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Qué comemos tiene impacto ambiental

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Octubre 2015 / 29

La agricultura es una de las grandes víctimas del calentamiento global. Pero a la vez es también una de sus causas. De ahí la importancia de revisar cómo llenamos el plato y con qué

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

En caso de que la reunión de París sobre el clima fracasase y no lograra firmarse un acuerdo internacional ambicioso para mantener la temperatura del planeta bajo el listón de los dos grados centígrados, el Grupo de Expertos Intergubernamental sobre la evolución del Clima (GIEC) alertó en su cuarto informe de 2014 de que podría darse una bajada de los rendimientos de los principales cultivos (arroz, maíz, trigo…) del orden del 2% por década. Y eso que para alimentar el planeta haría falta aumentar la producción un 14% cada diez años...

Los rendimientos podrían aumentar, cierto, en las regiones septentrionales o en las situadas a una mayor altura, pero esa mejora no compensaría las pérdidas que golpearían a África, América Latina y Asia. Según Naciones Unidas, 1.500 millones de personas, 600 millones más que hoy, serán víctimas del hambre a finales de este siglo si mantenemos el mismo nivel de emisiones que ahora. Así que deberemos examinar con urgencia el modo de alimentarnos.

Es una carrera contra reloj en la que los países del sur, más frágiles que los situados en zonas de temperaturas moderadas, están en primera línea. La subida de nivel de los océanos, que podría alcanzar cerca de un metro en el año 2100, amenaza a una parte importante de la actividad agrícola de los países algodoneros. En Vietnam, el 50% de la recolección nacional de arroz procede del delta del Mekong. En India, la crecida del agua salada sobre las tierras del litoral  podría impulsar un retroceso masivo de la producción nacional de algodón y de arroz.

Hoy, la presión sobre los recursos naturales alcanza ya niveles insostenibles, y el incremento de temperaturas va a agravar el proceso de desertificación. Dos tercios de la superficie del continente africano podrían volverse no aptas para el cultivo. Incluso si los expertos del clima (GIEC) consideran no demostrado el vínculo entre concentración de gases de efectos de invernadero en la atmósfera y desastres naturales tales como sequías, ciclones o inundaciones, sí estima bastante probable que en el futuro el calentamiento global tenga incidencia sobre la frecuencia y la intensidad de este tipo de accidentes.

Esta perspectiva da motivos de inquietud a los agricultores, que ya han podido experimentar las consecuencias de choques climáticos violentos. En Pakistán, una serie de inundaciones excepcionales destruyeron dos millones de hectáreas de cultivos en 2010, lo cual provocó una subida de los precios del trigo y del arroz. En 2013 y 2014, en Guatemala, los pequeños explotadores perdieron el 80% de su cosecha de maíz a resultas de los desórdenes en las lluvias. Los hogares, cuyos ingresos cayeron mientras las malas cosechas empujaban al alza los precios de los alimentos, tienen cada vez mayores dificultades para abastecerse con qué comer. El consumo de maíz y de judías, que forman parte de la base alimenticia del país, reculó un 30%.

Los cambios climáticos tendrán incidencias sobre los precios agrícolas. En el plano internacional, en un contexto de mercados en tensión y no regulados, las tres últimas subidas de los precios de las materias primas agrícolas (en 2008, 2010 y 2012) están ligadas en buena parte a fenómenos meteorológicos, en particular las sequías en EE UU y en Australia. Ello acrecienta la vulnerabilidad de los países que dependen de las importaciones para alimentarse. “Consciente de los peligros, China, gran país importador de productos agrícolas, está construyendo stocks, lo que podría pesar sobre los precios mundiales reduciendo las cantidades disponibles sobre los mercados”, observa Jean-Marc Touzard, director de investigación del INRA, que trabaja sobre cómo adaptar la agricultura a los cambios climáticos. 


