Un círculo económico virtuoso
Los acontecimientos de mayo del 68 representarán el último salto de la economía de la posguerra.
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
Sienta bien hacer una inmersión en la economía francesa de los años sesenta! Nos encontramos con un país que, tras la Segunda Guerra Mundial, está en plena transformación y que ha encontrado la receta para combinar eficacia económica, crecimiento y redistribución. Todo lo contrario que hoy. Sin embargo, no se puede considerar ese periodo la edad de oro del capitalismo francés, pues ya aparecen esas debilidades estructurales de las que seguimos hablando.
LA RUPTURA POSTERIOR A LA GUERRA
Como muchos otros países, en la Francia de los años cincuenta se da un profundo cambio en la organización del trabajo. Antes de la guerra, el patrón de una empresa tenía que apoyarse en la competencia de sus obreros profesionales. Pero de Estados Unidos llegó un nuevo modo de trabajar: armados de cronómetros y de una oficina de métodos, los ingenieros aprendieron a medir, desmenuzar y controlar la actuación industrial. "Ya solo había que dictar a unos obreros no cualificados unas normas de trabajo: era el taylorismo. Había otro paso que dar: incorporar ese saber hacer a un sistema de máquinas que progresaban automáticamente y dictaban el ritmo y los gestos al obrero: era el fordismo", explica el economista Alain Lipietz.
La economía francesa crece a un ritmo anual del 5,9% en la década
Salarios y beneficios empresariales crecen al mismo ritmo
La prosperidad vino acompañada de más desigualdades
Los campesinos, sus hijas y sus mujeres proporcionaban entonces la mano de obra necesaria para esas nuevas fábricas. La población rural pasa de cerca de la mitad de la población total francesa al final de la guerra a constituir el 30% a finales de la década de 1960. El salariado se convierte en la forma dominante de trabajo: afecta a cerca del 80% de las personas empleadas, frente al 57% a finales de la década de 1930.
En ese nuevo mundo industrial se da, en opinión de el investigador Robert Boyer , "una forma muy precisa, sin precedente histórico, de las relaciones sociales de trabajo que hizo posible lo que entonces se denominó el milagro francés". La patronal quiere aprovechar el aumento de productividad proporcionado por el fordismo para aumentar sus beneficios, sin ceder nada a los nuevos asalariados (¡como ahora!). Pero esa patronal socialmente conservadora está debilitada por el comportamiento de parte de sus representantes durante la guerra, de la que, por el contrario, los sindicatos han salido fortalecidos y combativos.
UN ENCADENAMIENTO DE SUEÑO
Las reivindicaciones sindicales en los sectores que constituyen el motor de la economía, como el del automóvil, desembocan en aumentos salariales. La ley de 1950 sobre los convenios colectivos de rama permite que todos los asalariados del sector se beneficien de esos aumentos. Y las negociaciones nacionales entre la patronal, los sindicatos y un Estado muy presente permiten una generalización de los aumentos, a pesar de las diferencias de situación económica entre los diversos sectores y las diversas empresas. Para las que tienen dificultades para soportarlos, un poco de inflación lo soluciona.
La instauración de un salario mínimo en 1950 (el Smig, salario mínimo interprofesional garantizado) protege también la renta de los asalariados. Como el establecimiento progresivo de la Seguridad Social garantiza unos ingresos en caso de enfermedad o de desempleo: las prestaciones sociales pasan de constituir el 5% de los ingresos de los hogares en 1938 a una media del 25% en la década de 1960.
Todo ello permite un aumento del poder adquisitivo que se emplea en el consumo corriente y en la adquisición de automóviles, televisiones, máquinas de lavar, etcétera. Los franceses se equipan. Esos gastos sostenidos incitan a las empresas a invertir, lo que incrementa la productividad. Como los sindicatos han logrado que los aumentos salariales estén ligados a la inflación y a la productividad, los sueldos aumentan de nuevo: entre 1959 y 1973, la productividad por asalariado aumenta anualmente el 4,8% de media y los salarios reales, un 4,1%.
Este círculo virtuoso lleva a un crecimiento de la economía francesa del 4,8% de media durante la década de 1950 y del 5,9% en a de 1960. Como subraya el economista Hugues Bertrand en un estudio sobre el capitalismo francés de la posguerra, en esa época, social rima con económico, beneficios y salarios son solidarios.
DEBILIDADES ESTRUCTURALES
Sin embargo, no se debería esbozar un retrato demasiado perfecto de los 25 años posteriores a la guerra. En el ámbito laboral, la pérdida de autonomía de los asalariados es grande y la búsqueda de poder adquisitivo pasa a ser el sustituto general de todas las reivindicaciones. En el ámbito social, Boris Vian, que canta La complainte du progrés desde 1956 y Jacques Tati, cuya película Mon oncle se estrena 1958, se burlan de una modernidad que consiste en consumir cada vez más y acumular cachivaches. Frente a los daños causados a la naturaleza, emerge la ecología política.
Incluso en el ámbito económico no todo es de color rosa. Mientras los empresarios alemanes integran a los obreros cualificados que huyen de los países del Este desde 1945 y se especializan en la producción de bienes de equipo de calidad, sus homólogos franceses contratan asalariados poco cualificados que van a buscar a Argelia y Marruecos y se especializan en productos de consumo de masa, donde la competencia de precios es dura. Es un escollo del que Francia aún no ha salido.
Cuando el alza de los salarios y los precios termina por mermar demasiado la competitividad de los productos franceses, el Gobierno acude en socorro de su modelo de crecimiento devaluando el franco (lo hará en 1959 y 1969). Las consecuencias son escasas: Francia está poco abierta en el plano internacional, las importaciones solo representan el 12-13% del PIB, frente al 31% actual. Pero tras la apertura al mercado europeo en 1957, con la firma del Tratado de Roma, el saldo de intercambios industriales con el resto de Europa será deficitario.
Finalmente, no todo el mundo se beneficia del aumento de crecimiento. El Informe sobre las desigualdades mundiales 2018, subraya que el periodo 1945-1968 está marcado por un incremento de las desigualdades: el porcentaje de la renta del 10% de los más ricos pasa del 30% al 38% y el de la mitad más pobre, del 23% al 17%.
Mayo del 68 representará el último salto de la economía de la posguerra. Los acuerdos de Grenelle permitirán un aumento del salario mínimo del 35%, un incremento de los salarios del 10% de media y un fortalecimiento del poder sindical (reconocimiento del comité de empresa en diciembre). La lógica de aumentos salariales para alimentar la demanda perdura, las desigualdades de renta disminuirán hasta comienzos de la década de 1980. Pero un capitalismo más globalizado y más financiarizado comienza a establecerse. La economía francesa entra entonces en una larga crisis de transición, que sigue estando de actualidad.