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Nuevo ciclo, enormes desafíos

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Mayo 2019 / 69

Las elecciones al Parlamento Europeo llegan marcadas por el brexit  y el ascenso de los partidos nacionalistas. Por primera vez hay riesgo de retroceso en el proceso de integración.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

La Europa que hoy conocemos comenzó a construirse sobre los escombros de la II Guerra Mundial con el objetivo de que sus naciones no recurrieran nunca más a las armas para resolver los conflictos. Desde su arranque, el proceso de integración ha ido sorteando obstáculos uno tras otro, algunos extremadamente difíciles, y ha caminado siempre en la misma dirección: hacia delante. Salvo episodios concretos de crisis —la más grave la del petróleo, en la década de 1970—, la economía europea creció durante décadas a buen ritmo. El pacto social entre empresarios y trabajadores —bendecido por partidos conservadores, socialdemócratas y liberales por igual— funcionó como factor de estabilidad económica y política y puso los cimientos del Estado de bienestar. 

La crisis económica desatada por la quiebra financiera de 2008 —la mayor desde la Gran Depresión de la década de 1930— lo ha cambiado todo. Las desigualdades de renta entre los ciudadanos se han disparado desde entonces, así como la brecha entre los países del norte y del sur. El brexit y el auge de los partidos populistas y de ultraderecha son solo dos consecuencias del desencanto y la desconfianza que buena parte de la ciudadanía siente hacia las instituciones comunes. Por primera vez, hay posibilidades de marcha atrás en el proyecto europeo. 

La Unión ha entrado en un territorio desconocido caracterizado por el auge de los sentimientos nacionales y las reticencias de importantes socios del club a ceder soberanía en materias como la economía, la seguridad y la inmigración. En este nuevo escenario, los intereses particulares se anteponen a los comunitarios, y la a solución a los problemas, que tradicionalmente era más Europa, ahora es para muchos menos Europa. “Nunca antes, desde la II Guerra Mundial, Europa ha sido tan necesaria. Y, sin embargo, nunca ha estado tan en peligro”, manifestó recientemente el presidente francés, Emmanuel Macron, quien llegó al poder en 2017 con un discurso netamente europeísta.

Para decidir qué rumbo toma la Unión van a ser clave las elecciones al Parlamento Europeo, a la que están llamados 400 millones de votantes entre el  23 y el 26 de mayo. Ivan Serrano, profesor de Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), opina que los comicios tienen lugar en un ambiente de “impasse y de desilusión” con el proyecto europeo. “Con los años, el sueño de más y mejores servicios sociales y más integración democrática entre Estados nos ha llevado a cierta decepción. No sabemos hacia dónde está yendo la Unión Europea y algunas cosas dan bastante miedo”. 

¿Es real el peligro de involución? ¿Cabe la posibilidad de que el enemigo intente dinamitar desde dentro los avances conseguidos en los últimos 70 años? Un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés) transmite un mensaje de calma. Según sus conclusiones, la mayoría de los votantes europeos quieren un cambio, pero no desde la extrema derecha o la extrema izquierda. Para el director del ECFR, Mark Leonard, el estudio “disipa el mito popular, que ha ganado fuerza y ha sido promovido por figuras como Steve Bannon, de que las elecciones de mayo tienen ya un desenlace inevitable y que el resultado será el tercer acto de la historia de Trump y brexit, así como la sentencia de muerte de Europa”. 

Pese al avance de los euroescépticos que apuntan los sondeos, la Unión sigue gozando de enorme respaldo entre la población. Según el Eurobarómetro de otoño, el 62% de los ciudadanos cree que la pertenencia de su país a la Unión es “algo bueno”, dos puntos más que en la primavera anterior y nueve puntos más que dos años antes. España, con el 72% de apoyo, sigue siendo uno de los países más europeístas, solo superado por Luxemburgo, Irlanda, Alemania, Holanda, Suecia, Dinamarca y Estonia. Únicamente el 11% de los europeos opina que es “algo malo” que su país pertenezca a la Unión (véanse gráficos Crece el apoyo de la Unión).

Crece el apoyo de la Unión

Durante la legislatura que ahora comienza deberán resolverse cuestiones vitales como la negociación del próximo Marco Financiero Plurianual, que entrará en vigor el 1 de enero de 2021 y en el que se incluirán las principales partidas de gasto de la Unión para los siete años siguientes. “Hay otras cuestiones que deberían haberse resuelto ya, como el brexit y la política común sobre la inmigración, que han quedado pendientes”, subraya María Pallarés, responsable de programas de la Fundación Friedrich Ebert en España y coordinadora del informe El Estado de la Unión Europea, publicado en colaboración con la Fundación Alternativas. 

