“Solo el choque con la realidad nos puede despertar de un sueño dogmático"
Entrevista a Alain Supiot (Nantes, 1949). Profesor de Derecho en la Universidad de Nantes y miembro del Instituto Universitario de Francia. Especialista en Derecho del Trabajo y Seguridad Social.
La pandemia debida al coronavirus arroja una cruda luz sobre la fragilización de nuestros sistema sanitarios. ¿Cuál es su análisis?
La fe en un mundo que se puede gestionar como una empresa choca hoy brutalmente con una realidad de riesgos incalculables. Desde los tiempos modernos, el Estado ocupa esa posición vertical y es garante de esa parte no calculable, ya se trate de la identidad y la seguridad de las personas, de la sucesión de las generaciones o de la preservación de la paz civil y de los medios vitales. Una garantía indispensable para que pueda desarrollarse libremente el plano horizontal de los intercambios entre los individuos, especialmente los intercambios mercantiles.
Ahora bien, lo que caracteriza al pensamiento neoliberal es precisamente el vuelco de ese orden jurídico e institucional. Fundamentándose en la fe en un “orden espontáneo del mercado” llamado a regir a escala global lo que Friedrich Hayek denominó “la gran sociedad”, el neoliberalismo sitúa al derecho y al Estado bajo la égida de los cálculos de utilidad económica, promoviendo así un mundo plano, vaciado de toda verticalidad institucional y de toda solidaridad organizada. La globalización, nuevo avatar de las experiencias totalitarias del siglo XX, es un proceso de ascensión de un mercado total que reduce la humanidad a un polvo de partículas contratantes movidas únicamente por el interés individual, y a los Estados a instrumentos de puesta en marcha de las “leyes naturales” reveladas por la ciencia económica, al frente de las cuales está la apropiación privativa de la tierra y sus recursos.
Karl Polanyi se dio cuenta enseguida de la dimensión religiosa de esa creencia y observó, ya en 1944, que “el proceso que el móvil de la ganancia ha desencadenado solo puede compararse por sus efectos a la más violenta de las explosiones de fervor religioso conocida por la historia”. Lo propio del fervor religioso es ser impermeable a las críticas, por moderadas y racionales que sean. Solo el choque con la realidad puede hacer despertar de un sueño dogmático.
¿Por qué no se produjo ese choque en 2008?
La crisis de 2008 debió provocar que sonara el despertador del sueño neoliberal, pero rápidamente se transformó en un argumento para “pasar a la velocidad superior”. Fue una consigna de la OCDE que, en 2010, ordenó no solo no cuestionar “los principios defendidos desde hacía muchos años”, sino, por el contrario, intensificar las políticas tendentes a flexibilizar el mercado laboral, “realizar aumentos de eficiencia sobre los gastos, especialmente en los ámbitos de la educación y la sanidad, y evitar aumentar sensiblemente los impuestos”.
Nos volvimos, pues, a dormir, pero con un sueño cada vez más agitado por la evidencia del carácter ecológica y socialmente insostenible de la globalización; por la migración de masas humanas expulsadas de sus tierras por la miseria; por la rabia sorda de las poblaciones debida al aumento de las desigualdades y la degradación de sus condiciones de vida y de trabajo, una rabia que estalla en revueltas anómicas como la de los chalecos amarillos. Esas tensiones no han bastado para cuestionar el programa neoliberal de desmantelamiento del Estado social. Como la retórica esquizofrénica del tipo “por otra parte” no basta para calmarlas alimentan, en todo el mundo, el aumento de un neofascismo formado por el etnonacionalismo y las obsesiones identitarias, y con frecuencia salpimentado con negación de lo ecológico.
¿Qué le espera a la justicia social y al trabajo no alienante frente al “mercado total”?
El Estado social descansa en tres pilares socavados por 40 años de políticas neoliberales. El primer pilar es el derecho al trabajo, nacido en el siglo XIX con las primeras leyes que, ya entonces, tenían como objetivo hacer frente a los efectos mortíferos del auge del capitalismo industrial sobre la salud física de las poblaciones europeas. La ilimitada explotación del trabajo humano terminaba por poner en peligro los recursos físicos de la nación, justificando la intervención del legislador para limitar la jornada laboral de los niños y después de las mujeres.
El segundo pilar es la Seguridad Social, cuya creación respondió también a la necesidad de proteger la vida humana de los efectos deletéreos de la sumisión a la esfera mercantil. La primera piedra fue la adopción, en todos los países industriales de leyes que garantizaban la compensación por los accidentes laborales. Al responsabilizar a las empresas de los daños generados por su actividad económica, esas leyes abrieron el camino a la idea de solidaridad frente a los riesgos de la existencia. Esa idea fue afirmándose hasta dar lugar a la creación de la Seguridad Social.
"Esta crisis nos puede conducir tanto a lo mejor como a lo peor"
Finalmente, el tercer pilar es el concepto de servicio público, según el cual, determinado número de bienes y servicios (sanidad, enseñanza, correos, energía, transportes…) deben ponerse a disposición del conjunto de los ciudadanos en condiciones de igualdad, continuidad y accesibilidad.
Al final de la Segunda Guerra mundial se dotó a los tres pilares de una base jurídica constitucional, razón por la cual, a diferencia del New Deal estadounidense, ninguno de ellos ha podido ser eliminado.
El derecho laboral se ha visto debilitado tanto en su estructura, debido al retroceso del orden público social frente a la negociación de empresa, como en su perímetro, debido a la uberización. Lo mismo ha pasado con los servicios públicos, cuyo perímetro se ha visto reducido por la privatización o porque han empezado a competir entre ellos, y cuya estructura se ha debilitado al pretender gestionarlos como empresas y pilotarlos mediante indicadores, con los devastadores efectos que conocemos, en el caso francés, de desertificación de la denominada Francia periférica o de la desorganización de los hospitales públicos.
¿Qué fuentes de esperanza hay?
Esta crisis sanitaria sin precedentes por la que hoy pasamos puede conducir tanto a lo mejor como a lo peor. Lo peor sería que alimentara las tendencias, ya grandes, al repliegue identitario y condujera a trasladar a la escala colectiva de las naciones, o de las pertenencias comunitarias, la guerra de todos contra todos que el neoliberalismo promueve a escala individual. Lo mejor sería que esta crisis abriera, a diferencia de la globalización, la vía de una auténtica mundialización, en el sentido etimológico de esta palabra: un mundo humanamente vivible que tenga en cuenta la interdependencia de las naciones, siendo a la vez respetuoso de su soberanía y su diversidad.
PERICO PASTOR
Así entendida, la mundialización es un camino que hay que trazar entre los impases de la globalización neoliberal y las de un repliegue sobre sí mismo, que la interdependencia tecnológica y ecológica hace que sea ilusorio. Esta perspectiva de la mundialización corresponde a lo que Marcel Mauss, en un texto de 1920 recientemente rescatado por Bernard Stiegler, denominó “la internación” . La diversidad de naciones, lenguas y culturas no es un obstáculo sino, por el contrario, la primera baza de que dispone la especie humana en el Antropoceno.
Pero, para poder ser jugada, esa baza exige que se establezca cierta solidaridad entre naciones. Ese debería ser el papel de una Unión Europea repensada y refundada. Una misión similar a la que se asignó tras la Segunda Guerra mundial a instituciones como la OIT, la OMS, la Unesco y la FAO y que, hoy marginalizadas por las organizaciones económicas —Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio—, merecen también ser profundamente reformadas y dotadas de armas jurídicas para estar a la altura de su misión.