DE LA PRODUCCIÓN AL CONSUMO

La agricultura es, pues, una de las grandes víctimas del recalentamiento en curso, pero también, a la vez, es una de sus causas. De la producción al consumo, representa entre un cuarto y un tercio de las emisiones mundiales de gases con efecto invernadero vinculados a la actividad humana. Si no hacemos nada para invertir esta tendencia, las emisiones agrícolas, que se han duplicado prácticamente a lo largo de los últimos cincuenta años, podrían aumentar aún más: el 30% desde ahora hasta 2050, según ha señalado con preocupación la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Sin cambios, la mayoría de la superficie africana no será cultivable

La agricultura supone casi un tercio de las emisiones mundiales

La actividad agrícola en sí misma es responsable del 16% de las emisiones mundiales. En primer lugar, a causa de la cría de ganado. El metano procedente de la digestión de los rumiantes aumentó un 11% entre 2001 y 2011. Otro origen importante es el protóxido de azote, debido a los fertilizantes  para cultivos, que en diez años han aumentado un 37%. Pero también pesa la expansión por los campos de las deyecciones animales. En cuanto a las emisiones de dióxido de carbono que parte de los equipos agrícolas (maquinaria, tractores, mecanismos de irrigación, emisiones generadas por la producción de fertilizantes de síntesis…) no hacen más que incrementarse.

A todo ello se suman las emisiones de CO₂ relacionadas con el cambio de uso del suelo1. Totalizan un 10% de las emisiones de gas con efecto de invernadero ligado a la actividad humana. 

En primera línea, la deforestación: es responsable ella sola del 6,3% de las emisiones mundiales. Se le juntan el trabajo y la conversión de pastizales para transformarlos en superficies cultivadas. Y no sólo hay que pensar en la producción alimentaria, cabría tener en cuenta igualmente todas las emisiones  generadas por la transformación de los productos y debido a su transporte.

 

ACTUAR SOBRE LA DEMANDA

Si algunos cultivos a menudo se señalan con el dedo (como el de arroz de riego, que emite metano), es sobre todo la carne el alimento que se sienta en el banquillo de los acusados. El boom de su consumo, ayer en los países ricos y hoy en el Sur, comporta una explosión de emisiones por la cría de animales y el estiércol, sin contar los cultivos que alimentan al ganado.  A la  cría le corresponde el 14,5% de las emisiones mundiales de gases tóxicos. En Argentina y Brasil, el cultivo de soja, que se ha expandido y ha destruido vastas extensiones de bosques, ha causado el 18% de las emisiones de esos países, según la Cnuced2.

Tal modelo agrícola, muy goloso en recursos naturales (agua, energía, tierras),  agrava el cambio climático y no es sostenible. Después de haber favorecido una alimentación estandarizada y a buen precio, tras haber apostado por el aumento de los rendimientos con más variedades y razas de animales con fuerte potencial y por el uso de productos químicos, el sistema alimentario mundial deberá reinventarse.

Esta reorientación implica de entrada cambios  por lo que respecta a la demanda de los países ricos, y también a partir de ahora sobre la demanda de las clases acomodadas de los países del Sur. Según el tipo de carne producida, hacen falta entre 4 y 11 calorías vegetales para producir una caloría animal, de modo que sería necesario reducir el consumo de calorías animales en provecho de calorías vegetales. En el Norte, la obesidad y las enfermedades cardiovasculares se han convertido en auténticas plagas.

Será necesario por otra parte atacar seriamente el despilfarro. Cerca de un tercio de los alimentos de los países desarrollados acaba en la basura, si sumamos los residuos de la industria agroalimentaria y las sobras que echan los hogares.  Aunque bastan 2.800 kilocalorías al día para nutrir a un adulto, un habitante de los países ricos consume, de media, 4.000.


OPCIÓN: AGROECOLOGÍA

Igualmente, habrá que actuar sobre la oferta: adoptar una agricultura que valore el medio ambiente en lugar de destruirlo,  que sepa adaptarse al cambio climático. Dicho de otro modo: relocalizar la producción y enfocarse hacia la agroecología. Es una revolución en marcha.

En los países del Norte un tercio de los alimentos acaba en la basura

Reintroducir la biodiversidad reduce el recurso a los pesticidas

Tanto en el Norte como en el Sur, cada vez más agricultores aplican prácticas agroecológicas que protegen el suelo contra la erosión y que enriquecen las parcelas den materia orgánica. Limitan además el uso de fertilizantes y herbicidas. 