 

‘BREXIT’

Sea cual sea su desenlace, el brexit va a condicionar la agenda europea durante los próximos años. Si finalmente se produce, sería la primera vez que un miembro de la Unión abandona el club. Se trata, además, de un socio clave, pues supone el 15% del PIB y el 13% de la población de la Unión. El brexit tendrá unas consecuencias negativas para a las economías de uno y otro lado del canal de la Mancha difíciles de predecir, aunque la mayoría de los especialistas vaticinan que serán especialmente dañinas para los británicos.

En el lado positivo, las duras negociaciones con el Gobierno de Londres no han logrado abrir fisuras en la Unión. Ningún Estado miembro se plantea imitar a Reino Unido, aunque la unanimidad puede comenzar a resquebrajarse si el proceso se eterniza demasiado o surgen discrepancias entre los socios en los próximos meses. Una vez consumado el divorcio, dará comienzo un periodo transitorio de nueve meses que podría alargarse dos años más, hasta finales de 2022, si no llega a buen puerto la negociación del acuerdo de asociación que definirá la relación futura entre ambas partes. 

 

INTEGRACIÓN ECONÓMICA

Las elecciones europeas se celebran en un momento de desaceleración de la economía europea y de parálisis del proceso de integración económica, cuyo gran objetivo es dotar a la eurozona de los mecanismos necesarios para evitar nuevas nuevas crisis o mitigar sus efectos. El euro acaba de cumplir 20 años con abundantes cicatrices y cardenales. La moneda única consiguió sobrevivir a una crisis que a punto estuvo de acabar con ella, pero los problemas fundamentales no se han resuelto y su supervivencia no está, ni mucho menos, garantizada. 

La unión bancaria y la integración de los mercados de capitales, clave para fortalecer la arquitectura del euro y reducir el riesgo de nuevas recesiones, no se han hecho realidad. Tampoco lo ha hecho la armonización de los mercados laborales, que siguen teniendo grandes diferencias en cuanto a salarios y productividad. No hay presupuesto europeo, ni bonos europeos, ni acuerdo para crear un fondo común de garantía de depósitos. El actual Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), encargado de salvaguardar la estabilidad financiera de la eurozona, no se transformará, por ahora, en un Fondo Monetario Europeo, como desea la Comisión. Y sigue sin haber acuerdo para implementar un impuesto a las transacciones financieras y a multinacionales tecnológicas como Google, Amazon, Apple o Facebook.

Tras la falta de una política económica común, late el miedo de los países del norte a compartir riesgos con sus socios del sur, a los que ven incapaces de sostener la disciplina fiscal necesaria para garantizar la estabilidad económica y el bienestar. Los halcones se han organizado en torno a la llamada Nueva Liga Hanseática, formada por Dinamarca, Eslovaquia, Estonia, Finlandia, Holanda, Irlanda, Letonia, Lituania y República Checa. 

Importantes socios del club se niegan a ceder soberanía

Los intereses nacionales pesan más que los comunitarios

Pese a todo, la Unión goza de gran respaldo entre la población

Pese a los errores cometidos en las últimas dos décadas, el Banco Central Europeo (BCE) se ha consolidado como una institución clave de la arquitectura comunitaria. Su presidente, el italiano Mario Draghi, libró a la eurozona e la catástrofe al declarar que estaba dispuesto a hacer “todo lo necesario” para sostener la moneda única y poner en marcha, entre otras medidas de estímulo, un plan de compra de bonos de los países miembros. Pero el Ejecutivo italiano dejará pronto el cargo y lo más probable es que su sustituto sea un halcón procedente de un país del norte, más reticente a utilizar los recursos de la institución para salvar la eurozona. El alemán Jens Weidman, presidente del Bundesbank y favorito para ocupar el puesto, se opone a la compra de bonos nacionales.
 

AUGE DE LOS POPULISMO Y LA EXTREMA DERECHA

¿Qué peso tendrán euroescépticos en el nuevo Parlamento? Las encuestas vaticinan excelentes resultados a La Liga de Mateo Salvini en Italia, a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y al partido Fidesz de Viktor Orban en Hungría, entre otras formaciones de extrema derecha. A finales de abril, el Partido del Brexit de Nigel Farage encabezaba los sondeos en Reino Unido, por delante de los laboristas y los conservadores.

Se da por seguro que en el nuevo Parlamento Europeo se sentarán más diputados contrarios a la existencia de la Unión Europea que nunca. La gran coalición entre socialdemócratas y conservadores, eje de la actividad legislativa en las últimas legislaturas, no va a tener más remedio que contar con liberales, ecologistas y partidos de izquierda para sacar adelante las iniciativas más relevantes. El primer ministro polaco, una de las cabezas visibles del euroescepticismo, augura grandes cambios. “Bruselas y la Comisión Europea tienen que ser muy receptivas a lo que está sucediendo en distintos países, en particular en los centroeuropeos, a los que tienen que escuchar con mucha más atención”, afirmó Mateusz Morawiecki en una reciente entrevista con el diario Financial Times. 

