Una bomba laboral, y no es una moda
La proporción de trabajadores detectados que se dedican a plataformas colaborativas no pasa del 1%, pero todos los expertos coinciden en que puede transformar el mercadolaboral
He aquí la descripción del paisaje económico en el que nos adentramos, y que Manuel Escudero, coordinador del Foro de Economía Progresista, bautiza como Mad Max Economy: “Un mundo de desigualdades insostenibles, un 20% al que le va bien frente a un 80% de trabajadores empobrecidos, la del 1% frente al 99%, la de las burbujas y los pinchazos. Con el corolario del cambio climático, las migraciones y el envejecimiento de la población”. Escudero está convencido de que la economía colaborativa formará parte del poscapitalismo. “No es una moda. Pero en esa transición hacia la economía poscapitalista necesitará apoyos políticos, porque los partidos, de derechas y de izquierdas, no se están dando cuenta de que vamos hacia un nuevo modo de producción”, critica.
El cajón de sastre de iniciativas y empresas que se mezclan bajo el paraguas del sharing (compartir) no ayuda a clarificar la reacción de las autoridades o jueces, que hasta ahora, se han limitado a aplicar la regulación existente para sectores profesionales regulados, y por tanto, a prohibir los nuevos negocios (caso de Uber) o a alentarlos, caso de la Comisión Europea, partidaria de no poner barrera al mundo colaborativo.
“Algunos prefieren ver el mundo como si fuera en blanco y negro, como si compartir nos salvará de la desigualdad y reducirá el consumo, o como si por el contrario las plataformas colaborativas no son más que una versión del capitalismo del 1% en versión plataforma digital”, escribe en su blog el estratega en urbes sostenibles Boyd Cohen, autor de The Emergence of the Urban Entrepreneur que, como Escudero, participaron en el último OuishareFest. “La realidad del paisaje es mucho más compleja”. Existen distintas dimensiones que tener en cuenta, como si las transacciones son de mercado, gratuitas o alternativas, o como si el objeto del proyecto está orientado a resultados, a una misión o es híbrido.
NACEN REVO Y NESI
En todo caso, la economía colaborativa ocupa un espacio en el imaginario de quienes sueñan con una economía distinta. “El uso, el alquiler a través de plataformas pueden ayudar a reducir el consumo. Tenemos que aprovechar las nuevas herramientas que existen, y que impulsan nuevas relaciones sociales”, declara Neus Casajoana. Es la presidenta de la recién constituida asociación Revo (significa ‘sueño’ en esperanto). Revo aspira a sumar fuerzas de distintos movimientos, ONG y entidades sociales que ya batallan por una alternativa al capitalismo (de Consum Responsable a Greenpeace, pasando por iniciativas pro decrecimiento o partidos como el X o ICV-Verds). Este nuevo “think tank académico y experiencial” cree en una prosperidad sostenible para el medio ambiente y la sociedad, en un sistema económico democrático, con una mayor participación de los trabajadores “y en el que se potencie la economía social y nuevas formas de economía colaborativa”, añade Casajoana. “Este mundo es muy nuevo, pero no podemos no tenerlo en cuenta”, añade.
La dimensión colaborativa de la actividad económica y social figura igualmente entre los temas centrales que aborda el Foro para una Nueva Economía y la Innovación Social (NESI, en sus siglas en inglés), impulsado por Diego Isabel La Moneda. El NESI está expandiendo por las redes y en pequeños actos un cuestionario abierto a todo el mundo sobre cómo debería ser esa nueva economía a la que aspira. Las respuestas se cribarán en la Universitat de Barcelona (UB) y con ellas se elaborará un manifiesto que se presentará en Málaga el año próximo y en el que participará, entre otros, Christian Felber, icono de la economía del bien común.