Al usar las coberturas vegetales como forraje para alimentar a los animales, muchos agricultores de los países pobres han desarrollado una actividad de cría que complementa sus ingresos. Las deyecciones animales  reemplazan igualmente los fertilizantes sintéticos para las superficies de cereales. Replantar árboles pone los cultivos al abrigo del viento, frena la escorrentía de las aguas pluviales, preserva y enriquece los suelos y restaura las colonias de insectos polinizadores. 

La reintroducción de la biodiversidad reduce el recurso a los pesticidas y a los insecticidas. Mientras, la sustitución de la irrigación por aspersión por sistemas de gota a gota disminuye las necesidades de agua en el caso de los cultivos de irrigación.

En los países del Norte, muchos estudios han mostrado que estas técnicas no perjudican apenas a los rendimientos, que a veces son incluso elevados. Su generalización no amenazaría a la seguridad alimentaria. Podría en cambio reducir la capacidad agroexportadora de estos países, lo que sería una buena cosa para los países pobres. A estos les interesa desarrollar su producción nacional y reducir su dependencia en relación con las importaciones que entran en competencia duramente con su empleo agrícola y rural local. Dos terceras partes de las víctimas del hambre en el mundo son campesinos pobres que no producen suficiente y que no tienen salida para su producción. 

En los países del Sur, la agroecología ofrece perspectivas muy interesantes porque permite duplicar los rendimientos y a la vez limitar el recurso a fertilizantes costosos y otros productos fitosanitarios y renunciar a las capacidades de resiliencia del espacio natural. Lucha contra el cambio climático y por la seguridad alimentaria mundial: ¡es el mismo combate!

Sin embargo, la difusión de estas tecnologías afecta a superficies limitadas. Su generalización encuentra muchas barreras, empezando por la remuneración del trabajo agrícola. La práctica de la agroecología, que apuesta por las potencialidades del medio ambiente, varía según los contextos locales. En relación con la agricultura convencional de ingresos estandarizados, esta agricultura a medida requiere más trabajo humano, de observación y de carácter técnico. 


LA REMUNERACIÓN DEL TRABAJO

Pero estos sobrecostes de mano de obra deben relativizarse. La materia agrícola bruta representa una fracción del precio que paga el consumidor  final, en particular en los países ricos, donde es muy marginal con relación a los gastos de transformación y comercialización. 

La gran pregunta es si la agricultura convencional sería tan competitiva si hiciera falta contabilizar múltiples “externalidades negativas”, como son la destrucción de los suelos y el agotamiento de los recursos, la contaminación, la degradación de la salud de los agricultores y los consumidores o las emisiones de gases.

Más allá de la remuneración del trabajo, otros cerrojos deben abrirse, y en especial en los países del Sur: la formación de los agricultores, el acceso a la propiedad de las tierras, la protección de los mercados agrícolas en el marco de acuerdos de carácter regional… En realidad, es toda la política agrícola la que está condenada a reinventarse.

 

CITA EN PARÍS

La agricultura, excluida

La agricultura no figura como tal en la agenda de las negociaciones sobre el cambio climático que se desarrollan de cara a la conferencia de París, a pesar de los desafíos medioambientales que plantea. Es un tema muy polémico. Los países del Sur con riesgos de sufrir inseguridad alimenticia no quieren discutir ninguna reducción de las emisiones agrícolas. Además, el debate está al rojo vivo sobre el tipo de modelo de agricultura que debe promoverse, entre defensores de la agroecología y partidarios de la agroquímica argumentada. El lanzamiento por la ONU en 2014 de la Alianza global para la Agricultura Inteligente (que agrupa a multinacionales como Nestlé y Monsanto, institutos de investigación y gobiernos) persigue aumentar los rendimientos de los cultivos mientras a la vez se reduce el impacto ecológico de la agricultura. Organizaciones ciudadanas se oponen a la implicación de gigantes del agrobusiness, a los abonos químicos y a  los organismos genéticamente modificados (OGM). 

 

LÉXICO

1. Cambio de uso de suelo: bosques o pastizales sustituidos por grandes cultivos, por ejemplo.

2.  Trade and Environment Review, Wake Up before it is too late, Cnuced, 2013.