únicamente 3,2 de los 76 millones de alumnos registrados en Coursera pagaron algo.

Las bases económicas de Coursera, devenida ya una auténtica corporación, se basan en las expectativas, siguiendo un patrón habitual en el mundo de Internet: primero, promesa de disrupción, revolución y democratización. Luego, el modelo se transforma para hacerlo viable económicamente  y deja las banderas originales en los márgenes. Finalmente, las corporaciones líderes buscan como sea la salida a Bolsa, incluso antes de registrar beneficios.

Coursera dio un gran salto de inscritos en 2020, favorecido por la pandemia, al pasar en un solo año de 46 a 76 millones, un empuje que aprovechó para salir a Bolsa. Sin embargo, en 2020 también batió el récord de pérdidas (67 millones de dólares), pese al récord de facturación: casi 300 millones. Las pérdidas acumuladas por la compañía desde 2017 suman 200 millones de dólares

Plataforma hispana

La principal plataforma hispanoamericana, Miríadax, marca propiedad de Telefónica Educación Digital, también crece y sigue la misma evolución para intentar monetizar el esfuerzo, aunque en parámetros más humildes: desde su lanzamiento, en 2015, suma 7,6 millones de matrículas (1,6 en 2020), con acuerdos con un centenar de universidades y el 60% de los alumnos en América Latina. Al tratarse solo de una marca no se detalla el negocio que genera, pero el objetivo de Telefónica es que pueda al menos autofinanciarse. “La filosofía de los MOOC ha ido cambiando, pero siguen siendo herramientas interesantes para la expansión del conocimiento, la experimentación de nuevos formatos de aprendizaje y la visibilidad de los centros para interesar a más alumnos”, sostiene una portavoz de la multinacional.

Coursera, la empresa más emblemática, ya cotiza, pero pierde dinero

Muchas universidades españolas colaboran con Miríadax. Pedro Miguel Ruiz Martínez, coordinador del Grupo de Trabajo de Formación On-Line y Tecnologías Educativas de Crue, que agrupa a las universidades españolas, y vicerrector de la Universidad de Murcia, valora los MOOC sobre todo como “herramientas” para ayudar a mejorar la oferta o compartir las mejoras prácticas” dentro del contexto de digitalización ya en marcha: un complemento más que una revolución, una nueva palanca para la captación de alumnos y una vía orientada hacia la formación continua o las recualificaciones profesionales. A su juicio, el sector estricto de los MOOC ha ido evolucionando hacia parámetros bien distintos de la revolución prometida, asemejándose cada vez más a “un sector de educación en la sombra basado en la reducción de costes”.

La formación continua o las recualificaciones, sin necesidad de expedir un título universitario, dejan también un amplio terreno para que las Administraciones puedan aprovechar la idea de MOOC con interés público. La Diputación de Barcelona es un buen ejemplo del potencial: cada año realiza 1.500 acciones formativas, dirigidas sobre todo a sus 5.000 trabajadores y 45.000 empleados públicos de los entes municipales de la provincia. La pandemia ha acelerado las intuiciones para sistematizar los materiales aún más y ponerlos de forma creciente a disposición de todo el mundo: “Tenemos muy buenos materiales formativos online y nuestro objetivo es que no sean efímeros y sirvan al mayor número de gente posible”, recalca Enric Herranz, director de Servicios de Formación de la Diputación de Barcelona.

El potencial de servicio público de los MOOCs sigue siendo un terreno muy interesante por explorar, pero empieza a estar claro que el mundo de la educación no ha cambiado de base. El único MOC que en España ha tenido un impacto realmente revolucionario sigue siendo el Movimiento de Objeción de Conciencia, que sí logró acabar con el servicio militar obligatorio.

 


*'The MOOC pivot'. Science, 11/1/19. Justin Reich, José A. Ruipérez-Valiente.

**'Copying@Scale: using harvesting accounts for collecting correct answers in a MOOC'. Computers & Education., mayo de 2017. G. Alexandron, J.A. Ruipérez-Valiente, Z. Chen, P. J. Muñoz-Merino, D. E. Pritchard.