Se diría que todos intuyen el potencial de la suma de tecnología y colaboración entre peers (o pares, usuarios). No tanto por el hoy como por el mañana. Según el informe The Impact of the Collaborative Economy on the Labour Market, elaborado por investigadores del Centre for European Policy Studies (CEPS), difundido el pasado mes de junio, se calcula que en la Unión Europea sólo 100.000 personas trabajan de forma activa para plataformas donde se ofrecen servicios bajo demanda. Esa cifra se traduce en el 0,05% de los empleados en la UE, lo que no sugiere un impacto brutal sobre el mercado laboral tradicional. Se refieren sólo a las plataformas en las que hay un trabajo en juego (no una venta o un alquiler) y existe remuneración, lo que incluiría empresas como Uber, donde los conductores hacen de taxistas, y no experiencias como la de BlaBlaCar, en que los viajeros comparten gastos.
Sin embargo, el mismo estudio, que analiza a fondo como casos de estudio los de la plataforma para trabajo de diseño CoContest y que casa oferta y demanda de servicios personales que no requieren determinada formación, como jardinero, limpieza, reparaciones..., enfatiza que las plataformas de economía colaborativa “tienen el potencial de cambiar de manera fundamental nuestro mercado de trabajo”.
La principal inquietud no se plantea tanto en el caso de los servicios que se realizan físicamente en el lugar donde lo pide la plataforma (pongamos por caso, reparaciones de la casa, cuidados de personas o guías turísticos aficionados), sino cuando hablamos de servicios o productos ejecutables de forma virtual. Por ejemplo, los servicios de tecnologías de la información, o de diseño, o de contenidos, que pueden realizarse en cualquier parte mientras se disponga de una conexión a Internet. En ese caso, la competencia para realizar un trabajo es planetaria, lo que arrastra los precios a la baja.
Según el CEPS, la proporción de ciudadanos que buscan la totalidad de sus ingresos en estas plataformas online es pequeña. En EE UU, en el 70% de los trabajadores pesa un 40% o menos de sus ingresos. Pero hay un 10% para los que así se gana entre un 60% y el 100% de la renta, y para el resto, supone hasta el 59% del total.
McKinsey: en España trabajan 12 millones de ‘independientes’
Para el profesor Rueda, de Oxford, el ‘sharing’ impulsa la precariedad
La consultora McKinsey, que en 2015 estimaba que la economía colaborativa únicamente ocupaba al 1% de trabajadores (la mayoría, para Uber) en Estados Unidos, acaba de publicar otro informe sobre el trabajo independiente que proyecta una idea muy distinta. De acuerdo con los datos de Trabajo independiente: elección, necesidad y economía bajo demanda, basado en encuestas centradas en EE UU, Reino Unido, Francia, Suecia, Alemania y España, la fuerza laboral que realiza trabajos independientes es mayor de lo que se ha reconocido hasta ahora”. La eleva a una horquilla de entre el 20% y el 30% en la Europa de los Quince, incluida España, y EE UU. Más de la mitad realizan estas tareas, regulares o aisladas, como un modo de obtener un ingreso extra: no es, pues, su modo de vida.
“Las plataformas digitales están transformando el trabajo independiente”, subraya la firma, para la que “sólo hemos empezado a ver el impacto laboral”. Se basa en el pilar de la ubicuidad que dan los dispositivos móviles, la enorme bolsa de trabajadores y de clientes a la que puede llegarse mediante las plataformas y la habilidad de casar oferta y demanda en tiempo real.
En el caso de España, sabemos que trabajan en régimen de autónomos (RETA) alrededor de tres millones de profesionales. También lo recoge así McKinsey, que, sin embargo, amplía a 12 millones la cuantía de personas que, de forma forzosa o voluntaria, intermitente o habitual, ejecutan encargos profesionales de manera independiente. ¡Son nueve millones más!
Al respecto, David Rueda, profesor de Política Comparada de Oxford, que estudia la dualización del mercado de trabajo entre trabajadores con protección social y trabajadores sin empleo o en riesgo de exclusión (insiders y outsiders) y cómo influye en la crisis de la socialdemocracia, afirma que junto a la externalización de tareas y la robotización, la economía colaborativa es uno de los factores que contribuyen más a que mengüe la protección social para los insiders”.