Manchester y el Rochdale Museum
Desde Manchester
La ciudad y sus alrededores cuentan con innumerables espacios para visitar dedicados a la historia de los derechos laborales y la justicia social
El guía del Rochdale Museum muestra una de las tumbas. FOTO: MARIANA VILNITZKY
Aunque la mayoría de turistas llegan a la ciudad de Manchester para visitar un club de fútbol, la ciudad tiene otros focos de atención que pueden resultar muy atractivos.
Cuna de la revolución industrial, Manchester guarda entre sus calles de ladrillo, casas victorianas, lluvia y verde, museos que albergan tesoros de la historia laboral y el movimiento obrero. Ese mismo que hoy parece que podría hacerse trizas con otra revolución, la tecnológica.
Museos, los hay a borbotones. Y galerías de arte para no aburrirse, porque la gente de la zona mantiene bien en alto la palabra heritage, la herencia que con sangre, sudor y lágrimas han construido y dejado los abuelos, y que hoy —o al menos hasta ahora— les ha permitido vivir mejor que sus antepasados.
Sólo con caminar por las calles de Manchester y tocar algunas piedras del camino, el paseante puede imaginarse el ambiente de la segunda mitad del siglo XVIII. Entre las paredes de los museos pueden también tocarse las máquinas que hicieron posible la revolución industrial en espacios como el Museum of Science and Industry; la historia del movimiento obrero y las relaciones laborales en el People’s History Museum; la historia del derecho al voto de la mujer en el Pankhurst Centre (casa personal de Emmeline Pankhurst, líder del movimiento sufragista, y hoy también un centro para mujeres), etc.
Entre museo y museo, es posible imaginar las grandes salas con debates en donde se construiría la organización del mundo. Obreros, académicos, políticos y empresarios (casi todos hombres) debatían sobre cuántas horas deberían trabajarse; sobre hasta qué edad no sería permitido, y otros.
Uno de los que debatían era Robert Owen, creador del concepto de las ocho horas laborales, y de las cooperativas.
Hace falta salir de Manchester City para llegar al Museo de los Pioneros del cooperativismo, en Rochdale, el lugar donde nació el movimiento cooperativo internacional. Se trata más bien de un minimuseo, muy pequeñito, pero la visita merece la pena.
ROCHEDALE PIONEERS
Si ya Manchester es el interior de Reino Unido, el paseo en tren hasta Rochdale, de apenas quince minutos, es un viaje al interior del interior. Casi no llegan turistas; únicamente los que, de todas partes del mundo —especialmente de Japón, ¡donde hasta han construido una réplica del museo!—, están interesados en asuntos cooperativos.
La Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, fundada en 1844, era una cooperativa de consumo, y la primera en distribuir entre sus socios los excedentes generados.
Es fácil imaginar, en aquel trayecto en tren, cómo aquellos 28 hombres se autoorganizaban para llevar a un lugar recóndito con pocas posibilidades de conseguir comida, la harina y el azúcar desde lejos, cargándola en carros pesados… cómo pensaban en las estructuras formales que debían crear para construir un mundo más justo, en crecer en condiciones dignas y en igualdad, en los principios cooperativos.
Conviene planificar un poco el viaje para llegar en uno de los Heritage Day de Rochdale. Ese día, un bus de los años sesenta, con unos señores vestidos de chóferes de la época que invitan muy amable y libremente a subir, lleva a la puerta de cualquier museo, que ese día son gratis. Además, por la mañana, el museo de los pioneros facilita una visita guiada al cementerio, donde se encuentran las sepulturas de los pioneros, y donde algunos turistas del cooperativismo van dejando flores y dan gracias por las ideas.
“El mundo era mi país, hacer el bien mi religión”, reza la tumba de John Collier, un pionero que murió a los setenta y cinco años.
Pero desde entonces ha llovido mucho, y los pioneros tal vez querrían volver a la humedad de la tierra que les cubre si vieran la evolución de su ciudad. La globalización y los problemas han llegado a Rochedale, y la calle principal ha pasado de ser una avenida de tiendas de nivel a un mercado de baratijas chinas. “Aquí mismo se ha perdido el espíritu”, se lamenta el guía del museo, de no más de veinticinco años, a la salida del cementerio. “La gente joven sólo quiere ganar dinero. Tenemos que volver a organizarnos”.