La libertad tiene su coste
Desde Christiania (Copenhague)
La Ciudad Libre de Christiania, en Copenhague, atrae creatividad, pero también conflictos
Una de las entradas a la Ciudad Libre de Christiania. FOTO: M.V.
“Estudia. Consigue un trabajo. Cásate. Cómprate una casa. Ten hijos… Olvídalo. Aquí puedes ser libre”, reza un cartel en la ventana de un taller de bicis en la Ciudad Libre de Christiania, en el centro de Copenhague.
Christiania iba a ser un lugar distinto a los dictados de la sociedad, donde la libertad camparía a sus anchas a favor de la comunidad, del bien común, que incluiría a los hippies, a los alternativos, a los homosexuales, a los desamparados, a los drogadictos… Y a quien quisiera.
Esa era la idea que surgió de los que en 1971 rompieron una reja y ocuparon ilegalmente esa zona verde, donde había unos cuarteles militares abandonados.
“Simplemente fuimos viniendo, no hubo planificación”, cuenta hoy una veterana —que prefiere no decir su nombre— mientras almuerza junto a cuatro compañeras más jóvenes en la cocina del taller de arte donde trabajan. “La gente hacía lo que quería”.
Había quienes sí querían planificar y en Christiania, de hecho, se han construido teatros, salas de música, negocios, y se ha llegado a acuerdos. Pero muchas decisiones sobre cómo se debe organizar llevan cuarenta años discutiéndose en la Asamblea General, donde nada sale adelante a menos que tenga el 100% de aprobación.
“Es mejor hacer algo que no está aprobado y luego ir a la Asamblea y pedir disculpas”, agrega una de las compañeras de mesa, más joven. “Si preguntas, habrá una discusión interminable. Si pides disculpas es posible que se enfaden un poco, pero luego pasará. Hay muchas reuniones. Demasiadas”.
Hoy está legalizado y se rige por una fundación, con 12 nodos sectoriales. Pero no pagan los mismos impuestos que el resto de los vecinos de la ciudad. Esto genera conflicto y un grado importante de abandono por parte del Ayuntamiento.
Cuarenta años después, la libertad ha generado, entre otras cosas, arte. Se ha convertido en un espacio turístico, donde han dado conciertos artistas internacionales, y los mismos artistas de Christiania han viajado por el mundo mostrando su creatividad.
Sin embargo, el sitio también ha estado ocupado por vendedores de drogas y delincuentes, y la relación con el Ayuntamiento ha sufrido mucho tira y afloja. En 1990 llegaron a un acuerdo para limpiar Christiania de delincuencia. Pero las fricciones con los políticos continuaron. En 2012 el Ayuntamiento legalizó formalmente el asentamiento creando la fundación. Hoy, el lugar tiene bares, salas de música, galerías y unas 1.000 personas conviviendo, entre fundadores, artistas, algunas casas y apartamentos, y vendedores de hachís y marihuana en voz alta (no legales, pero muy tolerados), y de drogas más duras en voz muy baja.
FUERA ESPECULACIÓN
Los años de libertad mantuvieron lejos de Christiania a las inmobiliarias y a las constructoras. Por la zona, que es mucho más verde que el resto de la ciudad, pasan canales y sobreviven los árboles. Sin embargo, de noche las calles de barro no tienen alumbrado. La limpieza municipal brilla por su ausencia y a pesar de que la fundación estableció un sistema de reciclaje, y pide que la gente tire ahí la basura, hay quienes se sienten libres de tirar la basura donde les plazca. Hay hasta carteles de la fundación en donde se pide a la gente que haga sus necesidades en el baño y no en el espacio público.
La libertad es lo que tiene. Christiania atrae a muchos artistas y curiosos, pero también a quienes sólo quieren conseguir drogas fácilmente.
“Si legalizaran las drogas, no tendríamos tanto conflicto”, opina la veterana de Christiania. “El problema es que hay gente en esto que saca dinero. Convivimos con ellos. La policía de Copenhague viene, ellos se van. Y en cuanto se va la policía, ellos vuelven”.
La educación —que sólo llega a la guardería— es también libre, pero más cara que fuera del barrio “libre”, donde el Estado protector danés paga a cambio de que se cumpla un programa específico, al dictado del gobierno.
También hay conflictos a la hora de gestionar la igualdad. “Este sitio es de todos. Los negocios deben pagar un alquiler”, explica otra de las chicas de la mesa. “Pero cada uno paga lo que quiere. Hay quien tiene un negocio grande y paga menos; y quien tiene un negocio pequeño y paga más. Luego nadie confía en nadie. Hay mucha desconfianza”.
El espacio es de todos, pero no de los turistas, y los carteles aleccionan: “Usted tiene zonas verdes para hacer picnic. No lo haga en la mesa de la casa de un particular”.