No más ‘parcheos’ con los impuestos
Miembro de la Plataforma por una Fiscalidad Justa, Ambiental y Solidaria
Cualquier cambio que no ataque a fondo la elusión fiscal, el fraude y la corrupción solo sirve para aumentar la presión fiscal sobre asalariados y consumidores de renta media y baja.
El objetivo de los impuestos está claro y mayoritariamente aceptado por todos: dotar al Estado de los ingresos necesarios para hacer frente al gasto público.
Pero si la percepción que tiene la opinión pública de los impuestos es que únicamente los de siempre son los que dotan al Estado de los ingresos necesarios para que realice una gestión ineficaz de su dinero, resulta imprescindible realizar una profunda reforma, pero no solo fiscal, sino de todo el modelo de ingresos y gastos públicos.
La conciencia fiscal ha tocado suelo en España de forma exponencial en los últimos años, las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) muestran unos contribuyentes deseosos de que sus impuestos redunden directamente en servicios públicos de calidad, pero realmente desanimados tanto en la gestión que se realiza de los mismos, como en la percepción del fraude fiscal.
TEATRO CONTRA EL IVA Teatro de Bescanó (Girona) donde se hizo una protesta contra la subida del IVA cultural. FOTO: EDU BAYER
DOS AGUJEROS PARA LA RECAUDACIÓN
El resultado está claro, ¿de qué nos sirve una novedosa reforma fiscal si no se ataja o pone coto a los dos grandes agujeros por donde se escapa la recaudación obtenida por quienes hacen realmente un enorme esfuerzo a la hora de pagar sus impuestos?
El primero de ellos: la existencia de agentes económicos o antieconómicos que no pagan sus impuestos, bien porque la normativa está a su favor (pura elusión fiscal), bien porque hacen del fraude fiscal su modo de operar. Escalofriantes son las últimas cifras de economía sumergida estimadas por GESTHA (24,6% del PIB), que vienen a ser alrededor de 253.000 millones de euros, cifra que escrita con todos sus ceros vendrían a ser 253.000.000.000 de euros. Y más escalofriantes son las estimaciones del porcentaje de impuestos que pagan las grandes empresas que operan en España, especialistas en obtener renta en él y pagar sus impuestos bien fuera de nuestras fronteras, bien dejando de tributar al deslocalizar la renta obtenida hacia paraísos fiscales.
El segundo de ellos (que llena de impotencia a la opinión pública): la sensación permanente de ineficacia en la gestión de lo público, el incremento de casos de corrupción y la poca preocupación por preservar el interés público y el bien común. Pocos son los datos de lo que cuesta la corrupción en España; citemos el estudio de la Universidad de Las Palmas, que lo cifra en 40.000 millones anuales. Pero sin duda la corrupción en un país es el perfecto caldo de cultivo para la existencia de una baja conciencia fiscal y, por ende, un enorme fraude fiscal.
Toda reforma que no tenga en cuenta cortar por lo sano las dos grandes brechas por donde se escapa la recaudación del sistema fiscal, solo puede servir para que aquellos sobre los que de forma inmisericorde está cayendo el peso de la crisis —clases asalariadas por la vía del impuesto sobre la renta (IRPF) y consumidores puros (rentas bajas y medias) por la del impuesto sobre el valor añadido (IVA)— vean incrementada la presión fiscal, eso sí, bajo términos de “justicia tributaria y eficacia recaudatoria”. Una presión fiscal que aumentará a su vez el esfuerzo fiscal realizado para poder sostener una estructura que en absoluto garantiza la proporcionalidad de la carga tributaria, ni la redistribución de la riqueza a través del gasto público.
El coste de la corrupción ronda los 40.000 millones de euros
Los impuestos deben ser finalistas y solo recaudatorios
Existe sensación de ineficacia en la gestión de lo público
Si de verdad queremos una reforma fiscal que sea el motor de la recuperación económica, garanticemos, primero, unos impuestos finalistas y no puramente recaudatorios.
Establezcamos en paralelo políticas fiscales de crecimiento económico y no sistemas fiscales para intentar recaudar más de los que siempre contribuyen. Pongámonos además como meta la suficiencia del gasto público en los bienes necesarios para la sociedad, recortando no su prestación, sino las cifras de fraude de quienes se permiten no contribuir pese a ser los que más riqueza obtienen. Por último, no volvamos a realizar un parcheo de los impuestos, esta vez parcheo global, que satisfaga a pequeños grupos de presión, gane tiempo hasta ver sus resultados, pero que vuelvan a ser el mismo círculo de ineficacia recaudatoria: recorte del gasto por insuficiencia de crédito y endeudamiento crónico.
Si no, nuevamente, las decisiones que se tomen volverán a perjudicar a los ciudadanos por los que una vez, bajo los principios de justicia y equidad, se decidió realizar una reforma estructural del sistema fiscal español.