Los países del norte se niegan a compartir riesgos con los del sur

Europa lucha por no perder relevancia en el plano internacional

Tan importante como la Eurocámara será la composición de la nueva Comisión, que conoceremos en otoño. No es descartable que en ella se siente algún euroescéptico, pues sus miembros son elegidos por los Gobiernos nacionales, muchos controlados o con participación de partidos nacionalistas. 

Para María Pallarés, “el mejor antídoto” contra la extrema derecha es hacer políticas más eficaces y reforzar la llamada Europa social. Ivan Serrano sostiene que el auge de los populistas debería contar con una respuesta “firme y desacomplejada” por parte de los partidos democráticos. “Tienen que ser los partidos de centro derecha y centro izquierda, que han permitido que crezca la distancia entre las instituciones y la ciudadanía, los que corrijan el problema”, afirma.

Los partidarios de una Europa federal defienden que la Unión asuma más competencias y más presupuesto para hacerse cargo de cuestiones como la inmigración, el cambio climático y la lucha contra las desigualdades. La idea es eliminar la regla de la unanimidad y dar paso a las mayorías a la hora de decidir sobre política exterior, fiscalidad y presupuesto.

 

LA EUROPA SOCIAL  

Uno de los motivos del descontento de amplias capas de la población con el proyecto europeo es la lentitud con que avanza la llamada Europa social, destinada a garantizar prestaciones de calidad y trabajo digno a todos los ciudadanos. Mientras que los dictados de la Comisión sobre déficit público son de obligado cumplimiento, por ejemplo, no lo son los acuerdos destinados a fortalecer la pata social de Europa. 

María Pallarés, de la Fundación Fiedrich Ebert, sostiene que la Europa social ha sido tradicionalmente “el pariente pobre” de la Unión y recuerda que el que fuera presidente de la Comisión Jaques Delors (1985-1995) siempre dijo que las dos patas del proyecto europeo deberían ir juntas: el Mercado Único y la Europa social. “Esa idea sigue estando vigente. Hemos ido muy lejos en la integración en una pata, y la otra se ha quedado un poco coja”, señala. “Avanzar en este tema es una parte de la solución en contra del avance de los populistas, aunque no es el único”. Pallarés apunta algunas medidas que ayudarían a consolidar la Europa social: la creación de un salario mínimo europeo, de una prestación de desempleo común y de una cuenta personal de actividad, idea surgida en Alemania para acompañar a los trabajadores en el proceso de digitalización.

 

INMIGRACIÓN

La crisis de los refugiados procedentes de Siria puso de relieve las diferencias entre los países sobre el mejor modo de afrontar la cuestión migratoria, y el auge del populismo no ha hecho más que agravar el problema. Desde entonces, se han endurecido las leyes de asilo, han aumentado las deportaciones y se han ampliado las actividades de Frontex, la agencia europea encargada de la vigilancia de fronteras y costas. 

En marzo de 2016 la UE y Turquía llegaron a un acuerdo para que este país se hiciera cargo de los inmigrantes que entrasen en territorio europeo sin permiso. Tres años después, Médicos sin Fronteras denuncia que unos 12.000 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo están viviendo en condiciones “insalubres, inseguras y degradantes” en campos de tránsito instalados en las islas griegas.

Falta por pactar una cuestión crucial como el reparto desigual de refugiados entre los Estados miembros para aliviar a los países fronterizos, en especial Grecia, Italia y España. El llamado Grupo de Visegrado, integrado por Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa se niegan a acoger refugiado alguno.

 

FORTALECER EL PROYECTO

En opinión de Ivan Serrano, la cesión de soberanía de los Estados para avanzar hacia una integración federal ha sido claramente insuficiente: “Los intereses nacionales priman sobre los comunitarios. La idea que ha arraigado es que Europa es un club de Estados”. La idea de los partidarios de una Europa federal es que las grandes decisiones puedan tomarse por mayoría de los socios y no por unanimidad, como hasta ahora.

La transición hacia una economía ‘verde’ es otro de los grandes retos

Entre otras muchas tareas, Europa tiene pendiente mantenerse como actor global y frenar la pérdida de relevancia en asuntos internacionales frente a EE UU, China y otras potencias emergentes. La creación de un Ejército propio lleva años en la agenda, pero los Estados miembros se muestran reticentes a aportar el presupuesto necesario y Bruselas ha desoído una y otra vez la petición de EE UU de aumentar los fondos destinados a la defensa. En este sentido, la salida del Reino Unido supondrá la pérdida de fuerzas imprescindibles en un futuro Ejército europeo. Otro reto para la Unión es avanzar conjuntamente hacia una economía sin combustibles fósiles y un sistema energético basado exclusivamente en fuentes renovables.  

Pero quizás la clave para que los europeos sigan confiando en el proceso de integración sea la capacidad de la UE para salvaguardar el Estado de bienestar. Los líderes que surjan de las próximas elecciones deberán demostrar que la Unión Europea es una institución eficaz capaz no solo de mantener la paz, sino de mejorar la vida de las personas.