¿Crecer? Sí, pero cooperando más
Suara, la cooperativa de referencia de atención a las personas, supera los 4.000 trabajadores y roza los 100 millones de facturación sin modificar su ADN original.
Una votación durante la última asamblea general de Suara. FOTO: SUARA
Uno de los tópicos que más persigue a la economía social es que no puede crecer de forma significativa manteniendo al mismo tiempo los valores cooperativos que la distinguen. Pero los tópicos suelen hacerse añicos con el mero contacto con la realidad, y ese que pontifica sobre el tamaño y la economía social se deshace como azucarillo en el café ante la apabullante realidad de Suara, la cooperativa de servicios de atención a las personas con sede en el Poblenou de Barcelona.
En 2008, tres cooperativas que competían en un sector con cada vez más presencia de las grandes corporaciones (ayuda en el domicilio, espoleada por la Ley de Dependencia, limpieza, atención a los más necesitados) decidieron unirse en un nuevo instrumento (Suara) para no ser engullidos por los peces gordos del capitalismo español. Una década después, Suara no solo sobrevive, sino que se ha convertido en un actor de referencia y ha conseguido algo todavía más importante: mostrar que otro tipo de empresa es posible (con los trabajadores en la propiedad, mujeres en la dirección y un modelo de gestión democrático), incluso en sectores ultracompetitivos y que exigen cada vez más tamaño.
Suara arrancó con 243 personas socias y una facturación anual de 28,9 millones de euros. Una década después, marcada además por una devastadora crisis económica mundial, la cooperativa cuenta con 1.147 socios-trabajadores y la cifra de negocios ha escalado hasta los 96,9 millones de euros con que cerró el ejercicio de 2018. La empresa, que es uno de los motores del Grupo Clade, genera cada año nuevos puestos de trabajo. Ya supera los 4.000 trabajadores, incluyendo los socios (véase gráfico), y el Valor Social Integrado, que mide el impacto social de una empresa según la metodología de la Universidad de Deusto, sobrepasa los 200 millones de euros. Además, Suara es una empresa muy feminizada: el 90% de trabajadores son mujeres, que también son mayoría en el consejo rector y en el comité de dirección.
Este rápido crecimiento podría impresionar hasta en las escuelas de negocio convencionales. Pero lo que más enorgullece a los gestores de Suara es que se ha podido conseguir sin desnaturalizar los principios cooperativos: el número de socios-trabajadores va creciendo a medida que lo hace la empresa y eso que cada socio se compromete a aportar 8.000 euros al capital de la cooperativa, que podrá recuperar, eso sí, cuando deje la empresa.
Crecimiento sólido
Como en cualquier cooperativa, los socios de trabajo tienen voz y voto en la asamblea (lo mismo vale el de la directora general que el más humilde de los puestos), pero el derecho teórico no siempre garantiza la participación efectiva. Una buena forma de medirla es con la asistencia a la asamblea y en la última participaron nada menos que 800 trabajadores y estuvieron representados 950; es decir, por encima del 80% del total, por lo que esta especie de fiesta de la democracia empresarial ya solo puede celebrarse en grandes espacios, como el Centro de Cultura Contemporánea(CCCB), que acogió la última edición.
LA PARTICIPACIÓN, CLAVE
Pero ni siquiera este dato es suficiente en Suara: “La participación no puede limitarse a acudir un día al año a la asamblea y votar, sino que debe impregnar el día a día de la cooperativa”, explica la directora general, Àngels Cobo, en su humilde despacho. Por ello, uno de los departamentos centrales de la empresa es el área de Participación: “Nos empuja a todos y es la clave de muchos de los pequeños milagros cotidianos”, recalca.
Uno de estos “pequeños milagros” es la elaboración reciente de una Guía para acompañar las personas enfermas de cáncer, un trabajo por el que la cooperativa acaba de ser galardonada con el Premio Factor Humà Mercè Sala. Este documento, que aporta consejos prácticos para acompañar y apoyar a los enfermos y a sus allegados, es un buen ejemplo de cómo puede florecer la participación en una empresa que la estimule y que, además, implique a los trabajadores en la medida en que son también sus dueños.
La empresa no tiene ánimo de lucro y la ratio salarial es de 7 a 1
La iniciativa surgió desde abajo, ante la inquietud generada por la enfermedad coincidente de algunos trabajadores y la pregunta compartida de cómo acompañarlos. “Cuando alguien tiene una idea, se lanza y el área de Participación aporta herramientas para ayudar a ponerla en marcha”, explica Cobo. La elaboración de esta guía acabó implicando a una treintena de personas y al final fue asumida por el conjunto de la empresa. “¡Este tipo de cosas son las que hacen cooperativa!”, recalca con orgullo la directora general. Ahora hay en marcha otra iniciativa sobre la violencia machista y hace años que funciona un programa de ayuda mutua para hacer frente al impacto entre los trabajadores de problemas imprevistos, entre otras.
Las diferencias entre una empresa como Suara y sus principales competidoras en el sector (en su mayoría, integradas en multinacionales aunque con marca propia) son siderales en casi todos los aspectos, desde la democracia interna hasta las ratios salariales (en la cooperativa la diferencia teórica entre el mejor y el peor pagado es 7 a 1, aunque en la práctica es menor), pasando, obviamente, por el propósito mismo: Suara es una cooperativa sin ánimo de lucro, mientras que el objetivo de sus grandes competidoras es maximizar el beneficio para el accionista.
Sin embargo, la paradoja es que en el debate entre lo público y lo privado todos forman parte de la misma etiqueta de “privado”, sin distinción entre unos y otros a ojos de algunos sectores de la izquierda. Y cuando los servicios de atención a las personas ya están externalizados (porque la Administración raramente los asume directamente), entonces en las convocatorias se prima el criterio de bajo coste por encima de la calidad del servicio. Todo parecería ir, pues, en contra de empresas como Suara. En cambio, la empresa vive su mejor momento. “El entusiasmo de las personas que se juntan por el bien común acaba siendo imbatible”, concluye Cobo.